De vuelta al camino. Una historia de superación personal

El sol de la mañana

Apenas asomaron los primeros rayos de sol, comencé a despertar. Recordé como si me hubieran dado un golpe, todo lo que había pasado la noche anterior. Me levanté rápidamente para confirmar que ese "algo" seguía ahí.

La fogata se había consumido en su totalidad y en el borde del pozo estaba el Espíritu Santo, ahí, parado, mirando hacia el interior.

Su cara, recuerdo su cara... nunca había visto a alguien con ese semblante, parecía perdido, dolido, nostálgico. Estaba allí en silencio, como apunto de llorar.

Lo miré un rato pensando si debía acercarme para consolarlo, sonó raro ¿consolar al consolador? Lo seguí mirando ya casi contagiándome de sus sentimientos, su luz se había apagado, ¿habría sido el pozo?

Tenía sus manos en forma de puño y su mirada clavada en el fondo, aunque no se podía ver de tan oscuro que estaba, soltó un suspiro como acongojado, levantó su rostro al cielo, balbuceó alguna cosa, volvió a mirar al pozo y me dijo:

—Llegó la hora. Debemos irnos León.

Comenzó a caminar en dirección contraria al pozo, pasó a mi lado, me dijo algo, no recuerdo qué. Y yo me quedé con la mano estirada como queriendo agarrar el pozo, mi rostro estaba triste.

Después de tanto tiempo, tanto que caminé para llegar aquí y ¿ahora me tengo que ir? ¿Me tengo que alejar de este lugar? Pero ésta fue mi casa durante mucho tiempo y ahora uno tiene que dejar el hogar para buscar su rumbo, su lugar.

Pero no quiero, esta es mi casa.

Él ya estaba bastante lejos mío, pero aun podía oír sus pasos, después de todo en ese desierto estábamos solos.

¿Lo estábamos?

Bajé mi mano, y mi cuerpo entró en un estado de resignación, tenía tantas ganas de llorar, ganas de saltar al interior del agujero.

Allí estaban mis recuerdos, mi familia, mi lugar anhelado, nunca imaginé que el dolor de apartarme de allí fuera tan grande, sentía como si me estuvieran desgarrando parte de mi ser. Ese pozo literalmente me había chupado el alma, o por lo menos la mitad de ella.

No quería irme.

Escuché un sonido, me di vuelta para ver qué era y ahí distante, estaba él, ¿otra vez me estaba esperando?

Giré la cabeza para mirar una vez más el pozo y susurré: —Hasta pronto.

Y aunque él estaba lejos mío pudo oírme: —Hasta pronto no. Este es el fin. Ya no hay vuelta atrás. Si decides seguirme, te aseguro que no volverás jamás a este lugar.

A la distancia podía notar su enojo y su dolor.

No estaba dispuesta a dejar mi vida para seguir una ilusión. ¿Y si eran artimañas de satanás para hacerme caer? ¿Me estaría tentando como a Jesús?

Pero que digo, ¿compararme con Jesús? Creo que estoy muy lejos de ser como él, pero ¿por qué debía abandonarlo todo si quería ser feliz? ¿No se supone que uno busca la felicidad en las cosas que tiene a su alrededor? ¿Con las personas que ama?

Comencé a caminar despacio, paso a paso. Estaba triste, no quería dejar mi hogar.

¿A dónde se supone que iría?

Solo podía pensar en el dolor que sentía, podía ver como mi corazón se despedazaba con cada paso que daba, escuchaba crujidos en el pozo, las risas de mis amigos, los recuerdos y pensaba...

«¿Por qué? ¿Por qué?»

—¡Ya basta! ¡Apresúrate!

—No... no puedo... me duele —eran las únicas palabras que me salían.

—Vamos. Es pasajero. Se hace tarde, nos esperan.

¿Nos esperan? ¿Quién? ¿Quiénes? ¿Dios? ¿Por qué él me esperaría? ¿A mí? Si yo no soy nada, no soy nadie. ¿Qué motivos tendría Dios para esperarme? ¿Después de tantos años ahora me espera?

Me detuve, no podía más avanzar. Miré a los ojos al Espíritu Santo que estaba inmóvil en la inmensidad de ese desierto y le dije:

—Adelántate tú. Tengo algo que hacer. Luego te alcanzo.

Apenas terminé de decirle eso, sentí como una fuerza maligna salía del pozo, como se elevaba una densa niebla en lo alto y de ella salían cadenas que se dirigían a mis brazos y piernas. No pude hacer nada, estaba paralizada, mirándolo a él, sintiendo esa amenaza a mis espaldas.

Creo que fue en un parpadeo, el Espíritu estaba detrás mío con los brazos abiertos enfrentando a ese monstruo.

—Es suficiente —dijo—. No te pertenece.

Me di vuelta para ver que estaba pasando y en ese instante la niebla maligna desapareció, se la chupo el pozo y se oyó un grito:

—¡NO!

El espíritu siguió un momento con los brazos extendidos, suspiró, agachó la cabeza y se volvió hacia mí. Me tomó de los hombros y comprendí en sus ojos lo que quería decirme.

Miré sobre su hombro izquierdo el pozo. Me tomó de la mano y comenzó a caminar en la dirección en la que se había ido al principio, yo caminaba tras él sin dejar de mirar hacia el pozo, aún estaba confundida, con las lágrimas en mi rostro que se iban secando por el sol.

—¿Qué fue eso? nunca había visto cosa igual.

—Fue uno de los enviados del enemigo. ¿Te dije que teníamos prisa no?

—¿Pero, por qué no quería que me fuera?

—No es eso. Estaba tratando de evitar que te fueras conmigo. Si te hubieras ido sola, sin mí, hacia otro lugar, hubiera dejado que lo hicieras, pero te hubiera seguido.

—Como que yo fuera la gran cosa.

Detuvo sus pasos apresurados, me soltó de la mano, volvió a poner esa mirada que tienen los niños cuando los padres retan porque han hecho dañineadas y con voz firme susurrando me dijo:

—¿Piensas que esto es un juego verdad? Que quiero hacerte pensar o creer alguna cosa que no puedes comprender. ¿Verdad?

Me tomó de sorpresa su actitud, no comprendía por qué tenía que ponerse de esa manera, así que no respondí, solo me quedé mirándolo.

—¿Verdad? —volvió a repetir.

No sabía que decirle, capaz que entré en pánico, estaba muda y podía ver como su cuerpo se estremecía y parecía que comenzaba a llorar.

—¿Tu piensas que esto es un juego? Que no tengo sentimientos. Que no puedo comprender que es lo que estas sintiendo. No tienes ni la más mínima idea de quién eres y lo que significas. Pensé que cuando te liberamos del pozo ibas a estar bien. Si sabía que no te importaba nada más que ese pozo, quizás fue una mala idea pedir ayuda para hacerte libre. Quizás debiste quedarte un poco más en ese lugar, hasta que tus huesos se consumieran. Quizás debí dejar que eso te atrapara. Quizás debiste haber sufrido el dolor y la pena de quemarte en el infierno.




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