Caminamos un largo rato bajo el sol que rajaba la tierra, estábamos en silencio. Luego de sincerarnos no había nada más para decir o al menos eso pensaba.
Bajábamos una pequeña colina y de repente se detuvo, se desplomó en la tierra, yo no sabía qué hacer, como iba un poco más atrás, me apresuré a llegar a él. Estaba arrodillado con las manos apoyadas en la tierra, estaba llorando. Me acerqué despacio, me incliné, le tomé el hombro y pregunté:
—¿Estás bien?
No dijo ninguna palabra, solo lloraba. Me tapé la boca con la mano y me quedé allí a su lado esperando que dejara de llorar. Fueron los segundos más largos de mi vida, no entendía que era lo que le estaba pasando, ¿por qué el Espíritu Santo lloraba? ¿Por qué?
En un momento se incorporó, aún seguía arrodillado y había dejado de llorar. Me miró, sonrió y me dijo:
—La fatiga no es nada fácil. A veces nos sentimos desbordados. El valle de la muerte es muy duro, incluso para mí.
—Si es duro para el Espíritu de Dios, me imagino como debe ser para una persona normal.
—Ojalá no lo sepas nunca. Es difícil de explicar. Pero ya estoy bien. Busquemos un lugar donde haya sombra, para descansar.
Seguimos caminando un poco más y encontramos un árbol frondoso, así que nos apoyamos en el tronco para descansar un poco. Yo miraba hacia el lugar de donde habíamos venido y pensaba: ¿El valle de la muerte, dijo? ¿Qué es eso?
Había escuchado mil veces hablar de ese lugar, pero ¿podría ser que yo viví allí mucho tiempo y no me había dado cuenta? No podía entender que era lo que le había pasado, ¿por qué lloraba de esa manera? ¿Quizás deba preguntarle? Pero... ¿y si no contesta a mis preguntas?
Él estaba allí, sentado a mi lado, mirando a la copa del árbol, con los ojos cerrados. Lo miré mientras pensaba, al fin y al cabo, dijo que me explicaría todo en el camino y no dijo ni una palabra. Si le pregunto, tiene que contarme ¿no?
Lo miré un rato más en silencio, hasta que me di cuenta que tenía un ojo abierto y me estaba mirando. Volvió a sonreír.
—Sé que dije que te explicaría todo. Pero, necesitaba un momento de paz interior —me dijo mientras reía suavemente.
—Pues... —dije lentamente— no he dicho nada.
Continuó riendo mientras abría los ojos y me miraba fijamente.
—Eh, bueno... ¿sabes lo que pienso? —pregunté como para escapar de la situación incómoda
—¿Y tú qué crees?
—A veces pienso que sí. Otras pienso que... no sé.
—Bueno con eso basta —volvió a mirar hacia arriba—. ¡Hey! mira, fruta. ¿Quieres?
No quedé muy conforme con su respuesta, esperaba algo más concreto. Pensé que después de comer me diría algo que tuviera sentido para mí. Pero, ¿sería así?
Bajó del árbol con varios de esos frutos, me dio unos cuantos y guardó los demás. Volví a mirar por última vez aquel lugar y ahora lo veía más distante que antes, no sé por qué. Se me acercó y por un instante vi que su luz había vuelto, era bello verlo envuelto en esa aura, pero no duró mucho tiempo.
Mientras comía esos frutos que, por cierto, estaban muy buenos, me dijo:
—El valle de la muerte, es un desierto, un lugar apartado de la presencia de Dios. Mucha gente viene a morir aquí, algunas por elección, otras por artimañas de Satanás. Tú no puedes, pero se oyen voces, gritos, llantos y crujir de dientes. Es muy triste ver como las personas que se han alejado de Dios pasan por este lugar antes de consumirse en el infierno.
—Y aquellas personas... ¿no se puede hacer algo por ellas? Digo, tú que eres parte de la trinidad, ¿no puedes hacer algo por ellas?
—No. Yo no actuó por mi propia voluntad. Dios es quien me envía. Si él dice que no, es no. Si él dice que sí, es sí.
—¿O sea que él dijo que sí? —me refería a mí misma, quería al fin tener algunas respuestas.
—No... —hizo una pausa—. No es tan simple como parece. Hay algunas cosas que aún no puedes saber.
Cuando dijo que no, mi corazón se aterrorizó por un instante, pensé que después de saber qué era el valle de la muerte, Dios no me habría escogido para salir de allí. Como continuó hablando mi corazón se calmó, pero yo quería saber más, no quería conformarme con esas simples palabras que no tenían sentido. Por lo menos no lo tenían por ahora.
Después de comer, seguimos caminando por el desierto, el calor había mermado un poco, no había nadie en ese lugar, se podía escuchar la brisa pasar entre la arena y moverla de un lado a otro. Íbamos en silencio, él estaba unos pasos más adelante, me había concentrado tanto en su sonido al andar que no me había dado cuenta que se había detenido.
Cuando al fin reaccioné, lo miré, habíamos llegado a un barranco. Lo que había allí abajo... era muy difícil de explicar. ¿Qué eran todas esas cosas? ¿Por qué el lugar se volvió oscuro de pronto? ¿Agua en el desierto?
Era como si hubiéramos llegado a un acantilado, las aguas oscuras, casi negras, golpeaban contra el barranco con muchísima fuerza. A lo lejos se podía ver el horizonte, este era bello, sublime, el sol acariciaba suavemente las aguas y les daba un reflejo brillante. Pero abajo nuestro, el panorama era totalmente diferente, como si al fin el mar hubiese decidido regresar todas las cosas que la gente tiraba en él: basura, chatarra, cuerpos... ¿Personas?
—¡Hey! ¿Por qué hay personas allí abajo? ¿Se estarán ahogando?
—Son restos de personas. Muertos.
—Pensé que las personas morían en el valle.
—Pensaste mal. Hay muertes y muertes. No todas son iguales, no todas las personas son iguales. Lo único que tienen en común es que fueron apartadas.
—¿Apartadas? ¿De la presencia de Dios?
—No solo eso. El enemigo, así como Dios, aparta a las personas. Para su propio beneficio, claro. Los escoge para un plan malévolo.
—¿Plan? ¿El diablo tiene planes?
—A veces me pregunto, por qué haces preguntas tan tontas. Obvio que tiene planes, planes de muerte, de destrucción, de pérdidas, desgracias, catástrofes. Como verás, nada bueno.