Estaba arrodillada en el borde de ese pequeño pozo. Miraba hacia el interior como queriendo ver algo. De repente escuché una dulce voz, que salía de adentro del pozo. Traté de mirar más detenidamente, pero no se podía ver absolutamente nada.
—¡Hey! Hola... ¿Ahí alguien ahí?
—¿Quién eres?
—¿Puedes verme? Estoy acá arriba, fuera del pozo.
—¿Fuera del pozo? Nadie puede escapar.
Miré al Espíritu con cara de extraño, no podía entender cómo es que no veía la salida. ¿Tan profundo era el pozo?
Se me acercó lentamente y me dijo:
—No puede vernos.
—Pero puede oírme. ¿Ya es algo no?
—¿Y qué vas a decirle?
—Emm... No sé. ¿Qué le digo?
—¡Uf! Tú eres quien quería hablarle.
—Bueno, sí. Pero no sé por dónde empezar.
—¡Ok! —me dijo, con fastidio— pregúntale como se llama.
Volví a mirar hacia el interior y le grité:
—¿CÓMO TE LLAMAS?
—Bueno... Tampoco le grites. Está allá abajo, pero no es sorda.
—¡Hey! ¿Por qué me gritas?
—Ves, te lo dije. Habla como una persona normal.
—¡Uf! Está bien... ¿puedes decirme tu nombre?
—Me llamo Elisa. ¿Y tú, cómo te llamas? ¿Cómo es que estás allí arriba?
Entré en pánico. No sabía que decirle, solo pensaba: «me preguntó mi nombre, ¿Qué le digo?» Me tomé la cara como tratando de disimular mi terror, pero el Espíritu se dio cuenta.
—¡Oh! Señor. Dame paciencia —se acercó más al pozo— Me llamo Ángel y ella es León. Estamos aquí afuera para ayudarte.
Por un segundo quedé congelada, pero luego volvió la calma al escucharlo hablar con Elisa. Pensé que ella no podía escucharlo, pero evidentemente me estaba equivocando.
—¿Ayudarme? ¿Y quién dijo que necesito ayuda?
—Sé que es extraño —le dije—. No vamos a hacerte daño. Solo quiero ayudarte a encontrar una salida, para que estés mejor.
—¿Y quién dijo que quiero estar mejor?
—Pues... ¿a qué persona le gusta estar en la oscuridad?
—¿Y cómo sé que no es mentira?
—¡Uh! No había pensado en eso... —me dije a mi misma—. Emm... cómo te explico.
—¿De dónde vienen?
—Venimos desde lejos —dijo el Espíritu—. Llegamos aquí de casualidad. Dime, ¿has escuchado algo de lo que pasa en el Ramanesh?
—¡No! ¿Qué es el Ramanesh?
Yo tampoco entendí que era eso, lo que entendí muy bien fue su cara cuando se lo decía. Creo que estaba intentando asegurarse de que Elisa no fuera una mentira, que ella fuera una persona como yo, con problemas, pero no aliada del enemigo.
Lo miré como diciendo, pues, cuéntale que es eso.
—¡Ah! Bueno, no importa. Y dime otra cosa ¿Por qué estás ahí dentro?
—No lo sé. Hace un rato desperté cuando me llamaron.
—¡Ay! Estaba dormida —le dije al Espíritu, que me miró, como diciendo: tú también dormías—. ¿Será que la podemos sacar de ahí?
—No.
—Bueno, está bien.
—Elisa, se está haciendo de noche aquí afuera. No te duermas, danos unos minutos, ya regresamos.
Nos alejamos un poco del pozo, me tomó de los hombros y me dijo:
—Esta noche, será muy distinta a las que conoces. Quiero estar seguro de que estarás bien, porque si no nos vamos de aquí.
—¿Distinta? ¿Cómo?
—Puede que veas y escuches cosas que no podías antes. Solo quiero estar seguro que te quedarás a mi lado, pase lo que pase.
—Está bien —levanté la mano, como en juramento—. Te prometo que estaré a tu lado.
—Perfecto. Vamos a buscar ramas.
Hicimos una fogata y nos sentamos allí a la vera del pozo de Elisa.
Ahora que sentía que era una buena persona no quería dejarla sola. Aunque no podía meterme en el pozo para abrazarla, podía quedarme allí, para escucharla, hacerla sentir bien por lo menos por esa noche. Pero me quedé intranquila con lo que me dijo el Espíritu, ¿qué cosas vería? ¿no sería una noche común? ¿Qué tan peligroso sería? ¿Por qué me dijo "pase lo que pase"?
Eran demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Todo este tiempo que pasó y me había contestado muy poco. Quiero saber más, después de todo, no sé cuánto tiempo más se quedará a mi lado o por cuanto tiempo lo podré ver.
¿Podría ser que en algún momento se fuera? Me aterraba la idea de solo pensarlo. ¿Qué haría yo sola si se iba?
—¡Hey! Elisa. ¿Tienes hambre? —le dije, sin pensar.
—¿Y cómo le darás de comer? —me dijo el Espíritu mientras tiraba más ramas al fuego.
—¡Oh! No me había dado cuenta que no le podré dar nada.
—Últimamente no te estás dando cuenta de nada.
Continuamos hablando un poco más, sin darme cuenta que Elisa no había respondido a mi pregunta. ¿Se habrá dormido?, pensé.
Quizás el pozo te agota y necesitas descansar.
¿Podría ser que ella estuviera bien?