Me acerqué un poco más al borde y la volvía a llamar. Se hizo un silencio enorme por unos segundos, ni siquiera podía escuchar el crujir del fuego. Comencé a sentir un viento fuerte que provenía del interior del pozo.
El Espíritu se paró de repente y me dijo con voz firme: —Aléjate.
Me alejé un poco en cuanto me lo dijo. El viento era más intenso, como si se hubiera abierto un agujero negro que se tragaba todo. Pero nada entraba en el pozo, solo era el viento.
Nos quedamos mirando un rato más hasta que se oyó un grito. Miré enseguida al Espíritu y lo vi brillar otra vez. ¿Por qué a veces brilla y a veces no? Era algo raro, ¿será porque es de noche?
Volvía a mirar al pozo y el viento se había detenido.
—¿Me puedo acercar? —le pregunté con cautela. Me hizo un ademán con la mano y se volvió a sentar.
Me acerqué lentamente al pozo y la volví a llamar. Quería por lo menos saber que aún seguía ahí.
—Tengo miedo —me dijo.
—No te preocupes, aquí estoy —aunque no puedas verme, pensé—. ¿Te encuentras bien?
—Fue horrible. Horrible, horrible...
Eran las únicas palabras que podía pronunciar: "fue horrible, horrible..." pero... ¿Qué fue horrible? Comencé a sentir en mi ser, una tristeza profunda, me dolía escucharla, aunque solo decía dos palabras, era muy triste escuchar eso.
Quería saber más de ella, pero ahora dudaba si preguntarle o no. No quería asustarla más de lo que ya estaba. Me daba pena no poder verla, y a la vez pensaba que en la mañana nos iríamos de allí y ya no volvería a verla. Al menos quería hacerle unas preguntas para conocerla y luego decidir qué haría con eso.
—Puedes confiar en mí —dije con una voz convincente—. ¿Qué ocurrió?
—No lo sé.
—¿Qué sentiste?
—No lo sé.
Me pareció estar hablando con el Espíritu: "si", "no", "no lo sé". Me agotaba hacer preguntas y que las respuestas fueran una porquería. Dejé de preguntarle y me volví a sentar cerca del fuego. Miré al Espíritu con cara de resignación. Él estaba muy concentrado en acomodar el fuego, pero podía ver en su rostro como se estaba riendo de mí. Fue frustrante. Solo quería hacerla sentir bien, con ganas de hablar, de desahogarse, quería que pudiera confiar en mí.
—Pues... Cántale.
—¿Cantar? No quiere hablarme y va a querer escuchar una canción.
—Dile de alguna forma que no está sola.
—¿Y qué le canto?
—Puedo orientarte y darte consejos. Pero, ¿todo debo decirte? Ten un poco de inventiva.
—¡Oh! A veces eres odioso. ¿No ves que esto es nuevo para mí? Solo quiero hacerlo lo mejor que pueda. Por eso te pregunto, tú tienes más experiencia.
—Pues... Cántale.
—Otra vez con eso. ¿No te cansas verdad?
—¿Siguen ahí? ¿León? ¿Ángel? —su voz fue como un susurro.
Me acerqué nuevamente al borde y le canté:
Una mañana como las demás,
abriste tus alas para volar.
Las personas que amas ya no están allí,
tus sueños rotos están,
y te has quedado sola. [...]
Hasta que esa voz te llamó,
te dijo hija ven a mí,
que voy a hacer de ti una persona feliz.
Y ahora ya no estás más sola.
Dios es quien te sostiene,
quien te acompaña en este viaje.
Y ahora ya no estás más sola...
No obtuve respuestas.
¿No le habrá gustado mi canción? ¿Fue medio fuerte que le dijera que sus sueños estaban rotos? ¿O lo de las personas que ama? Otra vez sentí la frustración. Era espantoso que no me contestara cuando le hablaba. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal?
—Dale tiempo —me dijo el Espíritu, mientras se acercaba a darme los frutos que había guardado.
—Creo que hay algo que estoy haciendo mal. Creo que no debí decirle esas cosas.
—Escucha León. ¿Puedo conocerte de algún lado? ¿Tú me conoces? —era la voz de Elisa que al fin me hablaba.
—No... —fue todo lo que se me ocurrió.
—¿Y cómo sabes lo de mi familia o lo de mis sueños?
—Supuse que, si estabas en este lugar, debía ser por algo que te hubiera lastimado.
—Está bien —dijo entre risas—. Me hacía falta escuchar otras voces que no fuera la mía. Gracias.
¿Me había dado las gracias?, fue raro, porque las personas que conocí nunca se habían dignado a darme las gracias por nada. Aunque a veces di mi vida por ellas, jamás me dijeron nada. Me sentí feliz, porque comenzaba a creer que ella confiaba en mí.
El espíritu me dio unos golpecitos en mi hombro y sentí como que había hecho un buen trabajo, por lo menos había logrado que ella hablara con nosotros.
—¿Quieren saber por qué estoy aquí?
—Sí... —dije sin pensar, otra vez.
—Si tú quieres contarnos —dijo el Espíritu, tan calmadamente.
—Sí, les cuento. Cuando era pequeña, habré tenido unos once o doce años, mis padres se pelearon en una cena familiar. Yo estaba jugando con mis hermanos y primos cuando escuchamos los gritos de mis padres. Hicimos silencio y cuando estábamos tratando de escuchar, mi madre nos vino a buscar a mis hermanos y a mí. Nos dijo que se hacía tarde y que debíamos irnos. Nos fuimos sin despedirnos de nadie. Cuando llegamos a la casa, papá ya no estaba, se había llevado todas sus cosas. Me sentí triste y confundida porque no sabía que había pasado. Unos meses después, mamá conoció a un tipo, era sumamente despreciable, su aspecto era horrible, siempre tenía olor a vino. Una noche, hacía calor, entró a mi habitación y... eso es todo lo que recuerdo de esa noche.
O al menos lo que nos quiso contar.
Siguió contando un poco más de su vida. Era evidente que estaba lastimada. Sus heridas eran profundas, tanto que algunas no las recordaba. El Espíritu sabía cómo llevarla a decir exactamente lo que necesitaba que dijera, por lo menos para que yo aprendiera que no era tan fácil hablar con las personas que estaban en los pozos.