Cuando dijo que creía en Dios, miré al Espíritu Santo como diciéndole: ella podría ser como yo. Su cara, esta vez no tenía cara de dolor o nostalgia, se había transformado. Estaba como enojado, temeroso y confundido.
Quería saber que estaba pasando, ¿por qué no le agradó que ella dijera eso? Después de todo creo era bueno que ella haya dicho que creía en Dios. A veces no comprendo.
¿Por qué sería algo malo lo que dijo Elisa? ¿Por qué el Espíritu tenía esa cara? ¿Acaso estaba por ocurrir alguna cosa? ¿Puede ser que yo sea tan tonta y no me dé cuenta de las circunstancias? Sigo pensando y preguntándome cosas, pero no logro que el espíritu me cuente o responda a mis interrogantes.
¿Por qué? ¿Por qué?
Cuando ella dijo que creía en Dios, el espíritu me miró fijo y se volvió a sentar cerca del fuego:
—Ven —me dijo—, es todo lo que podemos hacer.
—¿Todo? No hemos hecho nada —le dije, con un odio en mi corazón—. No digas que es todo lo que podemos hacer. No puede ser que dejemos las cosas así, ella esta allá bajo, sola, con cosas que le duelen, está triste y deprimida. ¿Y vos? Lo único que podés decir es que sacarle dos palabras era todo lo que podíamos hacer.
Él sólo me miraba, yo estaba tan enojada, que no me di cuenta de su silencio. Quería que me contestara, no quería dejarla ahí. No quería que eso fuera "todo" lo que podíamos hacer.
Comencé a caminar de un lado al otro, refunfuñaba, le gritaba al Espíritu, me enojaba cada vez más conmigo misma. Escuchaba a Elisa llorar en el fondo del pozo, y ese llanto se hacía más agudo y me calaba los huesos. «No. No. ¡Basta! Quiero hacer algo por ella, no puedo dejarlo así, quiero que sea mi amiga, la quiero conmigo, quiero abrazarla, quiero... quiero...»
—Ya basta —me dijo el espíritu.
—No, basta no —le grité—. Tengo que hacer algo.
—Ya basta —volvió a repetir enojado.
—¡¡NO!! No contestas a una puta pregunta mía, no me dejas acercarme a ella, no me dejas ayudarla, no, no, no. Es todo lo que sale de tu boca. No, no, no.
—¡¡BASTA LEÓN!!
En ese instante se paró y caminó hacia mí. Me tomó de los hombros y con tristeza me dijo:
—¿No te das cuenta de lo que está pasando? No puede ser que no quieras entender. Me duele a mí también. ¿No crees que tengo unas ganas enormes de arrojarme al pozo para salvarla? ¿No crees que le he hablado a Dios de ella? —se arrodilló en la arena y comenzó a llorar—. No puedo León, no es mi deber. Me duele y estoy triste. ¿Crees que no me lastima que eso sea "todo" lo que puedo hacer por ella? Pero no es mi misión. No puedo ir en contra de los planes de Dios.
—Lo sé espíritu, lo sé. Pero a mí también me duele y no es justo esto.
Me quedé allí parada a su lado, mientras él lloraba y me explicaba las razones por las que no podíamos ayudar a Elisa. Me pareció absurdo. No me importaba si el enemigo la había apartado para él. Yo quería que fuera parte de los hijos de Dios, quería que ella fuera parte del rebaño.
Mientras estábamos allí, el suelo comenzó a temblar, otra vez el viento que se metía en el pozo y el llanto de Elisa se hacía cada vez más fuerte.
El Espíritu había dejado de llorar y vino a mi encuentro, otra vez estaba brillando, pero esta vez era diferente, su brillo había cambiado de color. La primera vez que lo vi era de color azul-celeste y ahora estaba de un color rojizo anaranjado. ¿Por qué tenía esos colores?
Otra vez vino a mi esa pregunta, ¿por qué a veces brilla y a veces no?
Me abrazó y me dijo al oído, como recordándome: "pase lo que pase". En el instante que él me decía eso, en el pozo de Elisa se escucharon aullidos, gruñidos y su dulce voz que aterrada repetía: "no, aún no, no".
No podía hacer nada y eso me carcomía los huesos. Aparté al Espíritu y comencé a correr hacia el borde del pozo. Él me tomó del brazo izquierdo y comenzó a jalarme, no me dejaba ir. Estiré mi otro brazo como intentando agarrar el pozo, aunque estaba lejos.
En el silencio de la noche, solo se podía oír los aullidos, el viento que ingresaba con más fuerza al pozo y la voz de Elisa. Se iba y no podía hacer nada. Me dolía el cuerpo, el alma y el espíritu y no podía hacer nada. Comencé a llorar y a suplicarle al Espíritu Santo que me dejara ir, quería hacer algo por ella.
—Por favor —decía ella— te lo pido. Aún es muy pronto. Me duele. ¿Ángel? ¿León? ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡¡DUELE!!
—Basta Espíritu, por favor déjame ir —le dije llorando.
—No puedo. A mí también me duele, pero...
—¡PERO NADA! —le grité—. ¡SOLTÁME!
—¡¡¿ÁNGEL?!! ¡¡¿LEÓN?!! ¡¡NO ME DEJEN SOLA!! ¡AHHH! ¡AHHH! ¡AHHH! ¡POR FAVOR NO! NO QUIERO. DEJAME. SOLTÁME. ¡¡¡AÚN NO!!! ¡¡¿ÁNGEL?!!
—¡¡¡SOLTÁME CARAJO!!! ¡¡¡ELISA!!! ¡¡¡ELISA!!!
Después de pelear con el Espíritu un rato, aún no me soltaba y me miraba con lágrimas en los ojos y su voz susurrante: "pase lo que pase".
Elisa había dejado de gritar, el viento, los aullidos, todo ruido se había detenido. Por fin logré que me soltara, por la fuerza que estaba haciendo, caí en la arena y lo miré. Él miraba al suelo, otra vez su luz había cambiado a azul, lloraba como en la mañana cuando salimos del valle. «Te odio», pensaba.
Miré hacia el pozo y casi arrastrándome en cuatro patas, llegué como pude al borde y la llamé. Ella no contestaba, por mi mente pasaron miles de cosas, miles de palabras, insultos, recuerdos, de todo pasó por mi cabeza en un instante. Comencé a llorar mientras la llamaba:
—Elisa, Elisa, por favor decime algo. ¡¡¡ELISA!!!
Me quedé tirada en el suelo con media cara dentro del pozo. Mientras lloraba me quedaba sin fuerzas y solo podía pronunciar su nombre: —Elisa... Elisa... Elisa.
En un momento ya no tenía más fuerza ni para llorar ni para llamarla. Había un silencio total en todo el lugar, ya no escuchaba tampoco el llanto del Espíritu. Era como si me hubiera quedado sola en ese lugar, tirada en el piso, queriendo abrazar a alguien que no conocía. Me dolía el cuerpo por el golpe al caer, me dolía el alma también, porque no quería creerlo, pero ella no estaba, ella no volvería.