De vuelta al camino. Una historia de superación personal

El camino de los pozos - Segunda parte

Luego de que el mar jugara conmigo, caminamos un largo rato por el camino de los pozos, él iba más adelante y como estaba muy serio comencé a cantarle, a ver si cambiaba un poco el ánimo. Pegaba unos alaridos bárbaros, pero él parecía inmutable.

Entre canto y canto, llegamos a un lugar que parecía como una ciudad, y en vez de casas, había agujeros en la arena. Me acerqué a él y le pregunté si otra vez habíamos vuelto al lugar donde encontramos a Elisa.

Me dijo que no. Que sí, pero no. Era muy confuso hablar con él, porque no te decía las cosas de una vez, daba mil vueltas, como queriendo que uno se diera cuenta solo, pero ya le había dicho que yo era muy lenta... perdón, inexperta para entender como él hablaba.

—Bueno —me dijo, como tratando de llamar mi atención.

—¿Qué pasa? —le dije mientras recogía un cuaderno del suelo.

—En este lugar hay muchos pozos, como te darás cuenta. Es un lugar como donde encontramos a Elisa, pero es algo diferente.

—¿Qué tan diferente? —le dije mientras hojeaba el cuaderno.

—¿Qué es eso que tienes ahí?

—No sé. Un cuaderno. Estaba aquí.

—¿Y por qué juntas esas cosas? No sabes que son.

—Es solo un cuaderno. ¿Qué hay de malo con él?

—Sí. Un cuaderno... como las olas.

Cuando dijo eso, me sacó el cuaderno de la mano y lo arrojó lejos, tanto que cayó dentro de un agujero. No oímos como caía el cuaderno en el fondo. ¿Tan profundo?, me pregunté.

No pareciera que son tan hondos estos pozos, más bien, parecen pequeños. Había tantos agujeros en aquel lugar, era hermoso, parecía una ciudad de pozos, ja, ja. Que tonta soy a veces, tengo cada idea. ¿Cómo podía ser hermoso el camino de los pozos?

—¡Hey! ¿Quién anda ahí?

Era una voz dulce, suave, inocente. Me pareció que era un niño pequeño. Pero, yo pensaba que los pozos no eran para los niños, sino para los grandes, para personas adultas. Después de todo, ¿qué mal podría aquejar a un pequeño becerro? ¿Qué tanto daño podría alguien hacerle a un niño, como para que termine en este lugar?

—¿Quién eres? —le pregunté, mientras me acercaba al borde del agujero.

—Soy Daniel —me dijo con voz muy tímida—. Tengo 5 años.

—Hola Daniel, soy León —le dije, mientras me agachaba para ver si lo llegaba a ver.

—¿Eres una niña? ¿Qué haces aquí?

—No, ya no soy una niña. Estoy aquí...

—Vete, no quiero hablar contigo... ¡¡VETE!!

Me paré enseguida y llamé al Espíritu. No podía entender por qué me había echado de esa manera, si no le hice nada. ¿Qué le pasará? ¿Algún adulto le habrá hecho daño? ¿Estará asustado por alguna cosa?

—¿Qué pasa? —me dijo el Espíritu, mientras se me acercaba lentamente.

—Este niño, que está aquí adentro, me preguntó si era una niña. Le dije que no y me echó de repente.

—¿Segura que es un niño?

—Sí, me dijo que tiene 5 años.

—Ten cuidado. El camino de los pozos es muy traicionero. Sobre todo, esta parte.

—¿Por qué?

—¡Uf! Ya te dije que dejes de preguntar por qué. Pero, es lógica tu pregunta en este momento.

—Bueno... A ver, dime, ¿qué hay de diferente en esta parte?

—Este lugar tiene pozos pequeños, son de niños y niñas que han sufrido en manos de adultos. Muchos de ellos fueron lastimados por sus propias familias. ¿Sabes? Los adultos pueden cometer aberraciones muy grandes con los niños. ¿Recuerdas lo que dijo Elisa sobre su familia? ¿Lo que le hizo el nuevo novio de su madre?

—Sí. Recuerdo que dijo que cuando era pequeña, él había entrado a su habitación. Pero no se acordaba de nada más. Bueno, solo lo que nos quiso contar, para que nos diéramos cuenta.

—Exactamente. Quizás muchos de los niños que se encuentran aquí hayan pasado lo mismo que Elisa o aún peor.

¡¿Pero qué clase de humano puede hacer tal cosa?!

Alguien demasiado perverso.

—Como el enemigo.

—Exacto —me dijo, asombrado—. Veo que estás progresando muy rápido en tus razonamientos.

«Que pena», pensé. Pobre Daniel. ¿Quién podría haberle hecho tanto daño? Me dolió cuando Elisa nos había insinuado eso, y ahora me dolía más porque Daniel creía que yo también le haría daño. ¿Cómo le explico a un niño herido que no soy una mala persona? ¿Cómo se hace para que las personas lastimadas vuelvan a confiar, si al parecer, siempre las han lastimado? ¿Cómo? ¿Cómo? Espíritu, por favor, ayúdame a comprender, ayúdame a enseñar.

Mientras yo pensaba todas estas cosas, el Espíritu se había acercado a Daniel para hablarle. De repente se paró, giró sobre sí y me miró:

—Escucha León. Ven. Te voy a mostrar como hablar con un niño. Luego iremos a otro lugar para que lo hagas tu sola.

Me sorprendió lo que dijo, ¿acaso él confía tanto en mí? Pero, según él soy inexperta. ¿Tan rápido cree que voy a aprender?

—Dime Daniel —le dijo suavemente—. ¿Sabes lo qué es el Ramanesh?

—¡Claro! —dijo Daniel sobresaltado.

—Ah, ¿sí?! —le dijo sin inmutarse—. Entonces sal de ahí ahora!

—Pero, Espíritu. Espera. ¿Cómo va a salir de allí? —le dije en voz baja para que Daniel no escuchara.

—¡Shhh!

El suelo comenzó a temblar otra vez, parecía un terremoto, el borde del agujero comenzó a romperse y se formaron grietas que llegaron hasta nuestros pies. Dentro del pozo se escucharon aullidos, gruñidos y jadeos, parecían de perros o lobos.

¿Qué rayos está pasando?

Miraba atónita sin entender la situación. El Espíritu se puso delante de mí, y del pozo emergió un niño pequeñito. Estaba flotando en el aire, mirando hacia abajo y con un aura demoníaca que se podía sentir a miles de kilómetros.

—Lárgate —le dijo el Espíritu.

En ese instante, el niño alzó su rostro para vernos. Sus ojos, por Dios, recuerdo esos ojos diabólicos, nunca había visto tal cosa.

—Lárgate —volvió a insistir el Espíritu.

El niño lanzó un grito aterrador que me hizo estremecer y que tratara de taparme los oídos con las manos.




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