De vuelta al camino. Una historia de superación personal

El mago - Primera parte

Ya despuntaba el sol, cuando el padre de Daniel, me llamó para avisarme que saldría luego del desayuno y si yo quería me acompañaría fuera del camino de los pozos. Así que, me levanté, acomodé la cama que me habían prestado y me acerqué a la mesa. La mamá de Daniel, había preparado un súper desayuno.

—Gracias señora, por su amabilidad.

—De nada querida, gracias a ti, por cuidar de Daniel mientras no estábamos.

—Daniel, gracias por enseñarme mucho, aunque eres pequeño aún, eres un gran maestro.

—Espero que tus deseos se hagan realidad.

—Yo también espero lo mismo de ti.

—León, ¿estás lista? ¿Nos vamos ya?

—Si, sí. Perdón.

El padre de Daniel se me adelantó unos cuantos pasos mientras yo me despedía de mi nuevo amiguito. Corrí para alcanzarlo, me di vuelta y le hice un gesto de despedida con mi brazo.

Caminamos un largo rato hasta que llegamos a una gran ciudad, era tan bella, comerciantes por todos lados, colores, música, mucha gente que iba y venía, niños corriendo, jugando, saltando. Apenas cruzamos las puertas de entrada, me despedí del padre de Daniel, le di las gracias y comencé a recorrer el lugar, miraba las artesanías, rechazaba productos que me ofrecían, pues no tenía ni un peso como para comprar algo.

Mientras miraba unas artesanías, que estaban muy lindas, comencé a escuchar un murmullo y la gente que se amontonaba en un lugar. Me acerqué para ver por qué el alboroto y descubrí que era un muchacho con una vestimenta rara, llamaba la atención de las personas y les hacía trucos de magia. Les mostraba cartas, hacia desaparecer y aparecer dinero. Y como si eso fuera poco, les vendía, a los desesperados, pócimas, que él decía que eran para: conseguir trabajo, amor, dinero, entre otras.

En un momento, se me acercó y me dijo:

—Usted, señorita, ¿no quiere encontrar al hombre de su vida?

—No, gracias. Lo que yo quiero, usted, no me lo puede dar.

Di media vuelta y lo dejé con su pócima de color azul en la mano. Tomó todas sus cosas, dio gracias a la gente que estaba allí y comenzó a seguirme; traté de esquivarlo, me escondí en un callejón mientras él pasaba sin darse cuenta donde yo estaba.

Miré para ver si se había ido y como no lo vi más, me di la vuelta como para irme y me choqué con él:

—Soy mago y adivino. ¿Creía que se podía escapar de mí?

—¿Qué es lo que quiere? ¡Yo no le compré nada!

—Justamente. ¿De verdad no le interesa una pócima, de la felicidad?

—Como si en un frasco pudiera haber felicidad. Ja, ja, ja —no podía parar de reír .

—No tiene que ser grosera, ¿sabe? —me dijo un poco fastidiado.

—Lo siento, pero me hizo reír.

—¡A ver! —dijo, poniendo cara seria—. ¿Qué es lo que necesita, que yo no le puedo dar?

—Al Espíritu Santo necesito —le dije enojada—. Y eso, mago querido, no me lo puedes dar tú.

Comencé a caminar con pasos fuertes, estaba enojada, porque el espíritu no aparecía y ahora me había topado con un imbécil y no sabía cómo sacármelo de encima. En un momento me detuve y pude ver como el mago se escondía detrás de unos jarrones enormes. Suspiré y me di la vuelta, me asomé por encima de los jarrones y le dije:

—¿Me sigues por alguna razón?

—¿Eh? ¿Quién me habla? —se hacía el ciego.

—¡Que bien! —le dije, como queriendo seguirle la corriente—. Como no puedes verme, no sabes que tengo aquí —tomé, con dos dedos, su sucio maletín lleno de mentiras—. Así que, si no te importa, me lo llevo.

Comencé a correr.

—¡Eu! ¡Ladrona! Vuelve acá con mis cosas.

—¿No eras cieguito?

—¡No, basta! Era una broma.

Me detuve y le dé volví su maletín.

—Ja, ja. Ok, aquí tienes, es tuyo después de todo.

—Me llamo Cristian Salgán —dijo, mientras me hacía una reverencia—. ¿Y tú?

—León —le devolví su reverencia.

Después de habernos presentado, me invitó a comer unos panes que hacían en uno de los puestos, le dije que no tenía dinero para comprar nada, pero pareció no importarle. Así que, compró los panes, mientras yo lo esperaba en un banco que había por ahí.

Tenía a mi lado su sucio maletín, estaba abierto, miré a ver si podía saber que rayos era lo que llevaba ahí y vi que había un libro, no podía ver el nombre así que, con mucho sigilo traté de abrir el maletín:

—¿Qué se supone que estás haciendo? —dijo el mago, mientras se acercaba con los panes.

—¡Nada! —dije, volviendo a mi posición anterior, muy nerviosa.

—Ja, ja. No te preocupes. Sé que quieres ver como se llama el libro.

Se sentó a mi lado, maletín de por medio, me dio el pan y comenzó a escarbar en el maletín. Luego de buscar y re buscar, sacó un librito pequeño. "Manual de bolsillo" decía la tapa del librito:

—¿Qué es esto? —dije, mientras agarraba el libro.

—Si quieres empezar con algo, debes leer este primero, el otro es muy avanzado.

—¿Esto es sobre magia?

—No —dijo, mientras le daba un mordisco al pan—. Es so... lo que me... antes —decía mientras masticaba.

—Primero traga y después habla. Porque no entendí nada.

—Bueno... Dije, que el libro trata de lo que me dijiste antes.

—¿Y qué dije?

—Que querías encontrar al Espíritu Santo.

—Ja, ja. ¿Y para encontrarlo, tengo que leer un libro?

—¡No! ¡Burra! —dijo mientras se golpeaba la cabeza con la mano—. Es una mini guía espiritual.

—No gracias —se lo devolví—. Esto no es correcto.

—¡Vamos! —dijo mientras me lo daba de nuevo. Es por eso que estoy aquí.

—¿Para darme este librito?

—No, nena —dijo, mientras se acomodaba en el banco—. Te voy a contar una historia.

—¿Una historia?

—Sí, sobre mí.

Que interesante, pensaba yo. ¿Qué rayos me importa su vida? Yo quiero encontrar al Espíritu Santo, lo demás no me importa nada. Pero, bueno, después de todo él compró la comida, creo que lo mínimo que puedo hacer es escuchar su historia, a ver si con esto me distraigo un poco y dejo de pensar en tantas cosas que no puedo resolver.




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