Hace mucho tiempo, en un pueblo llamado Qall'at, vivía un gran mago. Este hombre tenía a todo el pueblo bajo su poder, él daba las órdenes y todos debían obedecer. Aquellos que no hacían caso, mágicamente desaparecían sin dejar rastros.
Muchos se habían opuesto a sus normas y leyes y muchos habían perecido en el intento de acabar con él. Hasta que, un día llegó al pueblo un ser extraño montado en un corcel blanco. Llegó hasta la posada y pidió una habitación para pasar la noche.
Todos en el pueblo se preguntaban quién sería ese ser, pero nadie se atrevía a preguntarle qué era lo que buscaba en un pueblo dominado por la magia negra del maldito mago.
Una noche de tormenta, la posada se había llenado de guerreros, que buscaban la manera de derrotar al mago, entre trago y trago, todos los que estaban allí trataban de tramar alguna forma de acercarse al castillo del mago, sin levantar sospechas; mientras todos estaban hablando, se abrió la puerta de la habitación del ser extraño, que había pedido asilo y dijo, mientras caía un rayo:
—Yo, derrotaré al mago y traeré la paz.
Todos lo miraron en un profundo silencio y luego de un rato, comenzaron a reírse y no le dieron importancia a lo que esa persona decía. Después de todo, hacía muchos años que guerreros, espadachines y los llamados "seres celestiales" intentaron derrotar al mago y ninguno logró nada y todos murieron en el intento.
Como nadie le prestó atención, el ser extraño pidió un trago y se sentó en una mesa, donde había un niño pequeño dibujando, —ahí entro yo en la historia—, miró sus dibujos y le preguntó como si fuese un secreto:
—Tú, me crees ¿verdad?
—Sí —dije sin dejar de dibujar—. No eres como estos borrachos.
—Pero... necesito la ayuda de un valiente, como tú.
—¿Yo? —pregunté mientras dejaba de dibujar.
—Sí, tú eres valiente, se nota a lo lejos. Pero debes prepararte —dijo mientras me tomaba del brazo—. Eres muy debilucho.
—¿Y cómo me preparo? —pregunté emocionado. ¿Tengo que entrenar?
—Claro... Ven mañana muy temprano que te enseñaré qué es lo que tienes que hacer.
Apenas salió el sol, corrí a la posada a buscar a esa persona, pero, para mi sorpresa... El hombre ya no estaba. Le pregunté al dueño si lo había visto. Me dijo que el hombre antes de irse le había entregado una serie de libros, para que me los diera. Era una pila enorme de libros, todos acomodados por su tamaño, arriba de todo estaba este manual y en la primera hoja una carta que decía:
—¿Cuándo encuentres al León? —dije, interrumpiendo su historia—. ¿Sabes lo qué es el Ramanesh?
—¡Eu! ¡Déjame terminar de contar la historia! —dijo enfadado.
—Bueno... La cosa es que, comencé a leer los libros por el más pequeño, encontré muchas respuestas a preguntas que me había hecho siempre. Y cada libro, trae una enseñanza que te acerca más a Dios y te aleja de las cosas malas y mundanas. Creo que, en este camino que, emprendí hace muchos años, pude hacerme amigo del Espíritu Santo y por esa razón creo que puedo ayudarte a encontrarlo, así como yo lo hice.
—Qué gran historia —dije mientras pensaba: "¿Qué tendrá que ver conmigo?"
—¿De verdad? —dijo sobre saltado. Por eso cuando te vi allá en la plaza, fue como, guau, llegó la hora.
—¿Eh, de qué estás hablando?
—¿No lo entiendes? Tú. Tú eres la persona que necesitaba encontrar para terminar mi entrenamiento. Al fin podré regresar al pueblo y acabar con ese maldito mago.
—¡Ajá! ¿Y qué te hace pensar que yo soy "esa" persona que buscas?
—¿No me dijiste que te llamas León?
—Sí, pero no es mi nombre verdadero.
—Con más razón chica. Tú, eres mi camino al éxito.
Comencé a reír a carcajadas —Claro que sí. Ahora voy a ser tu instrumento, ja, ja, ja.
—¡Basta! ¿No te das cuenta de lo que eres y lo que significas?
¿Qué? ¿Cómo es posible? Me quedé helada cuando él dijo eso, porque el Espíritu también me había dicho lo mismo. ¿Qué es lo qué está pasando? ¿Por qué todos parecen saber quién soy y yo no tengo la menor idea?
—Disculpa, ¿por qué has dicho eso?
—Bueno... por tu sorpresa, eso quiere decir que no soy el primero en decirlo ¿no?
—Eh, bueno. Dejémoslo así.
—Ok. Vamos a buscar un lugar donde pasar la noche, no te preocupes por el dinero. Vendí unas cuantas pócimas y tengo suficiente, para dormir y comer.
Tomó su maletín y me dijo que lo siguiera, que conocía un lugar donde podríamos rentar una habitación.
Caminamos un largo rato entre artesanos, vendedores y predicadores. Hasta que llegamos a una vieja posada que parecía que la había arrasado un huracán. Golpeó a la puerta, se escuchó un ruido que me asustó y se abrió una ventanita que tenía la puerta.
—Otra vez tú.
—Hola señor Kepp. Vengo con una amiga, necesitamos donde pasar la noche.
El hombre abrió la puerta y me miró un rato, de arriba a abajo, varias veces y luego le hizo un gesto como diciendo "bueno, es tu elección". No sé en qué estaba pensando el señor Kepp, pero con mucha seguridad estaba muy equivocado.
Nos dio una linda habitación, hasta parecía que no era parte de la misma posada. Estaba muy limpia y bien cuidada.
—El señor Kepp es un poco gruñón. Pero es una buena persona y muy amable. Mira cómo tiene las habitaciones.
—Sí, puedo ver que todo está muy limpio y ordenado. Pero...
—Lo lamento "Ma chère". Las habitaciones tienen una sola cama. Pero, como es grande, creo que vamos a poder dormir bien si ponemos unas almohadas en el medio.