De vuelta al camino. Una historia de superación personal

Brillar con el alma rota

En la mañana siguiente cuando desperté, vi que Cristian ya no estaba, sus cosas tampoco. Me levanté, lavé mi cara y salí de la habitación. Fui al hall y le pregunté al señor Kepp si había visto a Cristian y me dijo que él se había ido en la mañana muy temprano. Pero que lo esperara en la vera de la Ribera Robinson, que él estaría allí en cuanto el reloj marcara las 18.

Le pedí indicaciones de cómo llegar, le di las gracias y me fui de allí. Estaba muy contenta porque había tenido una buena noche con el Espíritu. Al fin pudimos hablar como buenos amigos, me frustraba un poco que Cristian no estuviera, pero después de todo era un bello día y quería disfrutar mi camino a la Ribera.

Caminé otra vez por las calles atestadas de personas que iban y venían; compraban, vendían, se saludaban y los niños que corrían de un lado a otro. Pasé frente a un pequeño puestito de antigüedades y, para mi sorpresa, el vendedor era el padre de Daniel. Me acerqué y lo saludé amablemente:

—Hola señor. ¿Cómo está?

—Hola chica, bien. ¿Le interesa comprar algo? —me trató como si no me conociera.

—Em, no tengo dinero. ¿Se acuerda de mí?

—No le debo nada a nadie.

—No —dije nerviosa—, no vengo a cobrar nada. Soy la chica que cuidó de su hijo Daniel.

Cuando dije el nombre del pequeño, su rostro se transformó. Estaba abatido y casi a punto de llorar. Me quedé callada mientras lo miraba pensando que había metido la pata otra vez.

—¡Ah! —dijo soltando un suspiro—. Si, Daniel.

—¿Está todo bien? No fue mi intención hacerlo sentir mal.

—No —dijo con ojos muy tristes—. Lo que pasa es que, bueno... —suspiró otra vez—. Tuvimos que entregar a Daniel.

—¿Entregar?

—Sí, debía dinero a unos comerciantes y tuve que "vender" a Daniel, a cambio del perdón de la deuda.

—¿Qué? ¿Quién fue el insensible que estuvo dispuesto a un intercambio así?

—No vienen mucho a la ciudad, pero les debía dinero y no tuve opción. Lamento mucho todo esto. Analía está muy triste y yo también desde luego, pero no tuve opción.

¿No tuvo opción? ¿Era más importante su puestito en el mercado que su hijo? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿No hay nadie que de préstamos? No sé, mudarse, salir corriendo... No, bueno, eso tampoco lo liberaría de las deudas. Pero ¿su hijo? ¿Cómo es posible. Ay Espíritu dime ¿qué podemos hacer? Después de todo lo que pasó con Daniel, quiero hacer algo por él.

—¡Ah! Antes de irse con el comerciante me dio dos cosas... Me dijo que si la volvía a ver que se los diera. Espéreme aquí, ya se los traigo.

—¿Para mí? Oh, que lindo...

—Tenga, es un cuadernito y su juguete favorito. Le dije que quería quedármelo, pero me dijo que no, porque era para usted.

—Muchas gracias. Me tengo que ir, pero seguramente volveré y espero poder ser de ayuda para rescatar a Daniel.

—Gracias por la intención, pero él va a estar mejor en un lugar donde le puedan dar lo que yo no puedo. Gracias de nuevo y que tenga un buen día.

Luego de que me deseó un buen viaje, volvió a meterse en la tienda, detrás del puesto y yo me quedé en la calle con los regalos de Daniel en la mano. ¿Qué podría darle un grupo de comerciantes a un niño, que sea mejor que el amor de sus padres y crecer junto a ellos?

Comencé a caminar y al fin salí de la feria. Caminé un poco más y me senté en un banco que había por ahí. Abrí con cuidado el regalo y saqué un pequeño juguetito... ¡Ah!, es uno de los deseos de Daniel y también saqué el cuadernito: "Brillar con el alma rota". Era el cuaderno que el Espíritu me había quitado de la mano en aquella ocasión, y que había caído en el pozo donde estaba el niño.

—Mira Espíritu, es ese cuaderno que me dijiste que no juntara.

—Sí, ya vi.

—"Brillar con el alma rota", suena bueno el título ¿no? —dije mientras pasaba las páginas.

—Mira eso. Parece la letra de un niño.

—Sí, ya lo sabías y te haces el sorprendido. A ver... ¿Qué dice?... Oh, es de Daniel. ¿Quieres qué lo lea?

—Sí.

Después de leer la carta de Daniel que estaba en el cuaderno no podía dejar de llorar, pensaba mucho en sus palabras

Después de leer la carta de Daniel que estaba en el cuaderno no podía dejar de llorar, pensaba mucho en sus palabras. No podía entender cómo es que un pequeño niño se había dado cuenta de mi fragilidad, de mi debilidad. No entendía como un niño podía ser tan maduro en sus pensamientos y yo que se supone tengo más experiencia en la vida, no me di cuenta ni de estas simples cosas que pasaron a mi alrededor, ni de las cosas que le pasaron a mi cuerpo.




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