Siempre pensé que las cosas que no podíamos ver, eran porque no existían.
Yo misma lo confirmé el día que comencé a creer en Dios. Sí, lo vi, supe que era real. Me pasó exactamente lo mismo aquella noche en mi pozo, cuando encontré al Espíritu. En realidad, él había estado siempre conmigo, solo que no me había dado cuenta porque no lo veía.
Ahora estoy aquí frente a este ladrón de sombras y no sé qué hacer. Ángel preparó un gran plan, la cuestión es que ahora yo sea capaz de llevarlo a cabo. Pero, ¿y si no lo soy? ¿Si no logro hacer lo que él me dijo? ¿Qué me va a pasar si no logro hacerlo?
Bueno León, basta de preguntas; es momento de actuar, momento de demostrar que soy valiente, momento de tomar este lazo que el Espíritu hizo con la soga y vencer.
—¿Quién te hizo creer que con eso me vas a vencer? —dijo entre carcajadas burlándose de la soga y sabiendo lo que estaba pensando.
—Oh, veo que eres inteligente —dije mientras comenzaba a mover el lazo—. Lo que no sabes es quién soy —trataba de intimidarlo.
—Por supuesto que lo sé. Eres esa chica. La presa más valiosa —dijo mientras se ponía en posición para atacarme.
—No tan rápido, estúpido —di un paso atrás—. Veremos quién caza a quién.
Tiré el lazo para envolverlo. Lo pude atrapar y jalé lo más fuerte que pude de la soga para ajustarlo y que no pudiera moverse. Quedó con el lazo atado a la cintura y bloqueados sus brazos, no podía moverse, gemía y gruñía. En ese momento veo a Cristian que sale corriendo del callejón, tenía algo en sus manos, pero como estaba lejos no pude ver qué era.
Cuando al fin se acerca, puedo ver que su cara no era como antes, algo le había pasado. El ladrón estaba maniatado, sentado en el suelo y riéndose de mí.
—Te dije que esta soguita no es suficiente para detener mi poder.
No podía entender cómo es que la soga no había funcionado. Ahora más que el ladrón, me preocupaba Cristian, ¿qué hago? ¿Grito? No puedo dejar de pensar que soy una inútil y que nada me sale bien «quiero volver al pozo, no quiero estar aquí, no sirvo para nada, me voy a dar por vencida, total ¿qué posibilidades tengo de ganar?».
—¡Basta León! —era la voz del Espíritu en mi interior.— Es momento de actuar, no de lamentarse.
—Lo sé, pero no puedo hacer nada.
—¿Ya te das por vencida niña? —dijo el tipo mientras rompía el lazo.
—¡NO! ¡Aún no! —gritamos con el Espíritu al unísono.
Tomé una de las pócimas que me habían quedado en el bolsillo y rogando que funcionara, se la tiré con todas mis fuerzas, con tanta mala puntería que cayó en los pies de Cristian y se rompió en mil pedazos soltando el perfume que contenía.
—Que mala suerte —dijo burlándose—. Fallaste.
—Ja, ¿quién dijo que el tiro era para vos? —dije, como si supiera lo que estaba haciendo.
—Pero, ¿qué rayos está pasando? —Cristian había vuelto a la normalidad.
—Aléjate de ahí, podes volver a caer en sus manos —dije mientras corría para ponerme delante de él para defenderlo.
—No lo quiero a él. Te quiero a ti.
Comenzó a mover las manos de un lado a otro, la atmósfera se volvió densa, muy densa, no se podía ver absolutamente nada. De un momento a otro, me encontré rodeada de una niebla espesa y un olor putrefacto que no se aguantaba. Me tapé la nariz con el brazo derecho, mientras que con el otro intentaba disipar un poco la niebla, pero me fue imposible. Esa noche se volvió más oscura que cualquier otra. No entendía qué era lo que estaba pasando.
—Bienvenida al lugar de los recuerdos —dijo una voz grave y oscura—. Si logras salir de aquí dejaré a tus amigos en paz.
—¿Dónde se supone que estoy?
—En el lugar de los recuerdos. ¿Creíste que con ese lazo triste me ibas a cazar?
—Sólo estaba siguiendo órdenes.
—Jajaja. Bendito el que te envía entonces.
—Deja de burlarte de mi Señor y dime qué es lo que quieres, de una buena vez.
—Tu sombra. Ya te lo dije.
—¿Y para qué la quieres? No hay nada de especial en ella.
—Jajaja. ¿No sabes quién eres?
—¡Basta! Ya me lo han dicho miles de veces y creo eres la cosa más insignificante para hablarme de ese modo.
—Jajaja. Si ya te lo han dicho, dime: ¿quién eres?
—Tu peor pesadilla maldito demonio.
En ese momento sentí como en mis muñecas y tobillos aparecían cadenas, gruesas cadenas que me apretaban, casi cortándome la circulación. Caí al suelo, no podía aguantar el dolor que estaba sintiendo.
Cuando alzo la mirada, al escuchar unos pasos, veo que hacia mi venía un ser espeluznante. Era como un esqueleto a medio pudrir, lleno de moscas y gusanos. Se le iban cayendo los pedazos de carne podrida mientras daba pasos fuertes que agrietaban la tierra y removían el aire. No podía respirar, el olor era realmente inaguantable.
Se me fue acercando lentamente y colocó alrededor de mi cuello la soga que le había puesto al ladrón. No entendía cómo podía ser si estaba rota.
—Ahora verás lo que se siente.
Ató la soga a mi cuello lo más fuerte que pudo, cortándome el aire. Hacía esfuerzos en vano tratando de llevar mis manos a la soga para desajustarla, pero estaban siendo jaladas por alguna cosa que no podía ver y la soga me apretaba cada vez más el cuello. Me estaba quedando sin aire. Me estaba muriendo.
Recordé muchas cosas en ese momento: personas, lugares, palabras, sensaciones, pero más me acordé del dolor y el sufrimiento que había pasado dentro del pozo. Esas noches de llanto interminables, de dolores en el cuerpo hasta el amanecer, de las personas que pasaban a mi alrededor haciendo de cuenta que yo no estaba. Los momentos en los que quería que mi vida se terminara, el momento en el que tomé el cuchillo de la cocina para ponerle fin a todo eso. Cerré fuerte los ojos mientras todo esto me dolía, y pensé en una cosa más...
La noche que tomé el cuchillo, me senté al borde de la cama y con lágrimas en los ojos le pedía perdón a toda mi familia, a los que se fueron sin avisar, a los que murieron, a los que están por venir. Esa noche también había cerrado los ojos para no volver a abrirlos, pero recordé que esa noche también dije algo que no voy a poder borrar: