De vuelta al camino. Una historia de superación personal

La celda sofocante y sombría

Cuenta la historia de un lejano pueblo que en medio del bosque vivía una mujer solitaria, en una casa como las de los duendes en los cuentos de hadas. La mujer era esbelta, bella, tenía el cabello largo y oscuro, sus ojos eran grandes y brillantes. Dicen que ella podía ver el interior, el alma de las personas, con solo mirarlas fijamente a los ojos.

Era la hija de un hechicero que los habitantes del pueblo habían matado cuando ella era muy pequeña. Desde entonces, aprendió a subsistir y a cuidarse sola. Cada vez que alguien se adentraba en el bosque, en búsqueda de aventuras, ella los corría creando así el rumor de que el bosque estaba encantado. Que allí vivía una bruja y que si te acercabas mucho a su casita podía hacerte desaparecer en cuestión de segundos.

Pero... Nada de esto es real. La mujer, sí, vivía sola; sí, habían matado a su padre. Pero él no era un hechicero, era un humilde carpintero que ante las habladurías del pueblo decidió hacerse una casa en el medio del bosque, donde nadie pudiera molestarlo a él y a su nueva familia. La madre de la niña había muerto en el parto, puesto que nadie quería entrar en el bosque por miedo al señor. Él supo cuidar muy bien de la niña, la hizo fuerte, valiente, capaz de cualquier cosa.

Ella no pudo salvarlo, era muy pequeña. Solo pudo esconderse en una especie de calabozo que había en una construcción abandonada no muy lejos de su hogar. Allí estuvo muchos días, sola, pasando frío y hambre. Estaba muy triste porque no sabía si algún día podría regresar a su casa y no sabía qué era lo que realmente había pasado con su padre.

Los años pasaron... Pudo salir adelante pese al dolor y la nostalgia. Nunca salió del pueblo, siguió viviendo en la casita que su padre había construido con mucho esfuerzo y sacrificio. Aunque tuvo que arreglarla mas de una vez ya que los lugareños cada tanto iban a destruirla, a tirarle piedras, a querer que la mujer se fuera de ese lugar.

—Oh pero que historia mas triste —dije

—Sí, mi niña —dijo con dolor en el alma la abuelita—. Aun creen que soy una bruja.

—Que pena —dije imaginándome que la mujer de la historia era ella.

—Ya puede irse a su casa señora Godínez —dijo un oficial mientras le abría la reja.

—Gracias querido —dijo muy amablemente la señora—. ¿Sabes? Tengo una nueva amiga.

—Tenga cuidado con la señora Godínez —me dijo el oficial en voz baja—. No está muy bien de salud —mientras hacía un gesto indicando que la señora estaba loca.

Miré al oficial con cara de pocos amigos. Busqué con la mirada a Cristian y me di vuelta para ver a la abuelita, para saber más de lo que me estaba contando, pero cuando giré ya no estaba. Me fui casi corriendo hasta la puerta de la seccional, pero en la calle tampoco había nadie. Ahora me pregunto: ¿será verdad lo que dijo el oficial? Bueno, si de verdad no era una bruja ¿por qué desapareció? ¿o es que no puedo verla pero en realidad sí está ahí?

—No, no está —dijo el Espíritu, que volvía a aparecer.

—¿Y tú de dónde vienes?

—Fui a seguir a la abuela.

—¿A la señora Godínez? ¿Para qué?

—Hay algo en su relato, en ella, que me llamó la atención.

—¿Qué cosa?

—Dijo que estuvo en una celda por varios días sin agua, sin comida, con frío. Y...

—¿Ahora me vas a decir que también estuviste con ella?

—No. Escuché hablar de ella en el Reino. Por eso tengo curiosidad.

—Ok. Vamos a buscar a Cristian y vemos si la podemos encontrar. Yo también quiero saber más de ella.

Luego de arrastrar a Cristian a la vereda, puesto que no quería irse, pero ya estaba inventando demasiadas cosas y era insoportable hasta para nosotros; así que me imagino la "paciencia" de los oficiales. Luego de eso, el Espíritu nos guío hasta una pequeña aldea. Era muy pintoresca, no como el pueblo donde encontré a Cristian, estaba llena de colores y mucha, pero mucha música.

Entramos y caminamos por la calle principal que nos habían dicho que llegaba hasta la entrada del bosque. Unos curiosos nos acompañaron hasta allí, luego nos dieron la bendición y nos dejaron solos. Seguramente le tenían miedo a la señora Godínez, pero eso no iba a detenernos.

Una vez que nos adentramos en el bosque, caminamos un largo rato hasta llegar a una casita pequeña, realmente parecía una casa de cuentos; era como la casa de la bruja en el cuento "Hansel y Gretel". Estaba adornada con muchos colores, telas que hacían de banderines y se podía escuchar música, parecía un piano, era tan dulce y luego una voz... estoy segura que la señora Godínez estaba cantando y tocando el piano. Llegamos hasta la puerta que estaba entre abierta. Golpeamos las manos para avisar que estábamos allí, pero nadie respondió. La música seguía sonando:

No puedo volar, mis alas rotas están.

Intenté alzar el vuelo, pero caí.

No tengo fuerzas y no sé donde buscar.

Aunque yo sé que estás ahí [...]

Cura mis heridas, dame una nueva vida.

Yo quiero ser tu amiga.

No me dejes aquí a la deriva. [...]

No puedo volar, mis alas rotas están.

—¡Señora Godínez! —grité, a ver si así me escuchaba.

Pero la música seguía sonando, así que entramos en la casa con mucha cautela. Para nuestra sorpresa no había nadie allí. Recorrimos toda la casa, pero no había rastros de la señora. Luego recordé que ella había dicho que cuando atacaron a su padre se había escondido en una especie de calabozo, así que salimos de la casa y nos dirigimos para el fondo del bosque.

Cuando llegamos, entre los árboles había un calabozo, una prisión medio derrumbada. Dentro de esa construcción hecha pedazos había una celda. Los barrotes estaban oxidados por el paso del tiempo, la celda se veía muy sombría. Tenía un olor muy particular, parecía moho mezclado con un perfume dulce, como si fuera mirra mezclado con barro.




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