De Vuelta Al Paraíso

Capítulo II

La Vulnerabilidad del Pensamiento

Hace poco escuché a mi vecina discutir por teléfono con la maestra de su hijo a causa de que obtuvo notas bajas, supuestamente el niño dice que hizo todo bien. Me pregunto si dirá la verdad. ¿Por qué seremos tan manipulables en nuestros pensamientos? Cualquier cuento hoy en día se nos hace creíble sin siquiera profundizar en su realidad. ¿Desde cuándo el niño habla y el anciano calla?, ¿A caso no es la sabiduría quien debería enseñar a la inexperiencia? Espero que nadie tenga la capacidad de escuchar mi pensamiento, pero, qué despreciables son los padres hoy en día. ¿A caso no está en ellos la autoridad?, más pareciera que ahora el hijo es quien manda y el padre se somete a su autoridad.

Eso demuestra una cosa: no importa si seas niño o el hombre más longevo de la tierra, parece ser que en nuestra naturaleza se esconde la ignorancia de dejarnos manipular por cualquier mentira.

Aún guardo entre sombras el recuerdo de cuando era pequeño, crecí en una escuela muy fina y elegante, con pasillos hermosos y brillantes por el buen trabajo que realizaba el conserje. En esos salones llenos de un olor a escritorios nuevos y tinta de marcador, la filosofía se había convertido en la prioridad de la institución. En los pequeños rincones de la misma podrías encontrar cuadros con frases filosóficas de algunos personajes muy famosos en el mundo. Era inevitable salir de aquella escuela sin no leer más de tres frases que te dejaban pensando muy profundamente, y no eran frases profundas como la de: ¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?

Más bien, eran frases muy interesantes como: "Tienes que morir unas cuantas veces antes de poder vivir la verdad. De Charles Bukowski"

Fuera del ámbito estudiantil, crecí en un hogar donde la ciencia se había convertido en prioridad. Después de después meditar demasiado en aquella profundidad de la filosofía y compartir mi aprendizaje con mi padre; el gran científico del siglo para mí, eran suficientes veinte minutos para que tomara todo lo necesario y comenzara a darme un gran y maravilloso discurso sobre cómo la filosofía no se comparaba al “grandioso poder de la ciencia”. Solía decir que por más preguntas que ella presentase, la ciencia tenía el poder de responder a tales interrogantes y dejar en vergüenza a la misma.

Era una larga media hora narrando los grandes experimentos que ha logrado la humanidad y el triunfo que tuvo a través de su profesión. Con el gran entusiasmo y pasión que el me compartía todos esos datos, al instante estaba totalmente convencido del poder del hombre y de su capacidad para evolucionar. A pesar de que esos treinta minutos, después de medio día en clase, se tornaban un tanto aburridos.

En ocasiones mi corazón se despertó a la curiosidad. Tomaba las cosas de mi padre, todo lo que guardaba en aquella limpia y delicada oficina que se escondía en el sótano de la casa, donde la única luz que existía, era una pequeña lámpara blanca con forma de capullo, que mi madre en alguna ocasión especial le regaló. Hacía uso de sus químicos o herramientas y comenzaba a crear mis propios experimentos. Aunque solo mezclaba un par de cosas para ver su reacción, recuerdo tener que ir al hospital más de una vez por contacto con químicos que fusionaba y no resultaban como esperaba. Por eso mismo, en algunas cuantas ocasiones que lo hice, mientras comenzaba a hacer ruido con las cosas que utilizaba, de pronto aparecía una anciana vigorosa, con bellas líneas que marcaban su rostro sonriente, y muy amorosa me decía: - Ten cuidado papaíto, puedes salir lastimado. Dios da el talento para hacer las cosas, pero debemos ser cuidadosos para usarlo.

Mi abuela siempre fue muy creyente acerca de Dios y la biblia. En cada ocasión siempre tenía algo que decir relacionado con ello. Me compartió miles de historias extraordinarias y sorprendentes. Hablaba sobre la existencia de gigantes hace mucho tiempo y de como Dios les dio fuerza y habilidad a algunos hombres para vencerlos; sobre monstruos horripilantes que existen en la tierra, los cuales solo la mano de aquella incomparable deidad puede derrotar; de como con un par de vueltas y un solo grito, un ejército consiguió derribar una gran muralla fortificada.

Era magnifico recibir tantísima sabiduría, pero vivir en esos tres ambientes diferentes sin duda alguna, trajo consecuencias. Pude haber terminado peor que un loco, pero las reacciones no fueron tan graves; al menos en mi opinión. Algo en mí explotó hace algunos años a causa de todo aquel conocimiento que entró a mi corta edad. Desde ese entonces vivo en una constante esclavitud. Mi corazón se endureció y mi propia mente se desbordó. Tanta sabiduría me dañó, la multitud de malas experiencias se sumaron al pesar e hicieron de mi propio ser, una habitación semejante al Seol. La dureza y la insensibilidad de mi corazón, enfrió mi amor, moviéndome a ser menos empático y a reaccionar con violencia con todos a mi alrededor. Aborrecí a la misma humanidad siendo yo, parte de ello. Aprendí a aborrecer la vida. Nada me parecía justo o necesario. Perdí, no todo lo que más amaba, sino, aquello que me hacía sentir con vida. Puedo amar, pero es muy distinto simplemente amar, que amar aquello que te da vida.

En alguna ocasión enfurecí demasiado y actué incorrectamente. Tal como debía, la policía tuvo que tomar medidas conmigo, porque aquello se volvía cada vez, peor. Eso pasó hace mucho tiempo y no quiero acordarme. Mis vecinos aun piensan que soy un gran loco, pero no es así. Solamente actué conforme al impulso de mi corazón al simplemente, ya no soportar. Pude haber pasado a peores, lo acepto, pero trataron conmigo y todo se tornó para mejor.




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