De Vuelta Al Paraíso

Capítulo VII

El Reflejo Perdido

Amaneció rápido y aún continúo sobre mi cama observando el techo desde las 4:00 AM. No puedo parar de imaginar a Adán y a Eva como seres de luz. Parece algo de película, es algo totalmente extraordinario y difícil de creer. ¿Por qué nadie había descubierto esto de esa manera?

Ese mismo descubrimiento sobre nuestra realidad me lleva a imaginar un mundo donde todos fuéramos seres de luz. ¡Adiós facturas de electricidad! Los cobradores tendrían que buscar otro trabajo, tal vez como guías turísticos en la oscuridad. Las calles serían tan brillantes que podríamos pasear a cualquier hora sin miedo. Eso sí, dormir sería un reto con tanto resplandor; ¡tendríamos que inventar cortinas opacas de super alta tecnología!

Aunque de niño me gustaba dormir con la luz encendida y con la puerta abierta por miedo al monstruo del armario, ahora no podría, me he acostumbrado a dormir con las luces apagadas. Si así no fuera, no hubiese solicitado que quitasen el alumbrado público con tal de poder dormir mejor. Es insoportable intentar dormir cuando rayos de luz impactan con tus ojos. No puedo dormir tranquilo y tiendo a enojarme, en este caso no podría, porque tendría que pelear conmigo mismo por ser tan radiante ¡ja, ja, ja!, si ahora soy bien apuesto, aseguro que con luz sería muy brillante.

Un par de ancianas indiscretas de la colonia me observan con curiosidad mientras sonrío por todo esto. - ¿Hay algún problema de que sea feliz y sonría por un momento? – Les exclamo con furia en tanto que ellas intercambian murmullos entre sí. Simplemente me hace feliz imaginar cómo sería nuestra vida si nada hubiese cambiado el principio y creo que no está mal hacerlo. Juzgan mi felicidad solo porque no la adquiero de la misma forma que ellas. Sin duda alguna todos tenemos fuentes distintas de felicidad. Las dos señoras se levantan de aquel lugar mirándome un tanto feo y se retiran.

Desde hace mucho que vengo acá, el boscoso parque de la ciudad. Busco un tiempo de paz en este mismo rincón todas las veces. Esta banqueta y yo somos amigos desde que me mudé a Londres, se ha convertido en el rincón que ha visto caer de mí las más grandes penas; ¡cosas de banquetas y un hombre viejo!

De pronto, un fuerte dolor en mi cuerpo hace desaparecer mi alegría obligándome a caer rendido en el suelo. Mi ser entero se muestra débil mi vista se opaca ante la circunstancia. Nada puedo hacer en esos momentos, simplemente, esperar a que el dolor insoportable pase y deje de consumirme. Nunca nadie me ayuda, siempre debo esperar tirado en donde sea que haya caído y nadie tiene el corazón tan noble como para poderme levantar.

De pronto, una mano se posa sobre mi espalda mientras aún intento retener mi cuerpo con mis dos manos para no caer del todo. Entre la vista empañada de mis ojos, apenas puedo distinguir a aquel varón. Me tomó del brazo y muy amablemente me levantó a un lugar digno, limpiando mi suciedad con un grato: - ¡Todo va a estar bien!

Ese incomparable acto de amabilidad alumbró mi propia oscuridad. Realmente no fue que aquel hombre estuviese revestido de luz, pero lo que hizo fue el reflejo de la misma alumbrando mi pesar. ¿Será que ahora radica en eso nuestra luz?, ciertamente son pocos los que están dispuestos a hacer cosas como esas, pero, imaginen, cómo iluminaríamos este mundo de tinieblas, si propusiéramos en nuestro corazón realizar actos que le devuelvan la felicidad a las personas.

Eso mismo nos ha hecho perder nuestra identidad, ya no nos importa el dolor de alguien más. Nos hemos llenado de un concepto erróneo donde: si yo estoy bien no importa, cada quién lucha por sí mismo. Pero no, no somos así, no somos eso, no nos convirtamos en algo tan despreciable y aborrecible. Somos más que simples seres hechos para existir, la esencia de nuestra realidad radica en “propósito” y no podemos permitirnos venir al mundo simplemente para llenar un espacio.

Sin duda alguna para ello tenemos miembros, para encaminarnos a hacer buenas obras; para escuchar a quienes necesitan ayuda y alzar la voz por ellos. Quizá ya no tengamos una luz en nuestro cuerpo como la conocemos, pero podemos seguir portándola metafóricamente al momento de ser gente que busque todo lo posible para devolverles el brillo de sus ojos a aquellos quienes lo han perdido.

Entre mis recuerdos nublados, solo guardo la voz ronca de un anciano, el que me brindó su ayuda, de lo contrario no recuerdo su rostro. Me subieron a una ambulancia, me trajeron al hospital y he comenzado a recobrar la fuerza. Después de unas horas me siento lo suficientemente restaurado como para volver a casa, prefiero eso antes que quedarme encerrado en un horroroso hospital durante la noche.

Las enfermeras se niegan a dejarme ir, pero al fin de al cabo es mi decisión. La parada de autobús se encuentra cerca, por lo que no creo tener complicaciones. Al llegar subo justo en el asiento número cinco pegado a la ventanilla. Al parecer aun guardo debilidad… mis ojos se cierran lentamente con mi cabeza recostada en el vidrio de la ventana, mientras el conductor enciende de a poco el autobús.

Como un acto de suerte, despierto justo antes de llegar a mi parada. Desciendo del autobús y a los primeros cinco pasos me doy cuenta que cada vez, mi viaje de regreso se torna lleno de sollozos y complicaciones. Realmente no me importa, sino lucho por mí mismo nadie más lo hará por mí, estoy solo y debo ser fuerte. Además, la razón por la cual aún sigo luchando es porque un día mi abuela enfrentó algo tan terrible como esto y tuvo el coraje de luchar contra ello sin rendirse. A pesar de haberse ido desde hace mucho tiempo, sigue siendo mi inspiración para todo. Lo que no sabía era que su proceso de cáncer y su valentía ante ello, me servirían de ejemplo para que yo no me rindiese.




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