El Despertar del Corazón
A la mañana siguiente, me desperté con el sonido del despertador. Al levantarme vi aquel papel sobre la mesa y decidí ignorarlo de nuevo. “Después del desayuno,” pensé. Pero aun, después del desayuno, el papel seguía ahí, mirándome fijamente.
Finalmente, antes de salir de casa, decidí no dejarme intimidar por un simple pedazo de papel y me rendí. Saqué el papel, lo desdoblé y dentro de su contenido yacían un par de versos bíblicos que, sin duda alguna, aquel hombre había escrito. Aún me quedaba tiempo como para leerlo, por lo que me rendí ante un pedazo de papel y decidí meditar en lo que un hombre totalmente desconocido había decidido escribir para mí. No suelo leer las escrituras, por lo que me tomó tiempo encontrar cada verso de los cuales estaban presentes en aquel papel. Estaba buscando “La carta a los Corintios” en el antiguo testamento ¡Ja, ja, ja!
El primer verso había sido escrito en la biblia por el Apóstol Pablo, quien habló a los Corintios diciendo: - “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él.” (1 Corintios 6:17)
No sé por qué este hombre había escrito esto en aquel entonces, pero sin duda, algo tenía que enseñarles a aquellas personas de la región por medio de esto. Pero no presté otra atención más allá de mirar los ligamientos a todo aquello de lo cual estuve escudriñando estos últimos días. Ni siquiera sé si aquel varón de barba blanca me escuchó hablar todo el tiempo, pero ¿por qué decidió darme algo que hablaba sobre la unión a Dios y la transformación en espíritu?, no lo sé, alguna razón debe haber tenido.
Aquel varón me habló de una unión al Señor para llevar una nueva vida, pero ¿cómo es que este verso viene a darme la razón cuando en algún momento mencioné que el hombre necesita estar conectado con Dios para ser igual a Él? Seguramente en ello radica el recobrar la identidad o ser como Él nos hizo, en aprender a solamente estar conectados a Él y separarnos de lo que nos mantiene apegados acá en la tierra. Un corazón unido a lo terrenal no puede recibir lo celestial.
¿Para qué querría un corazón vivir en el cielo si le encanta estar aquí?, es como alguien a quién le gusta el calor, no tendría por qué ir de vacaciones a la Antártida. Nos apegamos a aquello que realmente nuestro corazón anhela, por lo tanto, si él desea unirse a lo celestial, tiene que estar definido en soltar lo material.
Creo que, al fin de todo, no está tan mal padecer un poco con tal de recuperar la semejanza. No será un recorrido fácil, pero con tal de ser acepto, recobrar la identidad y heredar nuevamente el paraíso, vale la pena. Solo debe aprender el corazón, a soltar aquello que le hace daño.
Y hablando de padecer… mi pesar decidió aparecer demasiado temprano otra vez. Ni siquiera pude dormir bien anoche por el dolor y justo ahora aparece aún más fuerte; ¡es algo insoportable desde hace unos días! El momento se tornaba en una decisión: o decidía salir en ese momento hacia la clínica, o prefería quedarme para leer lo que podía ser, los últimos versos de un libro que mis ojos degustarían. Saben, creo que cuarenta años son suficientes y como dije, no me gusta hablar de mi cáncer, pero justamente hoy se ha tornado a peor. Los últimos días fueron mil infiernos con el pesar, pero traté de no darle importancia; no me gusta mencionarlo porque siento que puedo preocupar a los demás o ponerles cargas que me pertenece a mí la responsabilidad de llevarlas. Por lo que no llamaré al vecino ni a los bomberos para que me auxilien… este tiempo me ha sido suficiente y gozaré de este que quizá será el último, de la mejor manera como me ha gustado hacerlo desde de pequeño.
Tomo un banco alto que me permita sentarme a la altura donde pueda recostar mi propio cuero en el desayunador de mi cocina y quizá así calmar un poco el dolor mientras leo. Pasé otras cuantas páginas de la biblia guiándome al siguiente verso mientras el dolor subió de gravedad y comenzó a opacar mi vista de apoco: - “Por tanto, - alcancé a leer. - SALID DE EN MEDIO DE ELLOS Y APARTAOS, dice el Señor; Y NO TOQUÉIS LO INMUNDO, y yo os recibiré.
Y yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.
Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Corintios 6:17-7:01)
¿Salir?, ¿de en medio de quién?, ¿de los que son inmundos?, creo que a eso se refiere. A apartarnos de todo lo que no es aceptable delante de Dios, tomando en cuenta aún a las mismas personas que están contaminadas por completo. Ciertamente Dios no acepta cosas inmundas y es necesario que aprendamos a santificarnos, a apartarnos solo para Él, para que podamos llegar a ser tal como Él es.
Y si se preguntan si dolerá, claro que dolerá. Habrá que apartarse de cosas a las cuáles estamos demasiado apegados, pero habrá que hacerlo con la pasión de que algo mejor nos espera.
No solo es padecimiento, también es guardar la esperanza de que en algún momento Dios mismo podrá tomarnos con su mano y nos transformará, permitiéndonos recobrar la identidad de Él mismo. Seres limpios del pecado y renovados en la luz.
Tenía el anhelo de hacerlo, pero no sé por qué guardaba dentro de mí una batalla que no estaba dispuesta a soltarme para que yo aceptara que necesitaba recibir la vida misma que Cristo me habría de dar si daba un “sí” La misma que me permitiría salir del infierno y renovaría mi ser en una luz eterna. Sin duda alguna no solo era el temor a decir sí sin saber a lo debería enfrentarme, sino, también, todas aquellas ideas ateas que se habían apoderado de mi mente en algún momento. Es difícil salir de un concepto o de una idea errónea, cuando esta se ha apegado a ti desde hace tiempo.
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Editado: 30.10.2024