El Último Acto de Amor
Realmente no sé qué sucedió. Alguien tuvo que haberme encontrado y haber hecho algo, pero después de unas horas, desperté en el hospital con un doctor frente a mí. Con sus lentes puestos, poco cabello y sus ojos un tanto entristecidos, esperaba con su WhiteCoat Clipboard entre manos para darme una noticia.
- ¿Qué sucede doctor? – pregunté entre penas.
- Lo lamento mucho, - respondió entre pausas. - pero su cáncer, no se puede controlar más. Las ultimas quimioterapias realizadas en los días anteriores fueron en vano. El cáncer había avanzado demasiado de una manera silenciosa. El poder volver a despertar ahora es un regalo de Dios, no le queda más que un par de minutos. – agregó. - ¿desea que llamemos a alguien señor?, ¿un familiar, esposa, hijos, amigos?
- No doctor. Gracias. – Afirmé con seguridad. Y bueno, aquello lo cual esperé que diese un cambio a pesar de que solamente hacía lo mismo, terminó venciéndome a mí y no al revés. Mi rostro se inundó de lágrimas en ese momento; no por la noticia, sino porque el dolor de haber llevado una rutina desesperada de quimioterapias muy dolorosas durante mucho tiempo, esperando obtener mejores resultados cuando ya sabía que hacer lo mismo nunca me permitiría avanzar. El doctor ya me había dicho que mi cáncer era terminal y que no había más esperanza, que era mejor esperar a que todo terminara, pero en mi necedad decidí seguir insistiendo… realmente esperaba que algo cambiara.
Ahí mismo sentí que había desperdiciado mi vida entera y que ya no existía mi oportunidad para volver a ser lo que tanto mi corazón, mi alma y todo mi ser habían anhelado. Dios sabía por qué había permitido que ayer encontrara a aquel varón el cual me habló de recibir la esperanza, pero yo mismo la rechacé. Incluso me siento indigno ahora de pedir misericordia, porque la mayor parte de mi vida, rechacé lo que realmente valía. Ahora estaba a orillas de la muerte y mi corazón se remordía de la conciencia porque rechacé a Jesús toda mi vida, cuando pude haberlo recibido y ser transformado por Él.
Ahora entiendo profundamente por qué mi abuela dejó todo y decidió seguirlo. Aquella mujer que, que conocía las maravillas de Dios como nadie, también comprendía la oportunidad divina que Él le había brindad al mundo una vez más. Con un corazón lleno de fe, buscaba regresar a su identidad original, sin importar los sufrimientos que tuviera que enfrentar. A pesar del cáncer que consumía su cuerpo, su espíritu permaneció inquebrantable. En cada momento de dolor, en cada suspiro de agotamiento, ella buscaba a Dios con una perseverancia que desafiaba la fragilidad de su condición. Su fuerza se desvanecía, pero su fe se hacía más fuerte, iluminando su camino hasta el último aliento.
El doctor al ver mi tristeza, decidió salir de la habitación. En cuanto su silueta se desvanecía, una mano se extendió para impedir que la puerta se cerrase por completo. Entre el dolor y las lágrimas que vestían mi rostro en ese momento, por aquella puerta vi entrar a aquel varón de barba blanca. Con sus ojos llenos de pasión me miró fijamente sin saludar y solo preguntó: - Hijo, ¿leíste todo lo que te di? - Para la ocasión, no era la pregunta más adecuada que podía hacer, pero respondí: - Todos los leí y los medité, excepto el último. Mis fuerzas no me dieron ni siquiera para ver qué verso era. - le expresé con mi voz un tanto quebrada.
Su rostro se llenó de amor y aquel varón decidió sentarse a mi lado, de la pequeña bolsa en su camisa, sacó una pequeña y tierna biblia. Con su voz ya malgastada por los años, pero con un vigor enorme, dijo: - Déjame leerlo. Necesitas escucharlo. – Abrió el pequeño librito y leyó: - “Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lucas 23:39- 43)
Al concluir fijó sus ojos una vez más en mí y refirió: - ¡Ay pequeño!, ¿no sabes que Dios conoce todo de ti, hasta los anhelos más profundos de tu corazón? Sin duda alguna no tomaste la decisión de decirle sí a Jesús cuando pudiste y ciertamente debiste haber muerto hace rato. Pero mi amor nunca encontrará algún límite como para no volver a darle una oportunidad a alguien. Sabes, para mí sería sencillo decir que todo está terminado con las noventa y nueve ovejas que ya están dentro del redil, pero YO SOY el buen pastor, y cuando tú mismo te apartaste, decidí venir yo mismo a buscarte. Si el hombre no quiere venir a mí, mi amor aún seguirá extendido como para venir a buscarlo yo mismo.
Yo estuve ahí cuando tu abuela falleció y te viste envuelto en dolor. Yo estuve ahí cuando tu auto se quedó en medio de la nada. Estuve ahí cuando nadie más quiso ayudarte en tu agonía. Estuve ahí cuando no había quién te trajese al hospital, y justo cuando no merecías nada y nadie daba nada por ti, yo estuve dispuesto a dar todo mi amor solo por ti.
Sin duda alguna, el tiempo se ha agotado. Aunque tuviste lo suficiente como para decidir antes. Pero hoy, como aquel ladrón en la cruz, tienes una nueva oportunidad. Ese hombre había oído hablar de Jesús, pero nunca lo buscó. No fue hasta que se encontró en la cruz, en su momento más oscuro y desesperado, que decidió aceptar que lo necesitaba. En ese instante, su corazón se abrió y encontró la redención.
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Editado: 30.10.2024