De Vuelta

Capítulo 2

Mis padres y yo vamos camino a casa, acabamos de llegar de viaje, así que venimos camino del aeropuerto, mi nombre es Hanna  Marshall y tengo 23 años, soy estudiante de medicina e hija única.  


—¿Te gustó el viaje hija?— Pregunta mi madre. 


—Sí, mamá— Respondo con una sonrisa.  


—La idea era que te relajaras hija, antes de volver a la universidad. Dice mi padre, este tu último semestre, falta poco para que te conviertas en toda una doctora. 


—Y lo hice, papá la pase muy bien —digo felíz, gracias por siempre estar pendiente de mí.  


Compartir con mis padres, siempre será una experiencia agradable. Soy hija única, por lo que mis papás y yo, tenemos muy buena relación, mi padre es senador y mi madre es médico, una de las mejores neurocirujanos del país y yo pues decidí seguir sus pasos. 


El chofer llega a una intersección y hace el alto, mientras mis padres y yo seguimos en nuestra amena conversación. 


De repente el ruido de unas llantas rechinando nos alerta, enseguida observamos a un auto, moverse a toda velocidad en nuestra dirección. Segundos después siento un fuerte impacto a nuestro vehículo y luego todo se vuelve oscuro.  

                           ***
—Se nos va — grita uno de los residentes en la sala de urgencia. 


—No, no,no puede ser doctor, Hanna es muy jóven — dice una de la chicas, además es una de las nuestras, por favor doctor insista, dice la chica con lágrimas en los ojos. 


El médico encargado, retoma las maniobras de RCP y ordena a uno de los internos, que prepare nuevamente el desfibrilador.  


—Una última vez —ordena el hombre, vestido con su indumentaria de doctor. Mientras todo el personal se aparta y  uno de ellos aplica una última vez,  el aparato que transmite una descarga eléctrica, al cuerpo que yace inerte en la camilla. 


El silencio inunda el lugar y las caras de tristeza no se hacen esperar, el largo pitido que emite el aparato que indica la frecuencia cardíaca, de repente es interrumpido y un débil latido es identificado en el diagrama de la pantalla, como si estuviesen sincronizados, todos los presentes se acercan al cuerpo de la chica, para intubarla e iniciar a pasar los medicamentos, por vía intravenosa.  


—Llévenla a cuidados intensivos — dice el médico a cargo, una vez han terminado de prepararla. 


—Gracias, por no rendirse doctor — vuelve a decir la misma joven que hace una rato, rogaba para que no dejarán morir a la chica. 


—Estás consciente de que estuvo algunos minutos muerta, sin que llegara  oxígeno a su cerebro —dice el médico mirando a la chica. 


—Sí, lo sé señor.  


—Esperemos,  que eso no le haya causado  un  daño permanente. Monitoréala y mantenme informado —digo saliendo del área de urgencias.  

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No sé, si han experimentado esa sensación de que tu mundo se cae a pedazos de un momento a otro, de que tu vida pasa de estar bien a volverse un asco, un caos, una tragedia.  


Llegue a casa hace unos minutos, luego de ir al hospital a recibir el parte médico que indica la causa de muerte de Sam y a recoger  sus pertenencias. Eso fue lo único que me entregaron, no pude verla nuevamente, tenía la esperanza de poder hacerlo. Cuando entre aquí, a nuestra casa, por un momento creí que la encontraría, como era costumbre en los últimos meses, yo llegaba a casa y ella me esperaba aquí, sonriente.  


Intenté buscarla en nuestra habitación, en la cocina, también en el baño, pero no, no estaba, la realidad me golpeó en la cara y entendí que no está, que ya no estará más.  


—¿Qué hice Dios Santo?¿Cómo llegué hasta aquí?. 
Sam escucho todo, estoy seguro que así fue, su corazón no aguantó, no resistió toda esta porquería que hice. Ni siquiera pude pedirle perdón, decirle que a pesar de mi estupidez, yo la amo y siempre la amé.  


—Sam, mi Sam, no te vayas, sé que no te merezco pero te necesito, Sam no me dejes, por favor vuelve, yo arreglare todo te lo prometo, preciosa mía, por favor no me dejes — grito en medio del llanto, intentando sacar este dolor que me ahoga, que me asfixia. Yo la maté, yo maté a la mujer de mi vida, maté a la mujer  que amo.  

 

En un arranque de ira, destrozo todo lo que está a mi alrededor, es como si el dolor quisiera calmarlo dejando aflorar la ira, hasta que en medio de todo este caos, encuentro una foto juntos, fue tomada el día de nuestra boda, ella se veía tan hermosa, radiante y feliz. Sus ojos denotaban alegría, amor y no el odio que vi en ellos, los últimos segundos que me miraron. El solo hecho de recordar la forma como Sam me miró, segundos antes me morir, me hace sentir aún más miserable. Debí haber sido yo quien muriera, no Sam, yo soy la basura humana, yo soy el infeliz que no merecía su amor.  


Justo en este momento recuerdo, esa arma de fuego guardada en mi despacho y que Sam me pedía, que mantuviera bajo llave, corro al despacho, busco la llave y abro el cajón, donde la guardo, tomo el arma y y el proveedor de balas  que se encuentra a un lado, cargo la misma y la llevo a mi boca, si Sam no está, nada importa, nada quiero, nada soy.  


Pienso en ella, en su risa, en su voz, en sus ocurrencias, en sus respuestas atinadas, respiro profundo y justo en el momento en el que me dispongo a halar el gatillo, escucho una voz conocida que me dice. 


—Eso no estaría bien, Mario.  


























 




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