De Vuelta

Capítulo 3

—Déjame hacerlo Melissa, si Sam no esta,  no quiero vivir, ya nada tiene sentido.


—Eso no es lo que mi hija, hubiera querido Mario. 


—Pero ella ya no está — digo en medio del llanto.  


—Dame esa arma, Mario —dice Melissa acercándose a mi — A mí también me duele, fue mi hija la que murió, Mario. Pero eso que pretendes hacer, no esta bien, tendrías que rendirle cuentas a Dios por quitarte la vida, porque solo Él tiene el derecho de hacerlo.  


No respondo nada, dejo que tome el arma y solo me dejo llevar por el llanto e intento reconfortarme, en el fuerte abrazo que en ese momento Melissa me da.


Me siento como el ser más miserable de este mundo, no se ni como mirar a Melissa a la cara, si ella supiera que todo esto es mi culpa.  


El sepelio de Sam fue algo íntimo, solo asistió la familia y los amigos más allegados. Su cuerpo fue cremado y llevado a una cripta, ubicada en un cementerio privado, Melissa y Rachel la hermana menor de Sam, se encargaron de todo, yo no he tenido cabeza para nada. 


Una semana ha pasado, una semana desde la muerte de Sam. Luego de las honras fúnebres, no he salido del apartamento, ni mucho menos he regresado a la oficina, casi no he podido dormir y tampoco deseo hacerlo, cada vez que lo logro tengo pesadillas en donde se repite la escena de Sam, sufriendo el infarto. Tampoco me provoca comer, el licor ha sido mi fiel compañero en medio de este duelo. Melissa ha regresado un par de veces, pero no la he dejado entrar, no quiero ver a nadie.  
Sasha ha venido en varias oportunidades, toca la puerta insistentemente, pero nisiquiera me molesto en contestarle, a ella menos que a nadie quiero ver. Se que mi comportamiento es autodestructivo, pero como hace uno, para vivir cuando morir parece ser la mejor opción. 


Unos fuertes toques en la puerta, llaman mi atención, por supuesto que no abriré. Los toques cesan, pero me llama la atención ver que deslizan un sobre blanco,  por debajo de la puerta. Como puedo me arrastro en dirección al sobre, lo tomo entre mis manos y logro leer en la parte externa. 


“ Mario, si necesitas, una razón para seguir adelante, aquí la tienes”. 


Abro el sobre y dentro de el, encuentro una foto blanco y negro en un papel satinado, con un mensaje que señala a un punto oscuro dentro de una especie de bolsa o algo así. 


   "Te presento a tu hijo, Mario”. 


Una emoción extraña y desconocida, recorre todo mi cuerpo me acerco a la foto y sinceramente no logro distinguir nada en ella, pero lo que capta poderosamente mi atención es la frase.  


“Te presento a tu hijo, Mario” 


Un hijo, mi hijo. Ese hijo que tanto soñe procrear con Sam, un bebé. Las lágrimas empiezan a brotar nuevamente de mis ojos y justo en este momento entiendo, que ese niño no tiene la culpa de nada, que no pidió venir al mundo y que merece y necesita tener un buen padre, aunque ese padre sea, una basura de hombre.  

                          ***
—¿Alguna novedad? —pregunto entrando a la sala de cuidados intensivos. 


—Aún nada Doctor Hartman —contesta la enfermera intensivista.  


—Listo, manténganme informado — digo encaminando mis pasos hacía la salida de la sala de Uci. 


—Doctor, grita una de las enfermeras. 


Volteo a mirar, para encontrarme a Hanna Marshall con los ojos abiertos y la mirada fija, sobre mí. La veo intentar retirar el tubo del respirador, con sus propias manos. Me acerco a ella y la extubo lo más rápido que puedo, reviso sus signos vitales, la presión arterial y todo luce muy bien. La mirada aterrorizada de Hanna sigue fija en mí. 

                        ****
Un hombre que está  de pie enfrente mío, me mira asombrado, empieza a hablarme, pero en el primer momento no es mucho lo que logro entenderle, me siento algo aturdida, adolorida, los ojos me pesan, no recuerdo bien que pasó, tampoco tengo claro como llegué aquí, se que es un hospital, ¿Pero quién me trajo?


—Tranquila todo está bien Hanna, necesitaras reposo y tal vez algo de terapia, pero todo estará bien, tranquila.  


Intento hablar, pero la sensación de la reciente me causa incomodidad, por lo que me llevo ambas manos a la garganta.  


De manera pausada y en tono bajo, empiezo a articular palabra, pero mi tono de voz es casi imperceptible. Por lo que decide acercarse a mí, buscando la forma  de poder escucharme, pero antes de eso me pregunta:


—¿Me escuchaste lo que te dije Hanna, me entendiste?—  
Trago con dificultad y como si fuera una niña que está aprendiendo a hablar, de manera pausada y en un todo quedito, logro responder: 


—¿Quién es Hanna?.  



















 




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