Llego hasta el área de descanso, tengo tiempo para una siesta de quince minutos. Me retiro la bata, dejo en la mesita de un lado el estetoscopio, me retiro los zapatos y justo en ese momento, siento unas manos traviesas rodear mi cintura y pegarme a un fuerte y varonil pecho.
—Hola muñequita. Lo escucho decir a mi oído. Te ví venir para acá y se me ocurrió una genial idea.
—Si, ¿Cuál?— Digo ladeando mi cuello para dar espacio a sus atrevidos besos.
—Quizás, un masaje de cuerpo completo, contesta coqueto.
—Alguien puede entrar, digo pérdida en sus caricias e intentando mantener el control de la situación, justo en ese momento siento como me gira, tomando mis caderas, para quedar justo de frente a él, sus preciosos ojos grises, me miran con picardía y sus labios coquetos, empiezan a acercarse a mi boca, para iniciar segundos después, un exquisito y demandante beso, que altera cada célula de mi cuerpo.
—¿Me estás rechazando, muñequita? — Dice con una sonrisa ladina.
—No, cariño— Solo te estoy advirtiendo que nos pueden sorprender, doctor Stwart.
—Hanna, no juegues conmigo. Dice envolviéndome en sus brazos y pegándome aún más a él, si es que acaso eso es posible.
—No estoy jugando doctor Stwart, digo correspondiendo al abrazo.
—¿A qué hora termina tu turno? — Dice besando mis labios, suavemente.
—En cuatro horas, contesto besándolo de la misma forma.
—Te vas conmigo, muñequita. Dice con una sonrisa que me deja derretida y emocionada. Lo veo salir del lugar y suspiro como una tonta, pero no me mal entiendan, no estoy enamorada ni nada por el estilo, pero Carlos Stwart es el tipo de hombre con el que toda mujer sueña, guapo, inteligente, detallista, sexy y bueno muy buen amigo con derecho, porque eso somos amigos con derechos, de esos que la pasan muy bien juntos.
Tenemos esta singular relación, hace más o menos tres meses, justo cuando venia a hacer un par de turnos en el hospital, no es mi maestro, ni tampoco mi superior, pero si trabaja en este hospital y aunque hemos intentado ser discretos ya Carlos dejo claro, que esconderse no es lo suyo, a pesar de que no tenemos una relación como tal, casi todos aquí saben que salimos.
Me recuesto para intentar descansar, pero no lo logro. Rememoro una y otra vez el momento en que volví a ver al maldito de Mario, hubiese querido poder fulminarlo con la mirada, volverlo polvo de una vez, pero la vida no suele ser tan perfecta. Me llamo la atención que aún no estén casados, pensé que lo harían al día siguiente que me enterraran, aunque a decir verdad lo que note en esa habitación, no fue el ambiente que comparten una pareja normal, al contrario parecían dos enemigos, ja espero que estén siendo muy infelices, tanto que terminen matándose el uno al otro. Solo lo lamento por ese pequeño angelito que no tiene la culpa de la basura de padres, que le toco.
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Sasha y yo, llegamos hasta Neonatología, para ver al bebé, primero entró ella, estuvo un par de minutos y luego salió llorando.
—¿Qué sucede? — Pregunto intrigado.
—Las enfermeras dicen, que han llamado un especialista por un tema cardiáco y debe revisar al bebé, pero que luego las pediatras nos explicarán, tengo miedo Mario, dice Sasha desconsolada.
—Ten calma, esperemos a que nos expliquen las doctoras, tal vez son estudios e interconsultas de rutina. Digo intentando calmarla.
—Tienes razón, lo mejor será esperar a ver que nos dicen más tarde.
Entro a Neonatología y la enfermera me indica, el donde se encuentra mi hijo. Me dirijo hasta él y me paro junto a su cunita, se ve tan pequeño e indefenso que provoca arrullarlo y no soltarlo jamás, meto la manita por una abertura de la cunita y toco su manita, mientras que la misma se aferra a mi dedo, es una sensación tan extraña, la que estoy experimentando en este momento, una parte de mi, quiere saber si realmente es mi hijo, pero la otra no quiere decepcionarte al descubrir que este niño y yo no tengamos nada en común, este bebé y la ilusión de ser padre, fue lo que me saco de la depresión luego de la muerte de Sam, fue mi tabla de salvación, no sé que rumbo tomaría ahora, si llego a enterarme que no es mío. ¿Qué pude tengo dudas?, sencillo; porque simplemente no recuerdo nada, de esa noche, por más que lo intento, ningún recuerdo viene a mi memoria.
La voz de la enfermera, indicándome que la visita ha terminado, me saca de mis cavilaciones.
—Hasta mañana, guapo. Portate bien, mañana vendré a verte campeón—¡Te quiero mucho!. No me doy cuenta cuando esas palabras salen de mis labios, lo cierto es que son reales, desde antes que naciera ya quería a este bebé.
Mi turno termina y decido cambiarme y escribirle a Carlos, para avisarle que lo espero en el estacionamiento, justo voy saliendo del área de descanso, cuando escucho que vocean mi nombre por el altavoz, pero no es eso lo que más me sorprende, sino donde se me requiere.
Llego a la habitación 2b, del ala norte, sí; la habitación de Sasha no tuve tiempo ni de regresar por mi bata, por lo que vengo vestida con mi ropa de calle. La doctora Cooper llegamos al mismo tiempo a la habitación, por lo que ingresamos a la misma juntas.
—Buenas tardes señora López, dice la doctora Cooper.
Me sorprendo un poco al encontrarla sola, en el lugar pero intento no ser tan obvia.
—¿Su esposo no está?— Pregunta la doctora intrigada.
—Él, tuvo que retirarse, pero si es algo importante puedo hacer que regrese, contesta Sasha sumamente nerviosa.
—No, no es necesario. Afortunadamente los estudios de cardiología, que era lo que me preocupaba, salieron bie. De igual manera el bebé, continuará en observación y en un par de díad podrá ir a casa, cuando termine el tratamiento. Disculpe si la alarmamos, al enviar dichos estudios, pero es mejor descartar cualquier anomalía, cardiaca a temprana edad. Si gusta cuando su esposo esté, yo misma puedo explicarle, para que quede más tranquilo.