La lluvia no cesaba sobre Westheart.
Río Rojas se mantenía firme bajo un paraguas prestado, pero su rostro empapado no distinguía si el agua en su barbilla era lluvia o sudor. Frente a él, el ataúd descendía lentamente en el agujero, cubierto por un velo de neblina y tierra mojada. En su mano izquierda, una flor blanca comenzaba a marchitarse.
A su lado, Maggie Hart guardaba silencio. Los dedos enguantados cerrados sobre el mango de su paraguas, su otra mano metida en el bolsillo de su abrigo largo. No lloraba. Maggie no lloraba. Pero Río, que la conocía de años, sabía leer la tensión en sus hombros. La estaba conteniendo. Como siempre.
—Si Nick supiera que lo despedimos así de callados, se levantaría solo para insultarnos a todos —murmuró Maggie, apenas un suspiro entre la lluvia.
—Y diría que esta lluvia es una cursilería —añadió Río con una leve sonrisa.
Un tercer paraguas se acercó. Milo Tanaka, con su eterno abrigo gris y la misma expresión fría de siempre. Pero esta vez, sus ojos hablaban distinto. Más cansados. Más… solos.
—Tarde, como siempre —dijo Maggie.
—Tenía que decidir si usar corbata o no —respondió Milo con indiferencia. Su tono no coincidía con su mirada.
Río, Maggie y Milo. El trío invencible. Habían peleado juntos, sangrado juntos, crecido juntos. Solían bromear en medio de las misiones más peligrosas. Había una química natural entre ellos que ningún entrenamiento podía crear.
Pero hoy… ni siquiera podían mirarse del todo a los ojos.
Winn Ryder y Kara Wheeler llegaron juntos. Mojados, mal peinados, y claramente incómodos. Winn intentaba comportarse con respeto, aunque sus ojos no podían quedarse quietos. Kara, por su parte, tenía el rostro endurecido, con esa mirada contenida de quien todavía no ha terminado de aceptar lo que pasó.
Kara se acercó al grupo, apretando los labios.
—Él no debió morir así —dijo, más para sí que para los demás.
—Ninguno de nosotros debería morir así —susurró Maggie.
—Odio los funerales —agregó Winn, evitando mostrar sus lagrimas.
Y entonces llegó Sherry Spring.
Caminó entre ellos como si no los viera. Como si estuviera siguiendo una línea invisible que solo ella podía percibir. Su vestido negro ondeaba con el viento, sus botas hacían pequeños sonidos sobre el barro. Llevaba una flor en la mano y el cabello suelto, empapado.
Se detuvo frente a la tumba.
—Hola, Nick —dijo, como si él estuviera despierto.
La flor cayó. La tierra la recibió con indiferencia.
Nadie quiso hablar. El sacerdote hizo su parte, mecánico y sin alma. Algunos civiles se acercaron. Ex héroes retirados. Viejos conocidos de la familia Blodstone. Algunos familiares lejanos. Pero todos sabían que los verdaderos dolientes eran ellos.
Y justo cuando el grupo empezaba a alejarse, una figura apareció desde el fondo del cementerio. Cabello suelto. Abrigo rojo oscuro. Pasos decididos.
—¿Quién es…? —murmuró Kara.
—Allegra Blodstone —respondió Milo con un tono seco.
—La hermana de Nick —añadió Maggie.
—Media hermana —corrigió Río.
—¿Qué no nos odia? —murmuró Winn.
Allegra se paró frente a la tumba. De su abrigo sacó una carta y la dejó caer sobre el ataúd.
—No fue un accidente —dijo sin rodeos, su voz firme y llena de rabia contenida.
Los demás se miraron entre sí.
—Mi hermano… no murió por causas naturales. No fue una pelea cualquiera. Fue otra cosa. Algo que él no pudo detener.
Y ustedes —se giró hacia el grupo—. Ustedes saben que hay cosas allá afuera que no entienden. Que nunca entendieron.
Río dio un paso hacia ella.
—¿Qué estás insinuando?
—Estoy diciendo que lo mataron. Que algo lo cazó. Y si ustedes no van a hacer nada… yo sí.
Comenzó a alejarse.
Pero antes de dar más de tres pasos, una voz la detuvo.
—Allegra —dijo Sherry.
Todos se giraron. Sherry seguía mirando la tumba, sus labios apretados, su rostro blanco como el mármol.
—No estás equivocada.
—¿Qué dijiste? —preguntó Maggie.
—Puedo sentirlo.
Algo realmente oscuro ocurrió aquí.
El viento sopló más fuerte de pronto, barriendo flores, alzando hojas secas. El cielo pareció oscurecerse aún más. Y en ese instante…
Sherry escuchó una voz.
No era externa. No provenía del viento ni del cielo. Era dentro de ella. Un susurro clavado en el centro del cráneo.
Una sola palabra.
Susurrada como un eco.
Como si viniera desde la mismísima tumba.
"Tú."
Sherry se estremeció. Sus ojos se abrieron con horror.
Y por primera vez en mucho tiempo… tuvo miedo.