La llamada al otro lado no tardó en ser respondida.
El espejo vibró en las manos de Sherry hasta que el humo lo cubrió por completo, dejando ver una silueta al otro lado. Una figura masculina, recargada con indiferencia sobre un ventanal, fumando un cigarro que parecía arder con fuego azul. El paisaje detrás era un cielo carmesí, lleno de torres en ruinas y criaturas que se arrastraban entre sombras.
—¿Sabes lo que cuesta llamarme, Sherry? —dijo la figura con una voz grave, áspera, como si cada palabra se hubiese filtrado por décadas de dolor.
Sherry sonrió como quien saluda a un viejo cómplice.
—Tú nunca cobrasme en efectivo, Sebastian.
La imagen se hizo más nítida. Sebastian Kent vestía una gabardina negra deshilachada, camisa blanca desabotonada hasta el pecho, y unos ojos color ámbar que brillaban como brasas. En una mano sostenía el cigarro, en la otra, un libro encuadernado con piel que palpitaba como si tuviera vida.
—¿Y tú no sueles buscarme a menos que estés en problemas. ¿Quién se murió esta vez?
Allegra dio un paso al frente, sin saber si debía hablar o quedarse callada.
—Mi hermano.
Sebastian entrecerró los ojos.
—Ah. El Blodstone. Tenía talento. También tenía enemigos.
Winn, curioso, se acercó más.
—¿Puedes ayudarnos a descubrir qué pasó?
Sebastian apagó el cigarro contra el marco del ventanal.
—Puedo… Pero no lo haré por nostalgia. Ni por amistad. Ya saben cómo funciona esto.
Sherry miró a los otros dos, luego asintió.
—¿Qué quieres?
El brujo la miró directo a los ojos.
—Una noche de tu silencio.
—¿Qué?
—Una noche completa. Sin hablar con los muertos. Sin escuchar sus lamentos. Solo tú, tu cabeza, y tus demonios. Te hace falta.
Sherry tragó saliva. Su don nunca se había callado. Los muertos siempre susurraban. Aceptar eso… sería como arrancarse una parte de sí.
—Trato hecho —dijo, firme.
Sebastian sonrió.
—Buena chica.
Se giró, caminando entre las sombras de su espacio hasta una mesa con huesos y cartas de tarot flotando. Sus dedos bailaron sobre ellas como un pianista tocando una melodía antigua.
—Nick no murió por accidente —dijo sin levantar la vista—. Algo lo llamó. Algo de esta ciudad. Y cuando murió. La puerta que nunca debe ser abierta ahora está entreabierta.
Allegra palideció.
—¿Qué clase de puerta?
Sebastian la miró.
—Una del más allá que conecta aquí.
Con un chasquido de sus dedos, lanzó un símbolo al aire, una runa que flotó y ardió en el espejo. El símbolo no era familiar.
—Esto no es sólo sobre ustedes —continuó—. Westheart es una grieta, una costura mal hecha entre este mundo y los demás. Y ahora… algo del otro lado está husmeando. Y tiene hambre.
Winn susurró:
—¿Podemos detenerlo?
Sebastian encendió otro cigarro, con una expresión casi divertida.
—Pueden intentar. Pero prepárense. Lo que viene… no es un monstruo. Es un mensaje.
—¿Un mensaje?
—Los muertos aún tienen mucho que contar...su amiga lo sabe muy bien.
Sherry se acercó hacia el espejo, aunque ya comenzaba a quebrarse.
—Gracias, Seb. De verdad.
Él la miró con una mezcla de ironía y ternura mal disimulada.
—No me des las gracias todavía. Tal vez me maldigas mañana por no haberte advertido todo.
—Siempre lo haces a tu modo —respondió ella, sonriendo con cansancio.
—Y tú siempre vuelves.
—¿Eso te molesta?
Sebastian lanzó el humo con un suspiro que parecía pesar siglos.
—Me preocupa.
Hubo una pausa. Corta, pero llena de todo lo que no dijeron.
Sherry levantó dos dedos, en señal de saludo.
—Hasta la próxima, brujo del infierno.
Sebastian ladeó la cabeza, con un brillo nostálgico en los ojos.
—Cuídate, chica de los muertos. Que no sea la última vez.
Y con eso, el espejo estalló en pedazos
Silencio.
Sherry respiraba con dificultad. Allegra parecía clavada en el suelo. Winn recogió uno de los fragmentos del espejo roto.
—¿Qué clase de mensaje? —Nick le pregunta a Sherry preocupado
Allegra se dio la vuelta, mirando el horizonte oscuro de Westheart.
—No lo sé. Pero si Nick dio su vida por cerrarlo… nosotros vamos a terminar lo que empezó.