La noche en Westheart tenía ese brillo sucio que solo las grandes ciudades logran. Los rascacielos se recortaban contra un cielo opaco, y el aire olía a concreto mojado y promesas rotas. Río, Maggie, Kara y Milo caminaban en silencio por el centro, hacia el departamento de Nick, cerca de la calle Danton.
—¿Estás seguro de que encontraremos algo aquí? —preguntó Maggie, mirando con tristeza las cosas de Nick.
—Sí —respondió Río—. Nick me lo confesó una noche. Decía que la mansión Blodstone a veces lo aplastaba. Este lugar era su escape.
Milo resopló.
—Vaya, no pensé que fuera de los que necesitaban escapar.
—Todos necesitamos un rincón donde ser nosotros —dijo Kara, mirando el departamento admirarndolo.
El apartamento estaba como lo había dejado: casi intacto. Polvo sobre los estantes, plantas muertas en la ventana, pero también rastros de actividad. Un tablero con hilos rojos, nombres, mapas de la ciudad. Un escritorio lleno de libretas, informes y fotografías marcadas.
—Él estaba investigando —murmuró Maggie, alzando una hoja—. Hay archivos de asesinatos, desapariciones, conexiones con una clase de secta…
—No es cualquier secta —interrumpió Rio, señalando un símbolo repetido en varios documentos: Rojo—. Este es el Clan Rojo. Solo era un mito, pero parece que el lo encontró.
Milo frunció el ceño.
—Nick lo estaba haciendo solo.
Kara se sentó lentamente en el viejo sofá.
—¿Por qué no nos dijo nada?
—Porque seguía siendo un héroe —dijo una voz detrás de ellos.
Todos se giraron al mismo tiempo, en posición de defensa.
—¡Alto! ¡Tranquilos! —dijo el hombre que acababa de entrar.
Era un oficial de policía, con el uniforme algo arrugado, el cabello enmarañado y una sonrisa torcida bajo una barba mal cuidada. El escudo en su pecho decía: J. Warlock.
—¿Jeremiah? —dijo Río, bajando lentamente los puños.
—¡Hola! —con alegría de verlos dijo Jeremiah, caminando hacia él con los brazos abiertos—. ¿Desde cuándo no pasan a saludar a su viejo amigo?
—Desde que dejaste de venir a nuestras fiestas —respondió Milo, con una risa.
Jeremiah los abrazó a todos, uno por uno, con la torpeza encantadora de alguien que sabe que ha sido extrañado. Kara lo miraba fascinada, extrañaba a alguienque era un gran amigo para ellos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Maggie.
—Me encargo de este sector. Pero también sabía de este lugar. Nick me pidió que lo vigilara de vez en cuando, por si algo pasaba. No creí que ese "algo" fuera que sus amigos estuvieran husmeando.
Hubo un silencio denso.
—¿Sabías que estaba el Clan Rojo? —preguntó Milo.
Jeremiah asintió lentamente.
—Sabía que estaba cerca de algo grande. Me pidió no interferir. Que si todo salía mal, ustedes vendrían aquí.
—¿Y no se te ocurrió decirnos antes? —gruñó Río.
Jeremiah alzó las manos.
—Hey, hey… Sé que estás enojado. Yo también lo estoy. Pero Nick confiaba en mí. Y yo en él.
Se miraron unos segundos. Luego Río suspiró, bajando la cabeza.
—Éramos un desastre como equipo. Pero él nos cuidaba más de lo que admitía.
Jeremiah se cruzó de brazos, apoyado en la puerta.
—¿Que hacen aquí?
—Estamos buscando respuestas—respondió Maggie—. Pero primero necesitamos entender por qué Nick estaba tan cerca de estos tipos. Qué descubrió. Quién más sabe.
—Pues entonces, vengan —dijo Jeremiah, girando sobre sus talones—. Hay una hamburguesería a unas cuadras. Las papas son horribles, pero el tipo que atiende es amigo mio y me hace descuentos. Podemos comer ahí.
Milo sonrió.
—¿Invitas tú?
—¡Obvio! ¿Desde cuándo no me dejan pagar? Es una tradición sagrada: cuando el equipo se reúne, el tío Jeremiah paga.
Kara se rió por primera vez en todo el día. Maggie negó con la cabeza pero no pudo evitar sonreír. Río cerró la puerta del apartamento tras ellos.
—Vamos. Nick merece que sigamos sus pasos con el estómago lleno.
Y se fueron juntos, entre bromas viejas, cicatrices recientes y la sombra de un héroe que nunca dejó de pelear, incluso en silencio.