Dead Patrol

Big Max

La hamburguesería “Big Max” olía a grasa vieja y nostalgia. El neón parpadeante en la entrada apenas iluminaba el rostro curtido de Jeremiah Warlock, el oficial de policía que alguna vez fue uno más entre los jóvenes de la Dead Patrol. Ahora, con el uniforme medio arrugado y la mirada cansada, tomaba asiento en la esquina más discreta del lugar. Río, Milo, Maggie y Kara se acomodaron a su alrededor, cada uno con una soda y una hamburguesa frente a sí.

—Nick estaba siguiéndole la pista al Verdugo —dijo Jeremiah mientras daba una mordida a su hamburguesa—. Y no me refiero a hace unos meses… llevaba años detrás de él.

Milo frunció el ceño. —¿Quién carajo es ese?

—No es de este mundo, —respondió Jeremiah—. Después del incendio en el Distrito Este, apareció atravesando una especie de portal. Y Nick se involucro. Siguió sus pasos, a donde fuera el verdugo encontraba muerte. Asi que empezó a operar solo desde su apartamento, como un vigilante fuera del radar.

—¿Qué tiene que ver el Clan Rojo? —preguntó Río.

—Mientras Nick mas se adentraba a la investigación, en uno de sus enfrentamientos se encontró con el Clan.

Río bajó la mirada, pensativo. —¿Crees que el Verdugo lo mató?

—No lo sé —respondió Jeremiah, serio—. Pero les recomiendo que no se involucren, si empiezan a meterse en esto oficialmente como Dead Patrol, la policía no se quedará al margen. Las cosas ya no son como antes.

Kara cruzó los brazos, molesta. —¿Ahora tenemos que pedir permiso?

—No —respondió el oficial, con una sonrisa triste—. Pero si meten las manos en el fuego, prepárense para quemarse. Yo los protegeré hasta donde pueda, pero si cruzan la línea… mis jefes vendrán por ustedes.

Hubo un silencio tenso.

—¿Esto tiene que ver con por qué nos separamos? —preguntó Maggie, sin rodeos.

Jeremiah los miró a todos, uno por uno.

—Ustedes eran más que un equipo chicos, eran una familia. Pero cuando los egos crecieron y los errores costaron vidas… el mundo dejó de verlos como héroes.

Milo miró hacia otro lado. Río apretó los puños. Kara bajó la cabeza.

—Yo no quiero que la ciudad los cace —dijo Jeremiah finalmente, con una súplica en su voz—. Solo piensen bien antes de hacer cualquier locura.

Río asintió lentamente, con un destello de decisión en los ojos.

—Gracias por las hamburguesas, Warlock. Pero esto... esto lo haremos con o sin permiso

Jeremiah suspiró, sabiendo que no podía detenerlos.

—Entonces, tengan cuidado. Y si encuentran algo, mantengame informado.

Río le estrechó la mano, sellando un pacto silencioso.

Mientras el grupo salía del local, las luces de la hamburguesería temblaban por un instante. Afuera, la lluvia volvía a caer con timidez. Había demasiadas preguntas, demasiadas heridas sin cerrar.

Y bajo esa lluvia, algo se movía entre las sombras.




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