La noche había caído sobre Westheart, pero el cielo seguía nublado, la lluvia parece más cerca de regresar que de irse. Río y los demás cruzaron el umbral de la Mansión Blodstone, aún temblando por lo que había ocurrido en el templo.
El grupo avanzó con cautela por el pasillo principal. La casa parecía distinta. Más silenciosa. Como si algo —o alguien— los esperara.
—¿Por qué está todo encendido? —murmuró Milo, alerta.
Kara y Maggie intercambiaron una mirada nerviosa.
Entonces, escucharon voces desde el salón principal.
Río fue el primero en entrar.
Y allí estaban.
Sherry de pie, con los ojos clavados en ellos. Allegra con los brazos cruzados, tensa. Winn a su lado, inquieto.
Y entre ellos…
—¿Nick? —susurró Maggie, como si su voz pudiera romper el momento.
Nick Blodstone estaba allí.
Con su chaqueta habitual. Su rostro algo más pálido, sus ojos más cansados… pero con esa sonrisa torcida que todos conocían demasiado bien.
—Hola… —dijo con voz baja, insegura.
Hubo un silencio denso, apenas contenido. Y luego, como si se rompiera un hechizo, Kara corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Le siguieron Maggie, que sollozaba, y Milo, que lo observó incrédulo antes de acercarse a estrecharlo con torpeza.
—Estás… estás vivo —murmuró Milo, como si aún no pudiera creerlo.
—Sí —dijo Nick con una media sonrisa—. Al parecer.
Río se acercó lentamente, sin dejar de observarlo. No dijo nada. Solo lo miró, y después observo a los demás, viendo como contenian su sorpresa y preocupación.
—¿Cómo…? —intentó preguntar Maggie, pero la frase quedó suspendida en el aire.
Nick los miró uno por uno. Su mirada parecía cansada, distante. Pero no triste. Solo… confusa.
—No lo sé —admitió finalmente—. No sé cómo pasó.
El silencio volvió, esta vez cargado de preguntas sin respuesta. Pero nadie quiso romperlo.
Era demasiado pronto para entenderlo.
Y demasiado importante el hecho de que estaba ahí.
Sherry dio un paso al frente, con voz suave:
—Sea como sea… está aquí. Y eso es suficiente por ahora.
Todos asintieron lentamente.
A veces, volver a ver a alguien que creías perdido era más importante que entender el porqué. Y Río aun no sabía como reaccionar.