La mansión comenzaba a calmarse. El bullicio del reencuentro se había disipado en murmullos y pasos suaves. El grupo se mantenia en sus habitaciones, tratando de asimilar lo imposible.
Río se quedó recorriendo la mansión, pensando en que decir, que hacer, hasta ahora no había hablado con Nick.
Nick estaba en el invernadero, sentado en una de las viejas sillas de hierro. La tenue luz cálida bañaba su rostro mientras observaba las plantas marchitas, como si tratara de recordar algo.
Río se acercó en silencio, las manos en los bolsillos. Por un momento, ninguno dijo nada. El silencio entre ellos pesaba como un eco sin forma.
—Lo siento —dijo Río finalmente—. Por no estar aquí. Por no… por no haber hecho más.
Nick giró el rostro hacia él. No había reproche en su mirada. Solo una melancólica ternura.
—No tenías por qué estar —respondió con una media sonrisa cansada—. Pero igual te esperé.
Río bajó la mirada, tragando el nudo en su garganta.
—No sabía cómo seguir sin ti —admitió—. Fingí que estaba bien, que era fuerte, que podía liderar a todos… pero la verdad es que... te necesitamos más de lo que crees.
Nick lo observó con detenimiento. Luego suspiró y miró al cielo a través del techo de cristal.
—Los extrañé a todos —dijo—. Más de lo que creí posible. Y pensé muchas cosas… muchas cosas estúpidas. Como que mi muerte no les importaría. Que no iba a hacer ninguna diferencia.
Soltó una risa amarga, encogiéndose de hombros.
—Supongo que tenía que morirme para que nos volviéramos a reunir, ¿no?
Río lo miró fijamente, con los ojos húmedos pero sin dejar caer las lágrimas.
—Eres un idiota.
—Lo soy —asintió Nick.
Ambos rieron, casi al unísono. Luego vino el silencio. Pero esta vez era distinto.
Río se inclinó hacia él, y lo abrazó con fuerza. No como alguien que saluda, sino como alguien que se perdona. Como alguien que encuentra a su hermano después de años perdidos.
Nick le devolvió el abrazo sin reservas, cerrando los ojos. Y durante un segundo, todo estuvo en paz.
—Río —interrumpió una voz desde la puerta.
Era Allegra. Apoyada en el marco, con los brazos cruzados y la mirada seria.
—Necesito hablar contigo —dijo. Pero su tono era más una orden que una solicitud.
Río se apartó lentamente del abrazo y asintió.
Nick lo miró una vez más, esta vez con una pequeña sonrisa más honesta.
—Gracias por venir.
Río le dio una palmada en el hombro.
—Gracias por volver.
Y sin decir más, siguió a Allegra fuera del invernadero.
El aire volvió a ser frío.
Nick se quedó solo otra vez, pero por primera vez en mucho tiempo… no se sintió solo.