Dead Patrol

El Títere Maestro

Manicomio de Westheart.

Una tormenta envolvía el edificio con rayos que serpenteaban el cielo. El ala sur del hospital psiquiátrico —la más profunda— olía a formol, encierro y tiempo detenido.

El guardia de seguridad revisó las identificaciones sin mirarlos demasiado. Sabía quiénes eran. Sabía a quién venían a ver.

—Tercera celda al fondo. Él… los está esperando —dijo con un dejo de terror mal disimulado.

Pasillo 9B. Zona de aislamiento extremo.
Las luces parpadeaban con un chillido eléctrico cada pocos segundos. Las paredes estaban acolchadas, menos una: la de la celda 33.

Ahí estaba él.

El Títere Maestro.
Encerrado detrás de un grueso cristal blindado.
Sentado en una silla de madera, frente a una mesa pequeña con una marioneta que colgaba de sus dedos como si aún viviera.

—Miren, miren, miren... —dijo, antes de que alguien hablara—. ¡Los niños sin alma han venido a visitarme! Maggie la silenciosa, Milo el cuchillito congelado… y Río. Ah, mi dulce Río… ¿ya lograste dormir por las noches?

Río dio un paso al frente, apretando los dientes.

—No estás en posición de provocarnos.

El Títere Maestro sonrió. Tenía los dientes sucios, los ojos vacíos de humanidad. Vestía un uniforme de recluso remendado con hilos rojos. Un hilo colgaba desde su oreja como si fuese parte de un disfraz.

—¿Provocarlos? ¡Jamás! ¡Si hasta los extrañaba!
—Tocó la mesa, haciendo danzar a su marioneta—. Esta es “Clara”, por cierto. Tiene dedos de una bailarina. Literalmente.

Maggie se estremeció. Milo desvió la mirada, mordiéndose la lengua para no arrancarle algo más que palabras.

Río mantuvo la compostura.

—Encontramos un símbolo. Una marioneta colgando. Escrita con sangre. ¿Es tu trabajo?

El viejo se rió. Una carcajada hueca, como un eco que venía del fondo de un pozo.

—¡Oh, no, no, no, no! ¿Creen que me dejaron salir a jugar sin sus preciosas pulseras eléctricas? ¡Estoy aquí, encerrado, solito, con mis niñas! —acarició otra marioneta colgada al fondo—. Pero... puedo decirles algo.

Maggie se cruzó de brazos.

—Habla.

El Títere Maestro inclinó la cabeza, como si escuchara una canción lejana.

—Yo no fui... pero uno de mis niños si. Alguien que dejó la familia hace tiempo. Uno que encontró un propósito mayor.

—¿Con el Clan Rojo? —preguntó Milo.

—¿Por qué creerte lunático? —dice Maggie sin quitarle la vista de encima.

Silencio.
El viejo miró la marioneta. La hizo girar lentamente.

—Mis niñas hablan, más de lo que creen —susurró, en tono juguetón—. Ustedes no entienden, ¿verdad? El Clan no recluta… el Clan elige. Y cuando elige, tú... cambias. Te abren por dentro, como una fruta podrida, y te vuelven a coser. Pero no eres tú.

Río se acercó más al cristal.

—¿Quién? ¿Quién lo hizo?

El Títere Maestro se inclinó, su cara pegada al vidrio.

—¿Tú crees que Nick es el único que regreso?

Un silencio de plomo llenó el pasillo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Cómo sabes lo de Nick? —espetó Maggie.

El viejo sonrió.
—Estoy diciendo que quien mueve los hilos ahora, no soy yo. Y ustedes están bailando sin saberlo.

Milo golpeó la pared con fuerza.
—Maldito enfermo…

—No lo escuchen —dijo Maggie, alejándose—. Solo quiere jugar.

—Sí, sí, váyanse —entonó el Títere Maestro, mientras sus marionetas giraban detrás de él—. Vuelvan a su mundo de carne y mentiras. Pero como sabrán que yo morí hace unos días... y miren aquí estoy.

Río lo miró con confusión.

—Si mueres, la ciudad lo celebra.

—No si revives antes de que se den cuenta —el viejo comenzó a reírse al igual que sus marionetas —Yo morí, quería probar mi propia sangre y bueno corte de más.

—¿Entonces eres un zombie? —le dice Milo con una risa incrédula.

—Talvez.

Río golpea el cristal con fuerza, pero no la suficiente como para quebrantarlo.

—Habla cadáver, que sabes.

—Más que tu —dice mientras acariciaba a una de sus marionetas —solo desperté y como si nunca hubiera muerto...fue excitante.

Maggie toco suavemente el hombro de Río, mientras este lo veía perturbado.

—Nos nos dirá nada, no sigamos perdiendo el tiempo.

Río lo miró por última vez. Y justo cuando se dio la vuelta, el viejo murmuró:

—Dile a tu hermanita que la extraño, Río. Fue mi mejor creación, su voz era tan... musical.

Río se congeló.

Milo lo sujetó del brazo.
—No le des lo que quiere.

El cristal tembló con una última risa del títere maestro, mientras entre risas les gritaba.

—La muerte no estará contenta, y vendrá por ustedes...solo por ustedes.

El trío dejo atrás la celda. Pero la sensación de estar siendo observados… no los dejó en ningún momento.




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