Dead Patrol

En la morgue

La morgue del Departamento de Policía de Westheart tenía ese frío peculiar que no sólo entumecía los huesos, sino también el alma. Cada rincón del lugar parecía impregnado con la memoria de los muertos.

El reloj de pared marcaba las 2:13 p.m
Todo estaba en calma. Demasiado en calma.

El doctor Holloway, un hombre de rostro cansado y ojos apagados, caminaba por la sala principal con pasos medidos. Había hecho esto miles de veces. Y sin embargo, algo le pesaba en el pecho esa noche.

Sobre la camilla metálica número cinco, bajo una sábana blanca que parecía flotar con la más mínima corriente, yacía el cuerpo de Jeremiah Warlock. Policía. Amigo. Aliado de la Patrulla. Oficial veterano.
Muerto hace 12 horas.

—No puedo creer que lo hayan traído aquí —murmuró Holloway, hojeando los documentos del informe preliminar de muerte—. Paro cardíaco tras una contusión severa... No cuadra. Algo está mal.

Dos jóvenes oficiales, Langley y Moore, lo acompañaban. Ambos nuevos en la unidad, ambos claramente incómodos.

—¿Estás seguro de que no debemos esperar al Capitán? —preguntó Langley, mirando el cuerpo como si en cualquier momento pudiera incorporarse.

—No, órdenes del fiscal —respondió Holloway, mientras preparaba sus instrumentos—. Se quiere aclarar cualquier irregularidad cuanto antes. La muerte de Jeremiah... ha levantado demasiadas preguntas.

El silencio volvió a caer. Solo el zumbido de las luces fluorescentes rompía la quietud.

Holloway se acercó a la camilla. Puso su mano sobre la sábana. Dudó un segundo. Luego la retiró con precisión quirúrgica.

Jeremiah estaba pálido. Demasiado. Los labios azulados, las venas marcadas. Era un cuerpo sin vida. Frío. Inerte.

El doctor se preparó para hacer la primera incisión, pero entonces… algo cambió.

Un leve sonido. Como un suspiro. Apenas perceptible.

Holloway levantó la vista.
—¿Escucharon eso?

—¿Qué cosa? —dijo Moore, tenso.

Entonces, un latido.
Apenas un pulso, imperceptible... pero real.

Langley dio un paso atrás.
—¿Eso fue...?

El cuerpo de Jeremiah se sacudió levemente.

—¡Santo Dios! —gritó Moore, tropezando con un carrito de herramientas y tirándolo al suelo.

Holloway retrocedió con los ojos abiertos de par en par.
Jeremiah jadeó, como si emergiera de las profundidades del océano, y se incorporó violentamente, sus pulmones llenándose de aire en un alarido seco y agónico.

Los tres hombres gritaron al unísono.

El detective abrió los ojos, desorbitados, llenos de sangre y terror.
Intentó hablar, pero su garganta sólo emitía un gorgoteo. Se desplomó de la camilla, golpeando el suelo, y comenzó a arrastrarse, medio desnudo, buscando aire, buscando algo familiar.

—¡Apártense! ¡Esto no esta bien! —gritó Holloway, pero nadie se atrevía a acercarse.

Jeremiah tosió con fuerza, escupiendo sangre seca.

—¡Estoy... vivo! —dijo con voz quebrada—. ¡Mierda, estoy... vivo!

Langley apuntó su arma, temblando.

—¡Quédese en el suelo! ¡Quédese en el maldito suelo!

—¡NO DISPAREN! —gritó Jeremiah, con las manos en alto—. ¡Soy yo! ¡Soy Jeremiah!

Un silencio tenso llenó la sala. Jeremiah se quedó inmóvil, respirando con dificultad, como si su alma aún no hubiera regresado del todo.

Pasaron segundos eternos.

—Necesito... necesito —murmuró, con la voz aún quebrada—. Necesito saber qué pasó. ¿Dónde estoy?

Moore, aún pálido, bajó el arma lentamente. Holloway se le acercó por fin, aún incrédulo.

—¿Cómo... cómo carajos sigues vivo, Jeremiah?

Jeremiah alzó la vista, con los ojos vidriosos, atrapado entre el desconcierto y el miedo.

—No lo sé... Escuche el grito de una mujer. Luego todo su puso oscuro. Pero ahora... ahora estoy aquí.

Y entonces, más sereno, como si algo en su interior le hiciera recordar a dónde pertenece, dijo:

—Llamen a Río Rojas.




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