La ciudad recibió la noche con una niebla baja, pesada, que parecía aferrarse a los edificios como si quisiera ocultar algo. A las cuatro de la tarde comenzaron los primeros reportes. A ocho de la noche, ya no había vuelta atrás.
El hijo perdido
En un pequeño departamento en la zona este, una madre abría la puerta después de un insistente golpeteo. Al abrirla, la bandeja de café que llevaba en las manos cayó al suelo.
Allí estaba su hijo, David, muerto en un accidente de motocicleta hacía tres años.
Tenía el mismo corte en la frente que el día del entierro, la misma chaqueta de cuero manchada… pero respiraba, y sus ojos la miraban con una mezcla de miedo y alivio.
—Mamá… —dijo, como si acabara de despertar de una pesadilla.
Ella lo abrazó sin importar el frío de su piel ni el temblor de sus manos.
La tumba vacía
En el cementerio de Westheart, un guardia nocturno se quitaba el sudor de la frente mientras miraba incrédulo el hueco donde horas antes descansaban los restos de Eleanor Pierce. El ataúd estaba abierto, y las huellas de barro llevaban hasta la entrada principal.
A pocas calles de ahí, un hombre que pasaba temprano para abrir su panadería vio a una mujer caminar descalza por la vereda, cubierta por un vestido blanco amarillento y con tierra en el cabello. No dijo nada… hasta que ella le sonrió y lo llamó por su nombre, como hacía años atrás.
El soldado
En la estación de trenes, un veterano de guerra se desplomó de rodillas al ver bajar de un vagón a su hermano, al que había enterrado en un funeral militar hace seis meses. El hombre aún llevaba el uniforme, ennegrecido por el fuego y con una medalla colgando torcida en el pecho.
—No entiendo… —balbuceó el veterano, sosteniéndolo por los hombros—. ¡Te vi morir!
—Yo tampoco… —respondió el otro, con una voz rota—. Solo recuerdo frío. Mucho frío. Y después… voces.
La amenaza
En el barrio sur, no todas las resurrecciones eran bienvenidas. Un grupo de vecinos se agolpaba frente a una casa destrozada, gritando y retrocediendo mientras un hombre con los brazos cubiertos de cicatrices salía tambaleándose por la puerta.
Era un exconvicto, asesino de tres personas, ejecutado en prisión hace cuatro años. Su sonrisa no tenía nada de humana.
—Extrañé este lugar… —dijo, mirando a su alrededor.
La cobertura mediática
En cada televisión, radio y pantalla de teléfono, el mismo titular:
"Los muertos regresan. Ciudad en estado de alerta."
Reporteros entrevistaban entre lágrimas a familias que creían en milagros, mientras expertos y policías advertían que algo estaba terriblemente mal.
En la base de la Patrulla
Río apagó el televisor después de un último reportaje. La habitación quedó en silencio.
—Es hora de ir de vuelta los tuneles —dijo con voz grave—. Ese lugar tiene respuestas.