La mansión Blodstone estaba en silencio, pero no era el tipo de calma que invitaba a descansar. Era una calma pesada, sofocante, como si las paredes mismas aguardaran malas noticias.
En la sala principal, Sherry Spring yacía en un sofá de terciopelo oscuro, con la piel pálida y los labios apenas moviéndose, como si murmurara algo en sueños. Sus manos estaban heladas, y cada tanto Maggie se inclinaba para comprobar su pulso, más por necesidad de asegurarse que por falta de confianza.
—No reacciona… —susurró Maggie, mirando a Allegra, que estaba de pie, inquieta—. Sea lo que sea que vio, no quiere volver.
En el ala este de la mansión, Río, Nick y Milo bajaban por un pasillo apenas iluminado, escoltando a un hombre encadenado. El cautivo llevaba la insignia bordada del Clan Rojo en el hombro de su túnica, y una sonrisa que no encajaba con la situación.
—¿Seguro que quieres hacer esto aquí? —preguntó Milo, su aliento frío formando una nube frente a su rostro—. Podríamos llevarlo al sótano, menos posibilidades de que nos escuche el resto.
—Aquí está bien, lo usábamos para encerrar a Trevor —respondió Río sin mirarlo—. Además no quiero darles la sensación de que tenemos algo que ocultar.
Nick lo observaba con una mezcla de curiosidad y rabia contenida. Fue él quien cayó en las trampas del Clan Rojo, y ahora quería respuestas.
—Empieza a hablar —dijo Nick, acercándose—. ¿Qué querían conmigo?
El prisionero sonrió, con los dientes manchados de sangre.
—No era por ti. Tú solo eras la llave… para abrir algo que necesitamos.
La temperatura en el pasillo bajó de golpe. Milo dio un paso al frente, un trozo de hielo afilado formándose en su mano.
—Si sigues hablando en acertijos, te prometo que no te va a gustar cómo termina esto.
Pero el hombre no parecía asustado.
—Está en su sangre… Blodstone, todos pronto lo sabrán.
Nick apretó la mandíbula, dando un paso más hasta quedar a escasos centímetros del prisionero.
—Dime la verdad… ¿El Clan Rojo está detrás de las resurrecciones?
El cautivo soltó una carcajada ronca, que resonó en el pasillo.
—¿Nosotros? No… —sacudió la cabeza, como si la pregunta le pareciera divertida—. La muerte y la vida no están en nuestras manos. Solo vimos una puerta abierta y decidimos entrar.
Río entrecerró los ojos.
—¿Aprovechando la oportunidad, entonces?
—Exacto —respondió el hombre, inclinándose hacia adelante pese a las cadenas—. Cuando algo… o alguien… altera el ciclo, siempre hay un vacío, un agujero. Y donde hay un vacío... un agujero, el Clan Rojo siempre estará.
Milo golpeó la pared junto a la cabeza del prisionero, el hielo extendiéndose en una telaraña sobre la madera.
—¿Quién lo alteró?
El prisionero mantuvo la sonrisa, pero ahora había un destello de algo más en sus ojos… miedo, tal vez.
—No tienen idea de a quién han traído con ustedes. Y cuando lo descubran… será demasiado tarde.
Nick lo sujetó por el cuello de la camisa, al borde de perder el control.
—Si sabes algo… más te vale decirlo ahora.
El cautivo solo murmuró:
—Tú eres la grieta, Blodstone. Y las grietas… siempre se abren, pero no eres la causa.