Dead Patrol

Sebastian

Río tomó el fragmento de espejo de las manos de Winn. El vidrio se sentía extraño, como si latiera débilmente.
—Bueno… vamos a intentarlo —murmuró, colocándose frente a la mesa baja del salón.

Se arrodilló, apoyando el fragmento en el centro. Todos lo observaban en silencio, la única luz provenía del fuego de la chimenea.
—Sebastian Kent… —dijo en voz firme—. Te necesito.

Nada.

Río apretó los dientes, repitiendo más fuerte:
—Sebastian Kent, si estás escuchando, ven ahora. Es urgente.

El espejo permaneció inerte, reflejando solo el techo de la mansión. Un silencio incómodo se instaló. Allegra suspiró.
—Tal vez ya no funcione.

Río estaba a punto de contestar, cuando una sombra se extendió sobre el suelo, y en un parpadeo Sebastian estaba allí, de pie, con su abrigo oscuro y una sonrisa ladeada.
—Vaya, vaya… —miró a todos con calma, luego a Sherry—. ¿Ya estamos usando a mi amiga como Ouija? No sabía que les gustaban los juegos de salón.

Maggie rodó los ojos.
—Sebastian… no es un juego.

—Lo sé —dijo él, inclinándose sobre Sherry para examinarla—. Y por lo que veo, está más atrapada de lo que pensaba.

Kara dio un paso adelante.
—¿Atrapada dónde?

Sebastian levantó la vista, y aunque sonreía, sus ojos eran todo menos divertidos.
—En un lugar muy familiar para ella… el reino espiritual.




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