Dead Patrol

La posesión

La puerta del departamento de Jeremiah cedió con un golpe seco de Río. El sonido rebotó en un pasillo angosto que olía a humedad y metal oxidado. El aire estaba helado, como si el invierno se hubiera instalado dentro. Cada respiración formaba una nube visible.

El pasillo conducía a una sala iluminada solo por una lámpara de pie, cuyo foco titilaba sin ritmo, proyectando sombras que parecían reptar por las paredes.

Milo se detuvo, apretando la mandíbula. —No me gusta esto…
Maggie alzó la ceja, con una flecha ya preparada. —Tú nunca “gustas” de nada, te da miedo.
—No es miedo, pero nunca termina bien —respondió Milo, sin dejar de mirar hacia el fondo.

Avanzaron. El silencio era casi total, roto únicamente por un murmullo bajo, como una oración al revés. Al llegar a la sala, lo vieron.

Jeremiah estaba de espaldas, encorvado, con los hombros temblando como si llorara. Frente a él, en el suelo, había velas encendidas formando un círculo irregular. Los símbolos pintados en las paredes parecían palpitar con la luz de las llamas, y el crucifijo sobre la repisa estaba girado boca abajo.

—Jeremiah… —dijo Río, con voz firme.

El hombre se detuvo. Sus movimientos se volvieron antinaturales, casi mecánicos, y sin girar el cuerpo, su cuello se torció hasta que su rostro los encaró. Los huesos crujieron en el proceso. Sus ojos eran completamente blancos, y una sonrisa demasiado amplia se estiraba en su rostro.

—Río… —la voz salió en un tono bajo, pero reverberante, como si dos personas hablaran al mismo tiempo— ¿Viniste a salvarlo?

—Si.

—Pero como, si ni siquiera pudiste salvar a tu hermanita —Una sonrisa tan siniestra comenzó a dibujarse en su rostro.

Maggie tensó la cuerda de su arco. —¿Qué hacemos?
—Estoy pensando —respondió Río, sin apartar la vista.

De pronto, Jeremiah arqueó la espalda de forma imposible y comenzó a levitar unos centímetros. Las velas se apagaron todas a la vez, y un viento gélido estalló dentro de la sala, empujándolos hacia atrás. Un chillido, agudo y prolongado, llenó el apartamento, acompañado de un olor insoportable a carne quemada y azufre.

Milo reaccionó primero, lanzando una estaca de hielo directo al suelo bajo Jeremiah. El impacto lo hizo caer con violencia. El “hombre” se levantó de inmediato, gruñendo, y se lanzó contra Maggie con una fuerza brutal. Ella esquivó por centímetros, disparando una flecha que se clavó en su hombro, pero en vez de sangrar, la herida expulsó un vapor negro que olía a metal caliente.

—¡No lo lastimen! —gritó Río.

Milo creó una capa de hielo bajo sus pies para frenar sus movimientos, y Río lo embistió con todo su peso, empujándolo contra la pared. Lo que controlaba a Jeremiah chilló con una voz múltiple, como si mil gargantas gritaran al unísono.

Entre los tres lo derribaron y lo amarraron a una silla. Las cuerdas se tensaban y vibraban como si intentaran soltarse solas. La madera crujía cada vez que Jeremiah se retorcía, y su cabeza golpeaba contra el respaldo una y otra vez, dejando manchas oscuras.

—Jeremiah reacciona… —repitió Maggie, con un tono temeroso, como si no quisiera que “algo” se molestara.
—No se asusten … —Río se arrodilló frente a Jeremiah, mirándolo a los ojos vacíos— Te vamos a traer de vuelta.

Jeremiah sonrió, y su aliento era tan frío que empañó el rostro de Río.
—¿Traerme de vuelta…? —susurró, y después recupero la conciencia, comenzando a llorar desconsoladamente — Ella no sabe el daño que nos hace.

Las luces comenzaron a enloquecerme y de pronto todo se apagó, sumiéndolos en oscuridad.




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