Dead Patrol

Las dos voces

Jeremiah estaba desplomado en la silla, el sudor cayendo en gruesas gotas por su frente. Su respiración era agitada, pero por primera vez en horas —o días—, su mirada parecía humana. Río, Milo y Maggie se acercaron con cautela, como si el más mínimo ruido pudiera volver a romperlo.

—Jeremiah… —murmuró Río, arrodillándose a su lado.

Los labios del hombre temblaron antes de formar palabras.
—Ella… —su voz era apenas un hilo— ella no sabe lo que hace…

La frase quedó suspendida en el aire, como un eco imposible de ignorar. Maggie intercambió una mirada con Milo, que frunció el ceño.

—¿Quién? —preguntó Milo, pero ya era tarde.

Los ojos de Jeremiah se abrieron de golpe, volviendo a ese blanco lechoso y antinatural. Su cabeza se echó hacia atrás, y un rugido gutural emergió de su garganta, tan profundo que pareció retumbar en las paredes. Las cuerdas que lo sujetaban comenzaron a tensarse y crujir.

—¡No lo dejen escapar! —ordenó Río, colocándose frente a él.

Jeremiah empezó a forcejear con una fuerza imposible, intentando levantarse junto con la silla entera. Su voz era un caos: unas palabras eran suyas, llenas de miedo y dolor, y las siguientes eran de algo más, con un tono burlón y venenoso.

—No… dejen… que… ella… —decía Jeremiah, jadeando.
—Shhh… cállate —susurraba la otra voz, grave, resonante—. No digas nada.

—¿Quién es ella? —preguntó Maggie, apuntándole una flecha al pecho.

Jeremiah convulsionó, golpeando la cabeza contra el respaldo. Un segundo después, con una fuerza explosiva, partió uno de los brazos de la silla. Milo lanzó una ráfaga de hielo que cubrió sus piernas, pero el solo se rió, una carcajada que resonó en todas direcciones.

Río intentó sujetarlo de los hombros.
—¡Jeremiah! ¡Mírame! ¡Dinos quién es!

Por un instante, la voz humana volvió, temblorosa:
—Ella… es…

Un rugido ensordecedor lo interrumpió. Las lámparas estallaron, y el apartamento quedó en penumbras. El cuerpo de Jeremiah se retorció de manera imposible, y en un solo movimiento arrancó las ataduras que quedaban.

Maggie disparó, Milo levantó un muro de hielo, pero Jeremiah embistió con tal fuerza que lo atravesó. Sus pasos retumbaban como si fueran golpes de tambor. Se dirigió directo a la ventana.

—¡Hay que atraparlo! —gritó Río, lanzándose hacia él.

Demasiado tarde. Jeremiah atravesó el vidrio en una explosión de astillas brillantes, y la noche de Westheart se tragó su silueta.

Los tres corrieron hacia el marco roto, asomándose. Lo único que vieron fue la neblina espesa de la calle y un rastro de sangre que se perdía en la oscuridad.

El eco de su risa seguía sonando, aunque no se veía a nadie.




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