10 de Junio del 2008
La lluvia caía sobre Westheart como si el cielo intentara lavar la ciudad, pero el agua no alcanzaba a limpiar las calles manchadas por décadas de crimen. En una mansión antigua, en el centro, el señor y la señora Blodstone miraban la televisión con el volumen al mínimo. Las noticias mostraban imágenes de robos, secuestros y pandillas que se adueñaban de barrios enteros.
—Esto se está pudriendo —dijo Arthur Blodstone, con el ceño fruncido.
—Se está muriendo —corrigió su esposa, Clara Blodstone, con un tono que no era de tristeza, sino de cálculo.
En el piso superior, Nick, su hijo de ocho años, estaba en su habitación intentando resolver un rompecabezas cuando, por accidente, se cortó el dedo con una de las piezas metálicas. La sangre comenzó a fluir… pero no cayó al suelo.
Se suspendió en el aire.
Nick la miró, fascinado, y de pronto, la sangre se estiró, adoptando la forma de un pequeño cuchillo que flotó frente a él antes de caer inofensivamente.
Arthur y Clara lo vieron todo desde la puerta, inmóviles. No estaban horrorizados. No estaban asustados. Sonreían.
—Un milagro —susurró Clara.
—No… —Arthur negó lentamente—. Una oportunidad.
La investigación
Durante las semanas siguientes, los Blodstone comenzaron a investigar. Descubrieron que no era el único. Otros niños en Westheart mostraban habilidades sobrehumanas: controlar el hielo, manipular la electricidad, regenerar heridas, crear escudos invisibles. Algunos eran huérfanos, otros habían sido abandonados por sus familias por miedo o vergüenza.
Un patrón surgió: todos esos niños eran enviados a un “orfanato especial” en las afueras de la ciudad. En realidad, un centro de retención administrado por el gobierno y empresas privadas, donde eran entrenados como armas… o descartados si no mostraban potencial.
Arthur y Clara visitaron el lugar, aprovechando lo importantes que eran en Westheart. Lo que vieron los indignó, o al menos, eso dijeron. En realidad, lo que sintieron fue la certeza de que podían hacer algo mejor… y mucho más rentable.
En un solo año, adoptaron a veinte de esos niños.
Los años dorados
El nombre Dead Patrol no existía aún, pero lo que hicieron los Blodstone fue montar una operación encubierta de justicieros. Nick, el primero, demostró un talento natural para el combate y un control excepcional sobre su habilidad de manipular sangre. Entre los demás había de todo: velocistas, piroquinéticos, telépatas, expertos en armas. Todos ellos tenían la misma edad que Nick.
Al principio, fue un éxito. Las calles se limpiaban. Las pandillas huían al escuchar los rumores de “los hijos de los Blodstone”. La gente comenzó a susurrar que Westheart estaba cambiando.
Pero la ciudad tiene memoria, y también dientes.
Las misiones se volvieron más peligrosas. Uno a uno, los niños caían. Algunos en combate, otros traicionados por aliados falsos. Los Blodstone siempre enviaban a los nuevos reclutas en primera línea.
Cuando la década terminó, de los veinte originales, quedaban cinco: Río, con sus poderes de energía; Milo, el niño asesino entrenado convertido en aliado, capaz de congelar cualquier cosa; Maggie, arquera y generadora de campos de fuerza; Sherry, la médium; y Nick.
Aunque desde el primer día, Arthur y Clara notaron algo extraño en Sherry. No solo podía hablar con los muertos; podía invocarlos. Al principio eran apariciones vagas, figuras blancas que distraían a los enemigos. Luego se volvieron más nítidas, más reales. Podía llamar a compañeros caídos y hacer que lucharan junto a ella.
En batalla, era imparable. Los fantasmas de los que habían muerto luchaban con la misma rabia que en vida.
Pero fuera de combate, las cosas eran distintas. Las apariciones no siempre obedecían. A veces se quedaban junto a ella, susurrándole cosas que nadie más podía oír. En ocasiones, eran violentas, y Sherry despertaba con moretones que no podía explicar.
Los Blodstone comenzaron a preocuparse… no por ella, sino por no tener el control sobre ello.
La solución fue sencilla y fría: medicamentos para suprimir su habilidad. Pastillas que “la ayudarían a dormir”, inyecciones que “calmarían su mente”. Sherry obedeció al principio, agradecida de tener algo de paz.
Pero pronto se dio cuenta de que la calma tenía un precio. Se sentía lenta, desconectada, incapaz de reír o llorar. Cuando intentaba reducir la dosis, los fantasmas volvían, más agresivos que antes.
La dependencia se instaló sin que se diera cuenta. La ansiedad llegó después, seguida de una depresión tan profunda que comenzó a preguntarse si valía la pena seguir viva. Hubo una noche… una sola… en la que intentó terminar con todo. Río la encontró a tiempo.
El equipo nunca habló de eso pues solo tenían catorce años, pero desde entonces, miraban a Sherry con una mezcla de preocupación y miedo.
En medio de todo, los Blodstone adoptaron a otra niña: Allegra, llego con doce años, mientras los demás ya tenían dieciséis. No tenía poderes. No tenía entrenamiento. Y, a diferencia de los demás, la trataron como a una hija de verdad. Había fiestas de cumpleaños para ella, vacaciones en familia, regalos caros.
—¿Por qué no la entrenamos? —preguntó Nick una vez.
—Porque Allegra es nuestra niña —respondió Clara, con un tono que no dejaba espacio para más preguntas.
Sherry lo entendió antes que nadie: Allegra era el único miembro del hogar que no era una herramienta.
Con el tiempo, las voces que Sherry escuchaba cambiaron. Algunos fantasmas comenzaron a advertirle. Uno de ellos, un antiguo compañero caído, le dijo:
—No quieren ayudarte. Quieren terminar contigo.
Al principio lo ignoró. Pero entonces encontró documentos en la oficina de Arthur: un plan detallado para “neutralizarla permanentemente” si su estado mental seguía deteriorándose.
La rabia fue inmediata.
Esa noche, intentó matarlos. Entró a su habitación con tres de los fantasmas más violentos que podía invocar. Las paredes temblaron. Clara y Arthur habrían muerto… si no hubieran llamado a Sebastian Kent.