El sonido seco de los disparos y el rugido metálico de los tanques se extendía por toda la avenida. La luz anaranjada del atardecer iluminaba los cascos de los soldados y el brillo de las armas que apuntaban hacia adelante.
—¡Fuego! —gritó un oficial, su voz ahogada por el estruendo de la metralla.
Las balas silbaban por el aire y se incrustaban en los cuerpos marchitos de los muertos que rodeaban a Sherry y Nick. Las calles eran un campo de batalla improvisado: coches volcados, vidrios rotos, sangre seca y fresca mezclándose en el pavimento.
Sherry, en medio de todo, permanecía inmóvil, con los ojos clavados en la línea de policías y militares que avanzaban. Sus manos temblaban, no de miedo, sino de furia. Nick estaba a su lado, con las venas de sus brazos hinchadas y palpitantes, sus ojos brillando con un tono escarlata.
—¿Creen que con esto me van a intimidar? —su voz salió ronca, cargada de rabia contenida—. Nick… hazlo.
Nick dudó por apenas un segundo, pero la mirada de Sherry lo sostuvo. Era una orden, no una sugerencia.
—Como quieras —respondió él, su voz casi un susurro.
Alzó las manos, y un oleaje invisible recorrió el aire. De inmediato, los cuerpos de los soldados y policías se tensaron, sus rostros enrojecieron, y un hilo carmesí empezó a escapar de cada uno. La sangre se elevó en el aire como si fuera atraída por un imán, girando y retorciéndose en espirales sobre las manos de Nick. En cuestión de segundos, todos cayeron al suelo, sus armas golpeando el asfalto.
El silencio duró apenas un parpadeo. Entonces, uno por uno, los cuerpos empezaron a levantarse. Ojos opacos, movimientos torpes, pero una lealtad inmediata hacia Sherry. Ahora eran su ejército.
Las cámaras de televisión, que hasta ese momento habían captado el enfrentamiento a distancia, enfocaron con mayor nitidez. Sherry, con el pelo alborotado y la piel cubierta por sombras del reino espiritual que todavía parecían aferrarse a ella, giró hacia una de las cámaras.
—Esto… —dijo, señalando a la multitud de muertos tras ella— …es lo que les pasará si no aprenden a coexistir.
No lo gritó. Lo dijo con una calma tan afilada que el mensaje pesó más que cualquier explosión.
Fue entonces que el aire se quebró. Una luz azulada cortó el espacio frente a ella y, con un chasquido, se abrió un portal. Del otro lado, la silueta de Winn apareció, empujando el marco del portal como si fuera una puerta invisible. Tras él, Río salió primero, con la chaqueta aún chamuscada por la última pelea. Maggie lo siguió, tensando el arco, mientras Milo caminaba detrás con largas espadas hechas de hielo y el ceño fruncido. Allegra emergió después, con el fuego encendiendo sus palmas, y por último Kara, cuyos dedos chisporroteaban con electricidad.
—Sherry… —empezó Río, levantando las manos—, no quieres hacer esto.
—No es cuestión de querer, Río —dijo ella, con una media sonrisa que no le llegaba a los ojos—. Es cuestión de hacer lo correcto.
Maggie dio un paso al frente, con la voz firme:
—Esto no eres tú.
Sherry soltó una carcajada amarga.
—¿Y tú quién eres para decirme quién soy? He pasado demasiado tiempo callando, demasiado tiempo conteniéndome para que ustedes y todos los demás no me tengan miedo. Pero ¿saben qué? Tal vez deberían tenerlo.
Nick permanecía a su lado, su respiración agitada, sus manos todavía goteando energía roja.
—Sherry… —dijo Allegra, y su voz se quebró—, no dejes que esto te consuma.
Sherry la miró con una mezcla de compasión y lástima.
—Ya es tarde para eso.
Los muertos detrás de ella dieron un paso sincronizado hacia adelante, como si fueran un solo organismo.
—Última oportunidad… —dijo Sherry, y su voz se endureció—. Retírense.
Milo resopló con cinismo, cruzando los brazos.
—Sí, claro. Porque siempre has sido a quien hacemos caso.
Ella ni siquiera lo miró. Simplemente alzó la mano.
—Mátenlos.
El suelo retumbó cuando la horda se lanzó hacia la Dead Patrol. Los cuerpos muertos, guiados por un hambre artificial, corrían con una fuerza que no debería existir en músculos marchitos. Algunos saltaban sobre los coches, otros se arrastraban por debajo, todos impulsados por una voluntad compartida.
Río reaccionó primero, liberando un estallido de energía dorada que derribó a los primeros cinco que se le acercaron. Maggie disparó flechas que, al impactar, liberaban un pulso que hacía retroceder a los atacantes. Allegra giró sobre sí misma, lanzando un anillo de fuego que incineró a una docena, aunque ellos seguían avanzando incluso en llamas.
Kara alzó las manos, y un rayo eléctrico atravesó a varios enemigos, haciendo que se convulsionaran en el suelo. Winn abría y cerraba portales para apartar a los muertos del campo de batalla, enviándolos a callejones lejanos, aunque ellos regresaban tambaleándose segundos después.
En medio del caos, Río volvió a gritar:
—¡Sherry, basta!
Ella lo escuchó, pero no le importó. Su mirada se mantenía fría, enfocada, como si cada golpe contra la Dead Patrol fuera un argumento más a su favor.
Nick, mientras tanto, parecía debatirse internamente. Sus ojos seguían ardiendo en rojo, pero había algo en su postura, una tensión que lo separaba de la furia de Sherry.
Milo, bloqueando a dos muertos que intentaban alcanzarlo, gritó:
—¡Oye Nick despierto amigo! O reaccionas, o nos vas a enterrar a todos.
La pelea se volvió una coreografía caótica: el silbido de las flechas, el chisporroteo eléctrico, el rugido de las llamas, y el retumbar de la energía de Río. Pero cada vez que derribaban a uno, se levantaba otro, como una marea interminable.
Finalmente, Sherry alzó ambas manos, y un oleaje de energía oscura recorrió el campo, empujando a la Dead Patrol varios metros hacia atrás.
—Esto se acabó —dijo ella.
La televisión seguía transmitiendo. La ciudad, y probablemente el país entero, miraban en directo cómo Sherry se enfrentaba a sus antiguos aliados.