Dead Patrol

Los hermanos Blodstone

El calor abrasador envolvía la entrada principal del centro comercial, iluminando los vidrios destrozados con un fulgor anaranjado que parecía provenir del mismo infierno. Allegra respiraba agitadamente, el olor a humo y metal oxidado llenando sus pulmones. Frente a ella, entre columnas de humo y cuerpos sin vida que se retorcían bajo un control invisible, estaba su hermano. Nick.

Su piel pálida contrastaba con las venas negras que se ramificaban por su cuello y brazos, como raíces envenenadas. Sus ojos, un abismo carmesí, la miraban con una mezcla de reconocimiento y vacío. Las manos de Nick goteaban sangre, y cada gota que tocaba el suelo formaba cuchillas, látigos o lanzas líquidas que se mantenían firmes como acero.

—Nick... —dijo Allegra con voz quebrada—. No tienes que hacer esto.

Por un instante, algo en la mirada de su hermano vaciló. Pero fue apenas un segundo. Luego, el tono helado y cortante que no le pertenecía volvió a resonar.

—No eres tú quien decide lo que tengo que hacer —gruñó, y con un gesto, el aire entre ellos se llenó de cuchillas de sangre flotando en abanico.

Allegra reaccionó de inmediato. Un rugido de fuego brotó de sus manos, formando un muro llameante que evaporó algunas de las cuchillas antes de que la alcanzaran. El resto impactó en el suelo, arrancando chispas del mármol roto.

La batalla comenzó.

Nick alzó una mano y un torrente de sangre sólida surgió como un látigo. Allegra saltó hacia un costado, rodando sobre el suelo y lanzando una ráfaga de fuego que iluminó el centro comercial como un relámpago. Las tiendas a su alrededor estallaban en llamas: maniquíes derretidos, carteles de rebajas consumidos en segundos, el humo envolviendo todo en una neblina infernal.

—¡Despierta, maldita sea! —gritó ella, descargando una explosión de calor tan intensa que el vidrio a varios metros se agrietó.

Por un instante, el ataque le dio en pleno. Nick retrocedió, jadeando, y sus ojos recuperaron un matiz humano.

—Allegra... —susurró él, como si acabara de despertar de una pesadilla.

Ella corrió hacia él, las llamas apagándose en sus manos.
Pero justo cuando estuvo a unos pasos, los ojos de Nick volvieron a teñirse de rojo.

Una orden silenciosa de Sherry.

El látigo de sangre se enroscó en el abdomen de Allegra antes de que pudiera reaccionar. Nick tiró con fuerza, atrayéndola hacia él, y con la otra mano formó una lanza perfecta. Allegra apenas tuvo tiempo de mirarlo a los ojos antes de que la hoja se hundiera en su pecho.

El dolor fue breve. El calor que siempre la había acompañado desde niña se apagó en un instante. Sus rodillas cedieron, y Nick la sostuvo por un momento, como si no pudiera soltarla.

—Te... perdono —susurró ella, con una sonrisa tenue, antes de que la oscuridad la envolviera.

Nick quedó inmóvil, con el cuerpo de su hermana en brazos. Sus manos temblaban, la sangre goteaba sin control, y su respiración se volvió errática. La lanza que la había matado se deshizo en líquido, derramándose sobre el suelo.

—No... no... no... —repitió, con la voz quebrada.

Sus lágrimas se mezclaron con la sangre en su rostro, cayendo sobre la piel de Allegra. Pero el momento no duró. Un escalofrío invisible recorrió su espalda. Los ojos de Allegra se abrieron de golpe, completamente negros. Sus labios se curvaron en una sonrisa vacía.

Nick, con un último destello de terror en su mirada, sintió cómo su propio cuerpo se endurecía, su respiración se volvía mecánica. La voluntad de Sherry invadió cada rincón de su mente.

Ahora, los hermanos Blodstone estaban unidos... pero no por amor, sino por el control absoluto de la Reina de los Muertos.

Las llamas de Allegra ardían de nuevo, pero ya no para proteger. Y la sangre de Nick danzaba a su alrededor como un ejército listo para matar.

En lo alto del centro comercial, una cámara de televisión, aún grabando en directo, capturó la imagen final: dos figuras avanzando juntas entre fuego y cenizas, con la misma sonrisa vacía en el rostro.




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