La lluvia golpeaba con más fuerza las calles del centro de la ciudad. Los charcos reflejaban las luces parpadeantes de patrullas abandonadas y escaparates destrozados. La Dead Patrol se había reunido, exhausta, pero no en paz.
Río caminó hacia Sherry, pero no para abrazarla. Sus pasos eran pesados, su mirada dura. Milo lo siguió, cruzado de brazos.
—No esperes que olvidemos lo que hiciste —dijo Río, sin rodeos—. No hoy. Tal vez nunca.
Milo asintió, con un destello de amargura en los ojos.
—Todos tenemos demonios, Sherry… pero no todos dejamos que maten a nuestros amigos.
Sherry tragó saliva, intentando encontrar las palabras, pero el silencio de ambos la aplastaba.
—Ya basta —intervino Maggie, poniéndose entre ellos—. Ella no está en control de sí misma cuando pasa eso. Ustedes lo saben.
Kara se sumó, con los puños cerrados.
—Sherry salvó vidas antes de que esto se saliera de control. No la reduzcan a un error.
Winn, desde un costado, miró a Río y Milo con desaprobación.
—Si ustedes no van a darle la oportunidad de arreglar esto, lo haré yo.
Sherry los escuchaba en silencio, pero su voz por fin rompió el aire frío.
—No necesito que peleen por mí. Voy a corregir lo que hice. Todos estos muertos… —miró a su alrededor, viendo a la horda inmóvil— …volverán al reino espiritual, donde deberían estar.
Sus manos comenzaron a brillar con un tono blanquecino, etéreo, y un viento suave empezó a girar alrededor.
Pero antes de que pudiera continuar, Sebastian dio un paso al frente.
—Y después —dijo con calma, con el cigarro apagado entre los dedos—, vendrás conmigo al inframundo. Te ayudaré a controlar tus poderes… para que esto no vuelva a pasar.
Sherry se detuvo. Lo miró fijamente.
—¿Al inframundo? —su voz tembló, pero no de miedo—. ¿Por qué? ¿Es necesario?
—No es lo que piensas —intentó aclarar Sebastian—. No quiero encerrarte. Quiero enseñarte a…
Pero ella ya no lo escuchaba. Su respiración se volvió irregular, y la energía a su alrededor comenzó a oscurecerse. La brisa suave se convirtió en un viento feroz que arrancaba carteles y levantaba polvo del asfalto.
—¿Crees que voy a dejar que me controlen como antes? —su voz se distorsionaba, cada palabra resonando como un eco.
—Necesitas tranquilizarte —dice Sebastian.
Un relámpago iluminó el cielo, y de su cuerpo emergió esa forma fantasmal que todos temían. Sus ojos se convirtieron en dos faros de luz blanca. La temperatura descendió de golpe, y la lluvia empezó a azotar con violencia.
—Sherry… —murmuró Maggie, intentando acercarse.
—¡No! —gritó ella, y el viento se convirtió en un rugido. Las nubes sobre la ciudad comenzaron a girar, formando el ojo de un huracán.
Edificios temblaban con cada ráfaga. Vehículos se arrastraban por el asfalto como juguetes. La horda de muertos, en vez de dispersarse, comenzó a vibrar con la misma energía oscura, haciéndose parte del huracán como si su regreso al reino espiritual hubiera sido abortado para ser parte de algo más.
Sebastian, firme, dibujó runas protectoras alrededor del equipo, pero incluso él tenía el ceño fruncido.
—Esto… no es solo un estallido de poder. Está desatando algo más grande.
Río y Milo observaron, tensos, mientras las primeras piezas de escombros volaban por el aire.
Kara miró al cielo y murmuró:
—Dios… tenemos que detener esta tormenta.
Y entonces, justo antes de que el huracán terminara de formarse sobre sus cabezas, Sherry gritó con una voz que resonó por toda la ciudad.
Y después un destello cegador cubrió todo el centro de la ciudad, y el sonido del viento ahogó cualquier otro ruido.