El rugido del viento era todo lo que Sherry podía escuchar, pero no la molestaba.
Flotaba en el centro de la tormenta, su cabello y su abrigo agitados como llamas negras. La energía etérea recorría su piel como ríos de luz blanca, penetrando en sus venas, encendiendo cada latido con un poder que no había sentido jamás.
A su alrededor, los muertos se agitaban suspendidos en el aire, sus siluetas distorsionadas como si fueran sombras en un cristal roto. No gritaban, pero sus bocas se abrían y cerraban en silencio, y Sherry podía sentirlos… podía escucharlos dentro de su mente.
“Más…”, susurraban. “Tómanos a todos… llévanos contigo…”
Desde el cielo, un relámpago verde atravesó las nubes y algo comenzó a desgarrar la realidad.
Una grieta luminosa se abrió lentamente, como si la propia bóveda del mundo estuviera partiéndose. Sherry sintió que tiraba de ella, como una mano invisible que la llamaba desde el otro lado. Y en esa grieta… algo miraba.
Su respiración se aceleró. La presión de la energía subió, y un grito escapó de su garganta, reverberando dentro y fuera del huracán.
A varios kilómetros, la Dead Patrol observaba el fenómeno desde una azotea. El huracán no solo persistía, sino que su núcleo ahora brillaba con destellos verdes y blancos que se elevaban como columnas.
Sebastian tenía el ceño fruncido.
—Esa grieta… no es natural. Si se abre por completo, no solo perderemos a Sherry.
Río apretó los puños, la lluvia corriendo por su rostro.
—No voy a quedarme aquí esperando que ella se consuma.
Milo lo miró como si no hubiera escuchado bien.
—¿Qué estás diciendo?
Río dio un paso adelante, sus ojos encendidos con determinación.
—Voy a entrar ahí. Haré lo que debí haber hecho en vez de culparla… hablar con ella.
Maggie se puso frente a él.
—Estás loco. No sabemos qué pasa dentro.
Kara negó con la cabeza.
—Si entras, tal vez no salgas.
Pero Río no escuchó más. La energía empezó a envolver su cuerpo, emanando como chispas que iluminaban la noche. Su respiración se volvió profunda, su mirada fija en el huracán.
—Entonces tendrán que alcanzarme.
Todos gritaron
—¡Río!
En un estallido de luz, comenzó a elevarse del suelo, impulsado por su propia fuerza vital.
Winn maldijo por lo bajo, y en cuestión de segundos, todos se lanzaron tras él, descendiendo por la azotea para volver al centro de la ciudad.
El rugido del huracán crecía, esperando su llegada.