Dentro del huracán
Sherry lo miraba como si no pudiera creer que estuviera ahí. El viento seguía rugiendo, pero entre ellos dos, el tiempo parecía haberse ralentizado.
—No deberías estar aquí —murmuró ella, su voz quebrada, apenas audible entre la tormenta.
Río dio un paso más cerca.
—Tampoco debería haberte dejado sola.
Sus palabras hicieron que la energía a su alrededor vacilara. Por un momento, el brillo blanco que cubría sus brazos disminuyó, y sus manos bajaron lentamente.
—Río… —su mirada se endureció—. No vengas con eso ahora. No después de todos estos años, incluso cuando me mirabas como si fuera una desconocida.
Él tragó saliva, incapaz de apartar los ojos de ella.
—Te traté así porque no sabía qué hacer contigo. Porque… cada vez que te veía, me recordabas lo mucho que fallé.
Sherry soltó una risa amarga.
—No eras tú quien fallaba, Río. Era yo. Siempre he sido yo. Y… —se abrazó a sí misma— tú lo sabías.
Río negó despacio.
—No. Lo que yo sabía… era que eras la persona con la que quería quedarme. Y en lugar de pelear por eso, me escondí detrás de excusas de líder y misiones, incluso durante estos años separados yo decidí irme lejos de aquí para no tener que vivir en Westheart sin ti, y ahora que de nuevo nos reunimos me enfoque más en otras cosas que en lo importante.
El silencio que siguió fue distinto, más pesado que el viento. Sherry lo observó, con algo en los ojos que mezclaba rabia y tristeza.
—¿Por qué me dices esto ahora?
Río respiró hondo.
—Porque no quiero que lo último que escuchemos del otro sean reproches. No quiero perderte de nuevo, Sherry. No queremos tratarte como una bomba de tiempo...solo queremos ser tu familia.
Ella bajó la vista, y por un instante, la tormenta perdió fuerza. Las corrientes que la rodeaban se detuvieron como si estuvieran escuchando también.
—¿Y qué pasa si ya es demasiado tarde? —preguntó, casi en un susurro.
Río se acercó lo suficiente para que su voz no tuviera que competir con el huracán.
—Entonces me quedaré aquí contigo… hasta que no lo sea.
Sherry lo miró fijamente, sus ojos brillando no solo por la energía que la envolvía, sino por lágrimas que se negaban a caer.