Sherry flotó lentamente hacia él, cada paso sobre el vacío sintiéndose como si el huracán mismo se apartara para dejarla pasar. Sus ojos no tenían ya la dureza de antes; había en ellos algo más suave, algo que hacía que el corazón de Río latiera con fuerza.
Parecía que iba a abrazarlo.
Río, sin moverse, la esperó.
Pero antes de tocarlo, sus pupilas se desviaron hacia un punto lejano, más allá del muro de viento y relámpagos. Allí, a través de las ráfagas, pudo verlos: Maggie, Milo, Kara, Winn y Sebastian, forzando su camino hacia el centro de la ciudad.
Su expresión cambió. Lo que un segundo antes era vulnerabilidad se endureció hasta convertirse en pura furia.
—Así que solo viniste para engañarme —dijo, su voz cargada de un veneno frío.
—¿Qué? Sherry no escúchame… —intentó Río.
Pero ella ya no lo escuchaba.
—¿Escucharte? ¿Después de dejarme? ¿Después de desaparecer cada vez que yo necesitaba a alguien? Incluso fuiste el primero en irte de aquí —Su voz crecía con cada palabra, y el viento a su alrededor volvía a girar con violencia—. No solo me abandonaste, Río… ni siquiera tuviste el valor de buscarme para ver en qué se convirtió mi vida.
—Yo… —empezó él, pero ella lo interrumpió.
—¡Tú no hiciste nada! Ni cuando podías salvarme, ni cuando podías evitar todo esto. Y ahora vienes aquí como si fueras mi héroe después de años sin estar aquí...ni para mi...ni para Nick, por eso el murió.
La energía blanca que la rodeaba se oscureció, tornándose en un gris denso y palpitante. El suelo invisible bajo sus pies tembló.
—Si quieres jugar a ser líder…a ser el héroe —susurró ella, con una sonrisa helada— entonces soporta el peso de tus decisiones, así como debiste hacerlo con Trevor...con Chloë...y ahora conmigo.
Fue lo último que dijo antes de lanzar el primer ataque: una ráfaga de energía espectral que atravesó el aire con un rugido, impactando justo donde estaba Río.
La luz del golpe iluminó todo el ojo de la tormenta… y luego, silencio.