El rugido del huracán empezaba a ceder, como si el propio viento reconociera que la tormenta había llegado a su límite. Entre la bruma y los escombros, Río vio a Sherry sentada en el piso, abrazando sus piernas, sollozando por todo lo que había hecho.
A pesar de los cortes, moretones y el cansancio que pesaba en cada uno de sus movimientos, Río se acercó lentamente.
—¿Por qué lloras? —preguntó, con voz suave.
Sherry levantó la vista, todavía con lágrimas brillando en sus ojos.
—Yo hice todo esto —dijo, la culpa y el miedo marcando cada palabra.
Río se arrodilló frente a ella, apoyando una mano en su hombro.
—Sí, así es… pero nos diste algo.
—¿Qué? —susurró ella, entre sollozos.
—Nos uniste —contestó él—. Nos diste tiempo extra con Nick, incluso a la ciudad le diste tiempo extra con quienes habían perdido. No todo salió bien al final, pero nos diste eso. Gracias a ti pudimos ser un equipo otra vez. Tal vez no como hubiéramos querido, pero así fue.
Sherry bajó la cabeza, sus lágrimas cayendo libremente.
—Pero… maté a Allegra.
Río la miró con firmeza, sin negar lo que había pasado.
—Eso te perseguirá… no lo voy a negar. Pero, a pesar de todo, aún tienes la oportunidad de arreglar ciertas cosas que hiciste. Aún puedes hacer lo correcto.
Ella lo miró, con un destello de duda en sus ojos.
—¿Y después?
—Dependerá de ti si dejas que todo esto te defina o no —respondió él, con sinceridad —Sea lo que sea que decidas...estaremos aquí.
Sherry inhaló profundo y, por un instante, el mundo pareció detenerse. Con un movimiento decidido, se puso de pie y se lanzó hacia Río, abrazándolo con fuerza.
Al contacto de su abrazo, algo increíble sucedió: el huracán que los rodeaba se detuvo, como si la tormenta misma obedeciera a la reconciliación. Los muertos, que hasta hace unos instantes se comportaban como poseídos, comenzaron a regresar a su estado natural, a la normalidad que tenían cuando estaban vivos.
Por un momento, Río y Sherry se quedaron así, rodeados por el silencio de la calma recién ganada, compartiendo un espacio donde todo lo que había pasado no desaparecía, pero sí podía empezar a repararse.