Dos semanas antes de Halloween
Sebastian se encontraba de vuelta en Westheart, no estaba de visita, era por trabajo que había vuelto, pero tambien era para ayudar a unos viejos amigos.
Cruzó la puerta de la casa Flowers con una sensación que lo helaba desde los pies hasta la nuca: no era solo la presencia de un demonio... era como si la casa misma respirara, observándolo.
—Sebastian... algo no está bien -dijo Olivia, abrazando a Lydia con fuerza—. Lo sentimos... lo sentimos, pero no podemos...
—Shh... -Sebastian la interrumpió suavemente, pero su voz temblaba a pesar de su intento de control—. Voy a detenerlo. Nadie resultará herido. Confía en mí en mi cariño.
Hace diez años, Sebastian conoció a esta familia quien le pidió ayuda desesperadamente, y desde entonces los a cuidado, incluso teniendo algo de cariño hacia ellos.
Hank se adelantó con desdén, su rostro tenso y sudoroso.
—Muchas gracias por haber venido...temo por mis hijos Sebastian.
—Tranquilo amigo, los voy a ayudar. Manténganse cerca y obedezcan —dijo Sebastian, aunque por dentro sentía un frío que le mordía los huesos.
Sebastian saludo a los chicos Flowers, Lily era la mayor, Jonathan el segundo hijo y único varón, y Lydia la hija menor. Sebastian tenía una conexión especial con Lydia, siendo a quien más protegía.
Comenzó el ritual. Velas negras parpadeaban, los símbolos dibujados parecían vibrar bajo su pulso acelerado. Las palabras antiguas resonaban como si algo profundo y maligno escuchara desde las paredes, desde los rincones, desde dentro de su propia mente.
Y entonces la casa rugió.
Hank gritó cuando sus huesos comenzaron a romperse, crujidos que perforaban los oídos de Sebastian y lo hicieron cerrar los ojos. Intentó acercarse, pero la fuerza que lo mantenía a distancia era implacable.
—¡Hank! —gritó, el horror clavado en cada sílaba.
Olivia fue alzada por el aire, su cuello cedió en un chasquido seco que resonó en sus entrañas. Sebastian cayó de rodillas, respirando con dificultad mientras la visión lo golpeaba con cada detalle: la sangre, los ojos abiertos, los gritos que resonaban en su cabeza como ecos interminables.
—¡Lydia! —susurró, corriendo hacia ella mientras veía cómo Lily era consumida por llamas surgidas de la nada—. ¡No veas, no veas!
Luego Jonathan quien se encontraba cerca de ellos, cayó al suelo, sus ojos retirados hacia dentro del cráneo mientras su cuerpo temblaba. Sebastian intentó acercarse, pero el demonio lo empujaba hacia atrás, invisible, implacable. La desesperación lo consumía, cada segundo un martillo en su pecho.
Solo Lydia estaba frente a él, temblando y llorando. Sebastian sintió cómo la presencia del demonio rozaba su mente, susurrándole que nada podría salvarla. Cerró los ojos, apretando los dientes, y murmuró:
—No... no esta vez. Haré lo que sea. Haré lo que sea para que sobrevivas.
Completó el ritual con un grito que resonó en toda la casa. La fuerza maligna se dispersó, pero no sin dejar una marca negra en el brazo de Lydia quemándole como recordatorio de que el demonio no la había olvidado.
Sebastian abrazó a Lydia, cubriendo su mirada de los cuerpos destruidos, mientras su respiración temblaba y su mente trataba de recomponerse. Por primera vez entendió lo que significaba enfrentarse a algo que no solo quería matar, sino quebrarte desde adentro. Perdiendo a personas que le importaban aunque sea un poco: la familia Flowers.
—Está... todo bien —susurró, aunque sabía que nada volvería a estar bien jamás—. Te protegeré, Lydia... pase lo que pase.
Y mientras la casa se quedaba en silencio, Sebastian sintió que algo lo observaba desde las sombras, esperando el momento exacto para volver.