El eco de la batalla aún vibraba en las paredes de los edificios. El humo se elevaba desde los restos de un auto incendiado en la avenida central, y el aire olía a metal y polvo. Los ciudadanos, a salvo pero expectantes, se habían detenido en las aceras para observar a sus protectores.
La Dead Patrol, esa banda de héroes que había cometido tantos errores en el pasado, ahora se mostraba firme. Maggie bajaba el arco, su respiración controlada; Milo sacudía los fragmentos de hielo de sus guantes con desdén; Kara y Winn intercambiaban una mirada cómplice tras haber cerrado el último portal de evacuación. Río, al frente, había sido el que había dirigido cada movimiento con precisión.
Habían ganado. Y, sin embargo, Río no sentía victoria alguna.
De pronto, el rugido de los espectadores se transformó en un murmullo extraño, una oleada de voces que parecían crecer en su cabeza más que en la calle. Sus manos comenzaron a temblar. El aire se volvió denso, como si los pulmones no encontraran espacio suficiente para respirar. Una presión invisible le atenazaba el pecho.
—Río… —susurró Maggie, que lo vio inclinarse apenas, llevándose una mano al pecho.
Él intentó incorporarse, fingir fuerza, pero las rodillas no respondieron. El líder de la Dead Patrol cayó de rodillas sobre el pavimento agrietado. Los murmullos se hicieron más fuertes. Algunos ciudadanos levantaron sus celulares; otros, simplemente se cubrieron la boca, incrédulos.
“Está colapsando”, “¿qué le pasa?”, “¿así se supone que nos protejan?”, se alcanzaba a escuchar entre el gentío o al menos eso alcanzaba a escuchar.
Maggie no lo dudó: dejó caer el arco y corrió hacia él. Se arrodilló frente a su compañero, sujetándole el rostro con ambas manos.
—Mírame, Río, mírame —dijo con una voz firme pero suave, como quien tira de un hilo para no dejar caer algo muy frágil.
Milo frunció el ceño y avanzó un par de pasos, pero no sabía qué hacer. Kara se mordía el labio, inquieta, y buscaba con la mirada una forma de distraer a la gente.
Fue Winn quien reaccionó al ver cómo los celulares ya estaban grabando. No iban a permitir que el líder de su equipo quedara expuesto frente a toda la ciudad, no así. Con un gesto rápido, invocó un arco azul de energía que se abrió como una herida en el aire: un portal directo a la mansión Blodstone.
—¡Vamos, rápido! —ordenó Winn, colocándose entre Río y la multitud, como un muro humano.
Maggie y Milo tomaron a Río, mientras Kara se encargaba de desviar las miradas con chispas eléctricas que crepitaban en sus manos, intimidando a cualquiera que intentara acercarse demasiado.
El murmullo de la multitud se volvió griterío, confundido y ansioso. Pero en un par de segundos, la Dead Patrol desapareció en la luz del portal, dejando atrás la imagen de un héroe quebrándose ante los ojos de todos.
Dentro de la mansión Blodstone
El portal se cerró tras ellos con un sonido seco, y el silencio de la mansión los envolvió. Solo quedaba el jadeo entrecortado de Río. Lo acostaron en uno de los sofás del salón principal. Maggie no se apartó de su lado, manteniendo la mano sobre su pecho como si pudiera estabilizar el latido frenético que golpeaba dentro.
—Está hiperventilando —dijo ella, con tono preocupado pero manteniendo la calma—. Río, escúchame, estás aquí, en casa. No estás solo. Respira conmigo.
Río cerró los ojos con fuerza. Las imágenes de la multitud, los teléfonos, las voces repitiendo que no era suficiente, que no era fuerte, lo perseguían como cuchillos en la cabeza.
Milo, que se había quedado de pie con los brazos cruzados, murmuró con el ceño fruncido:
—¿Saben si ya le habia pasado antes?
Maggie lo miró de reojo.
—No. Pero algo me dice que si.
Kara se sentó en la alfombra, nerviosa, sus manos chisporroteando sin control.
—¿Y si todos lo vieron? ¿Y si mañana ya está en todas las noticias? —preguntó con voz baja desviando la atencion de su preocupacion tan notable.
—Eso no importa, tranquila —respondió Winn, sombrío, mirando el portal apagado. Sabía lo que había escuchado antes de cerrarlo: los gritos, los clics de las cámaras, el caos de la multitud.
Maggie se inclinó aún más hacia Río, bajando la voz como si lo dijera solo para él:
—No tienes que cargar con todo, ¿entiendes? Nosotros estamos contigo.
Por primera vez en mucho tiempo, Río dejó que alguien lo sostuviera.