Dead Patrol Y El Reino Espiritual

No me voy a romper

Rio logro tranquilizarse, encontro las fuerzas dentro de su propia oscuridad, poco a poco el aire regresaba a el y su corazón comenzaba a tranquilizarse, su pecho dejaba de doler.

Todos querian saber que pasaba, pero al ver como Rio se puso de pie supieron que no era el momento, el se alejo y comenzo a subir las escaleras hacía sucuarto.

Maggie fue directa con los demás, mientras Río se alejaba.
—Río necesita espacio.

El resto asintió en silencio. Nadie discutió. Incluso Milo, con su habitual sarcasmo, se guardó cualquier comentario y solo lo observó con una mezcla de desconfianza y reconocimiento. Sabía lo que era perder el control… solo que en su caso, lo disfrazaba mejor.

Río subió las escaleras sin mirar atrás, como si el peso del mundo entero lo empujara hacia arriba. Su silueta desapareció en el pasillo oscuro, dejando al resto en la sala principal, rodeados por las paredes cargadas de recuerdos de la familia Blodstone, de Nick y de Allegra especialmente.

El silencio pesaba. Y en el fondo, todos sabían que lo que había ocurrido después de la batalla no era algo nuevo para Río.

Mientras los demás comenzaban a discutir lo que había pasado, Río cerró la puerta de su habitación y se dejó caer sobre la cama, cubriéndose el rostro con las manos. El silencio lo envolvió, pero en lugar de traer calma, lo apretaba como una garra invisible.

Al principio era solo la respiración entrecortada. Luego, el ardor en el pecho. Cada inhalación era un fracaso; el aire no bastaba, como si el cuarto entero estuviera sumergido bajo el agua.

Se incorporó de golpe, llevándose la mano a la garganta.
—No… no otra vez.

Pero ya lo sentía. Esa presión en su interior, un torbellino que se agitaba contra su voluntad. Su cuerpo comenzó a temblar, no de miedo, sino de energía. Una vibración creciente recorría cada músculo, como si su piel ya no pudiera contener lo que había dentro.

El espejo del armario vibró con un leve crujido. Los marcos de los cuadros temblaron en las paredes.

Río apretó los puños, intentando contenerse. El sudor resbalaba por su frente.
Entonces sus ojos se iluminaron. Un resplandor intenso, salvaje, que palpitaba al ritmo de su corazón desbocado. La luz llenó la penumbra del cuarto, tiñéndolo todo con un fulgor intenso.

Por un instante creyó que iba a explotar, que esa energía lo iba a desintegrar desde dentro.

“Respira… contrólate… no los asustes.”

El pensamiento era un hilo frágil entre la locura y la cordura.

La vibración se intensificó. Las sábanas de la cama se agitaron como si un viento invisible recorriera la habitación. El crujido de la madera retumbó bajo sus pies.

Río apretó los dientes, hundiendo las uñas en sus palmas.
—No… me… voy… a romper.

El brillo en sus ojos se expandió un segundo más, hasta que finalmente, con un jadeo, logró forzar una respiración profunda. El fulgor disminuyó poco a poco, dejando la habitación en penumbras otra vez.

Pero él sabía la verdad: cada vez era más difícil detenerlo. Y si alguna vez fallaba… no solo sería él quien pagara el precio.

En la sala principal, el silencio persistía, pesado y denso. Maggie rompió la quietud, bajando la voz:
—No podemos dejar que esto se repita. Tenemos que ayudarlo… pero no ahora. Necesita tiempo.

Kara se frotó los brazos nerviosamente, sus dedos temblorosos buscando algo a lo que aferrarse.
—¿Y si no puede… controlarlo la próxima vez? —susurró, casi para sí misma.

Winn caminó hacia la ventana, observando la oscuridad más allá de los muros de la mansión, tratando de encontrar alguna solución que no implicara intervenir de manera precipitada.
—Necesitamos un plan —dijo, con la calma forzada que siempre intentaba mantener—. Si su poder se desata otra vez, no podemos arriesgarnos a que alguien salga herido… ni él ni nadie más.

Milo permaneció en silencio, cruzado de brazos, su expresión dura pero alerta. Finalmente murmuró:
—Conozco a mi amigo… y no es un peligro para los demás. Es peligroso para él mismo. No podemos esperar que solo “respire profundo” cada vez.

Maggie lo miró fijamente, con un dejo de reproche:
—Exacto. Y por eso estamos aquí. No para juzgarlo, sino para sostenerlo. Lo que sea que necesite, lo haremos.

Un leve crujido resonó desde el pasillo. Todos voltearon al unísono, conteniendo la respiración. Winn frunció el ceño.
—Río… —murmuró. —No, déjalo. Él viene cuando esté listo. —interrumpió Maggie

El grupo permaneció en silencio, cada uno lidiando con su propia preocupación y la creciente sensación de que los próximos días serían aún más complicados.




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