Dead Patrol Y El Reino Espiritual

¿Eres...tu?

Río seguía sentado en su cama, los músculos aún tensos, respirando con esfuerzo, tratando de contener la energía que zumbaba bajo su piel. Su mente, sin embargo, no descansaba. Cada pensamiento era un hilo que tiraba de otro, y pronto estaba atrapado en un torbellino de recuerdos y sobrepensamientos.

Y entonces apareció ella.

Lena estaba allí, frente a el, mientra el estaba sobre la cama, pequeña y tranquila, con los ojos brillando de una manera que Río no podía explicar. La luz que la rodeaba parecía suspendida entre la realidad y un sueño, cálida y distante al mismo tiempo. Él sabía que era imposible: ella había muerto cuando tenía 11 años, víctima de El Títere Maestro. Pero ahí estaba, como si nunca la hubiera perdido, como si el tiempo no hubiera cobrado su vida.

Río parpadeó, incapaz de apartar la vista.
—Lena… —susurró, la voz temblorosa—. ¿Eres… tú?

Ella no respondió. Solo lo miró en silencio. Y con esa mirada, Río sintió un peso en el pecho, una mezcla de amor y culpa que le apretaba el corazón. La niña que había protegido, que había cuidado con todo su ser, ahora estaba allí y él… él no había podido salvarla.

Caminó hacia ella, vacilante, extendiendo la mano. Pero su piel solo encontró aire; no había carne, no había calor, solo un vacío lleno de memorias. Cada paso lo hacía recordar: las risas compartidas, los juegos, las tardes en las que Lena lo seguía por toda la casa sin preocuparse del mundo. El recuerdo de su sonrisa se mezcló con el dolor de su muerte, y Río sintió como si cada latido le recordara su fracaso.

En ese instante, un toque suave en la puerta lo sobresaltó.
—Río, ¿estás bien? —la voz de Winn desde afuera, calmada pero preocupada.

Río tragó saliva.
—Sí… sí, estoy bien —dijo, aunque la mentira le supiera amarga.

Winn permaneció unos segundos más, como sintiendo que no podía hacer más que esperar, y luego se alejó. Río respiró hondo, intentando aferrarse a algo de paz.

Lena levantó la cabeza, y por un momento Río vio en sus ojos un reflejo de todo lo que habían compartido. No dijo nada, pero él sintió un perdón silencioso, un abrazo que no necesitaba contacto físico.




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