Dead Patrol Y El Reino Espiritual

Hermanita

El pasillo cruje con cada paso. El aire de la mansión Blodstone huele a polvo, a madera vieja y a miedo.
Milo y Maggie van al frente, las armas listas. Lydia está arriba, gritando algo incomprensible, su voz distorsionada por otra.

—¿Qué carajo le pasa? —exclamó Milo preparándose para lo que estuviera lastimando a Lydia.

—Debe ser Wendell —dijo Sebastian mientras comenzaba a correr para ayudarla.

Río camina detrás, con el corazón en la garganta, intentando concentrarse. Pero algo… algo lo detiene.

Una voz infantil flota entre los ecos.

—Río… ¿me ayudas con mi muñeca?

Él se congela. La voz viene de algún lugar detrás, pero los demás no la oyen. Maggie grita su nombre desde las escaleras.

—¡Río, vamos!

No responde. Se queda inmóvil, el alma temblando.
Da un paso atrás. Luego otro.
El pasillo cambia. Las paredes se ensanchan, el papel tapiz se desvanece, y de pronto está ahí otra vez: el orfanato.

El frío muerde. El pasillo huele a cloro y lágrimas viejas.
Tiene quince años.
Lena está al final del corredor, su vestido blanco manchado de rojo.
Río corre hacia ella, el corazón hecho un tambor.
Cae de rodillas. La toma entre los brazos.
Sus labios tiemblan. No respira.

—Lena… por favor, dime algo…
Su voz se quiebra.
—¿Por qué ya no estás sonriendo, Lena?

Sus dedos tiemblan al acariciarle el rostro, buscando calor. Pero solo encuentra la frialdad de la muerte.

Un ruido detrás. La sombra. El olor a cigarrillos.
Río se esconde bajo la cama, como tantas veces.
Escucha pasos pesados, el crujido del cinturón de cuero.
Siente una mano áspera que lo arrastra de los tobillos.
La oscuridad se lo traga.
Los golpes.
El silencio.
Y luego el dolor, el que no se grita porque nadie escucha.

—Si hablas, ella pagará por ti —susurra la voz del hombre.

Río cierra los ojos. Y deja de llorar.

Días después, alguien llega. Una pareja con apellidos grandes. Los Blodstone.
“Te daremos un hogar”, dicen.
Río asiente, fingiendo una sonrisa, fingiendo que ya no duele.
Pero el dolor solo cambia de forma.

Río parpadea. El pasillo vuelve a llenarse de ecos, como si el orfanato y la mansión fueran el mismo lugar.
Escucha la voz de Lena otra vez, dulce, quebrada:

—Ya no sonríes, Rio...¿porque ya no?

Se arrodilla, con las manos en el rostro. Las lágrimas lo queman.
Milo y Maggie están lejos, sus voces se apagan entre los muros.

El aire se espesa. Las sombras del pasado lo rodean, lo arrastran de nuevo al suelo, lo hunden.
Y esta vez, Río no lucha.
No grita.
No se defiende.

Solo deja que los recuerdos lo ahoguen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.