Dear Abbey.

Capitulo 1.

Abbey estaba enojada. Muy enojada. Se columpiaba con fuerza mientras recordaba lo que había hecho. ¿Qué tiene de malo encender fuego al cabello de tu compañera? Y, si es algo malo ¿Por qué la castigaban tan fuertemente? Ella le había hecho algo malo, era correcto castigarla.

Pero sabía que sus padres no la entenderían. Nunca lo hicieron. Ella les ha demostrado que no es tonta o que era solo una niña. Pero Abbey sabía que ellos eran muy estúpidos, por lo que no la entenderían.

Abbey se bajó del columpio. Escuchaba desde el jardín de su pequeña casa como sus padres peleaban. Pero ella estaba ya muy acostumbrada. Últimamente era lo único que sabían hacer.

Sigilosamente entró a su habitación. Su habitación tenia todo lo que una pequeña niña hubiera querido en su infancia; Casas enormes de muñecas, una cama de princesas, cosas para colorear y demás. Ella lo odiaba. ¡Tengo diez años! Mascullaba día a día al ver su habitación.

— Hija...— La llamaron desde la puerta. Era su madre.

La niña le da una gran sonrisa.

— Madre, ¿Qué se te ofrece?

A la mujer no se le hizo extraño la manera de hablar de su hija; siempre lo había hecho.

—Voy a salir con unas amigas, cariño.

La niña asintió delicadamente sin creerse ni una palabra de lo que salia de la boca de aquella mujer a la que llamaba "madre". En fin, como ha estado peleando con papá inventa cualquier cosa para salir huyendo, lo peor es que su padre ni una excusa pone, simplemente se va, y extraña a su padre el cual la abrazaba y le hacia cosquillas. Cuando la niña se quedó sola fue a agarrar su pequeña tortuga; la tenia desde los siete años.

— Tu eres mi amigo. — Subió con la tortuga a su cama pero a los dos minutos tocaron la puerta de nuevo.

Agarró su vestido negro de las puntas y fue bajando las escaleras. Sus zapatos no dejaban de hacer ruido; tenían un tacón pequeño. Pero eso le gustaba a la niña. Se sentía grande.

Al abrir la puerta estaba su abuela, la mujer que la cuidaba y la única persona en la que confiaba Abbey.

— Mi niña — Le dice la mujer apaciguada. La señora Wills siempre había sido tranquila y cariñosa, no como su madre, pero si lo suficiente. — Tu mamá me dijo que viniera a cuidar a la niña más hermosa del mundo.

— Lo se.

— ¿Te lo ha dicho? — La señora Wills fruncio el ceño, confundida.

— No.

La mujer se dirigió a la cocina sin tomarle importancia a lo que decía la niña.

Abbey sube nuevamente a su habitación y agarra a Jorge; su tortuga.

A ella no le gustaba usar nombres como "Mr. muffin, osito, Teddy" le parecía inmaduro. Y ella no era inmadura. Nunca lo sería.

Odiaba estar castigada. Ella no podía agarrar un libro, algo casi inhumano para Abbey. Leía el mismo libro una y otra vez. Nadie sabía que libro era; puesto a que cada vez que alguien la miraba leyéndolo, ella lo escondía rápidamente. Todas las noches se aseguraba de esconderlo en un lugar diferente. Ella lo compró con su propio dinero, lo cual sorprendió a muchos.

Ella, sin importarle el castigo de su madre agarró el libro.

Su tortuga se cayó de la cama cuando ella se sentó en ella.

— ¡Jorge! — Gritó al ver a la pequeña tortuga sobre su caparazón.

Lo agarró y Jorge tenía un corte en su caparazón debido al impacto sobre ella. Abbey, sin pensarlo agarro una pequeña y afilada navaja que tenia escondida entre su ropa... Todo por un amigo.

La abuela cocinaba alegremente, mientras tarareaba algunas canciones. Decidió ir a ver a su nieta, pues llevaba mucho tiempo sin bajar. 
Al entrar a la habitación vio algo que la dejó estupefacta, de piedra y en especial confundida.

Abbey mató a la tortuga.

— ¿Por qué? — Le preguntó la abuela suspirando. Sabía que Abbey siempre tenia una razón para hacer las cosas.

— El sufría, y decidí acabar con su agonía. — Le dice sin pizca de remordimiento.

— ¿Acaso no te sientes mal?

Ante ese comentario Abbey  arqueó un ceja. ¿Por qué debería sentir remordimiento? ¿Acaso terminar con el dolor y desesperación de alguien es malo? En especial si es de un amigo. Ella quisiera un amigo así. Alguien que la librara del dolor y le diera todas las respuestas a sus preguntas.

— Le he brindado un esplendido favor
— Dijo y sonrió de oreja a oreja, con una pizca de manía. Como si nada hubiera pasado — Ahora... ¿Qué hay de comer?




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