Death

▪︎Capítulo 2▪︎

—Pasa, mi ambiguo y más antiguo compañero. — Indicó la bestia de grandes cuernos y cabellos blancos sentándose en su trono de huesos.

    El ángel tomó su forma física, escondió sus alas y camino entre las bestias de aquel desolado lugar, quienes lo contemplaban en silencio. Sus pasos hicieron eco en todo el lugar, finalmente al llegar frente al príncipe de los demonios, vio una mesa de piedra y tomo el último lugar, poniendo sus manos encima. 
    Lucifer sorprendido al verle en su forma física le observo sin disimulo, contemplando ante él, al ser más antiguo que existía, el ángel de la muerte. Físicamente era impecable, delgado, vestía elegante y pulcro, cabello abundante, largo, color negro. Su rostro levemente alargado y facciones finas, poseían una nariz aguileña, una mirada apagada con ojos color oscuro, una boca recta con labios delgados y su piel era tersa, pálida. 
   El ángel de la muerte era una entidad creada mucho antes que el infierno, con el propósito de juzgar las almas, determinar a donde debían ir y finalmente ser su guía. Ellas eran juzgadas según su vida en la Tierra. Al cielo, solo iban aquellas almas que estaban dispuestas a recibir la sabiduría del despertar de la conciencia, aquellos que aprendieran a perdonar y a perdonarse, purificando su alma, teniendo como opción saldar sus pecados en el purgatorio antes. Al infierno, aquella alma que haya dedicado su vida a causar daño, y se hayan creído con el poder de salir impune de ello, aquel que no se perdonase, ni estuviese dispuesto a pasar por el purgatorio. 
   Él era el guardián de la vida, supervisor y protector de que los pactos entre mundos fuesen respetados, fue este ángel quien había sido encargado de  acompañar y custodiar a Lucifer de camino al infierno, terminando así con una guerra. Era aquella potestad quien también se encargaba de supervisar la distribución de poderes entre los mortales, sin él, la Tierra, el cielo, el infierno y el purgatorio, estarían en caos. Las consecuencias de la ausencia de aquella entidad, serían catastróficas. El además de ser la muerte, era la paz.
    El ángel dio una mirada rápida al lugar, cualquiera podría pensar que el infierno al tener tanto fuego, sería sofocante y abrazador.  Sin embargo, irónicamente aquel lugar era gélido e invernal, lleno de piedras y muchos sollozos de fondo. Nadie soportaría aquel frío y la estancia por el lugar, sin perder la cordura antes. 
—Tú lo ves todo y lo sabes todo, eres casi tan poderoso como aquel que gobierna en los cielos y como una regla básica se ha roto de su parte, quiero reclamar por el alma de aquella mujer que nació de mi fuego y hoy vive entre los mortales. — Bramó golpeando levemente a los lados de su trono con sus manos cerradas.  
   El ángel carente de emociones, se levantó de su asiento y dándole la espalda, caminó a la salida. 
— ¿Para qué quieres a esa mortal? — Preguntó haciendo resonar su voz y observando por última vez al gran hombre que vestía de blanco. 
—He pasado la eternidad recibiendo odio, aquellos humanos a los que aquel que vive en el paraíso defiende, me culpan a mí por sus pecados hechos a conciencia, incapaces de aceptar o asimilar que solo les ofrezco lo que se merecen, castigo a aquellos que dañan. Ese ha sido mi labor durante eternidades y este ártico lugar, ya ha logrado hundirme entre la soledad y las miserias que contemplo a diario, necesito escuchar su voz, necesito una compañía, alguien que reine a mi lado. — Contestó. 
   Sin responder palabras, la entidad se marchó del lugar y camino a la Tierra con su manto de oscuridad. Decidido a llevarse el alma de la muchacha de cabellos rojos, comenzó a tener curiosidad del porqué Dios y Lucifer llevaban ya tanto tiempo peleando por una mortal. 
   Fue así, que la misma muerte, se ocupó de observar a la joven Fenicia, durante meses. Él escuchaba con agrado sus dulces melodías recitadas al aire. Anonadado por su voz, el ángel se descuido y ella quien había notado hacía tiempo su presencia, lo tocó, haciéndolo visible antes sus ojos. Y por primera vez, la entidad quiso volver a su forma física, por temor a espantarle. Ella lejos de estar asustada, se encontraba asombrada. Pues el ángel, no tenía solo dos alas, sino que eran más de cuatro y una cantidad incontables de ojos. Anonadada por aquel ser, Fenicia estiro su mano y busco tocarle, pero aquella divinidad tomó inmediatamente una forma física, deteniendo su mano antes de que llegase a tocarlo.

 —Tu inmortalidad está violando las leyes de los mundos, debo llevar tu alma. —Anunció la muerte observando a la muchacha, quien no había dejado de observarlo.

—No puedes hacerlo, yo soy la vida, tú poder no tiene jurisdicción en mí. —Respondió.

—Entonces, comprométete con aquel que reina las hordas de demonios. — Comentó la deidad caminando alrededor de ella.

La muchacha no apartó la mirada del hombre vestido de negro.

— ¿Esas son las opciones que me brindas ángel? —Preguntó Fenicia, deteniendo la caminata del hombre al sujetar su atuendo.

La muerte miro sus jóvenes manos, piel rozada y pequeñas a su lado. Él asintió y quitó nuevamente las manos de la joven de él.

—Dios me creó con un propósito y casarme con Lucifer no es. Y esa es mi última palabra. — Decidió con seguridad el fénix caminando lejos de aquel hombre quien no se rendía ante los encantos de la joven, pero admiraba su fortaleza.

   Las nubes negras se adueñaron de los cielos azules del pequeño pueblo, el viento comenzó a chocar contra las aldeas del lugar, haciendo que las ramas de los árboles bailaran en un vaivén. Los pájaros inmediatamente comenzaron a caer y los que podían, huían lejos de las garras de aquel desastre que se avecinaba. Los aldeanos comenzaron a guardar sus pequeños puestos en el centro del pueblo y algunos corrían horrorizados al ver aquel cielo que anunciaba malas noticias. Fenicia al llegar a su aldea, notó el miedo de la gente, de su gente y comenzó a observar a los pájaros quienes sin vida, estaban en el suelo de toda la aldea. 
 
Con tu suave manto, surgirás. 
A las almas guiarás, con tu sabia hoz. 
Protector de las almas y la vida. 
Amigo de la soledad, entre lamentos vivirás eternamente.
Déjame ser tu compañera, en tu dulce redención y amor jamás te faltará.
Con mis versos te daré el poder de sentir más allá del dolor y soledad. 
—Recitaba la joven con sus ojos cerrados invocando a la muerte a su lado.




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