Death

▪︎Capítulo 3▪︎

Doscientos años después...

Con tu suave manto, surgirás.

A las almas guiarás, con tu sabia hoz.

Protector de las almas y la vida.

Amigo de la soledad, entre lamentos vivirás eternamente.

Déjame ser tu compañera, en tu dulce redención y amor jamás te faltará.

Con mis versos te daré el poder de sentir más allá del dolor y soledad. —Recitó la joven de cabello castaño oscuro, inclinada frente a un ventanal.

   Era la segunda vez en el año que estaba internada por intento de suicidio, solo era una niña de quince años. No tenía a nadie y la madre quien debía encargarse de ella, solo estaba hundida en la ambición de su trabajo, en tener más dinero del que ya tenía, descuidando a su hija.

   Su nana llegó de la mano con una niña, era su vecina y su fiel compañera. Ambas se conocían desde hace años, pero solo recientemente habían forjado una amistad cuando la madre de Roma, la joven vecina de cabellos largos y ondulados, se había marchado. Nunca entendí realmente la conexión de ambas niñas, pero fueron unidas por sus desgracias y de ello salió algo lindo.

   La niña sentada frente al ventanal, volvió rápidamente a su cama con ayuda de su amable nana, quien adoraba a la niña y era un gran pilar emocional para ella.

—Fenicia, ¿Por qué volviste a hacer esto? —Interrogó la niña sentándose a su lado y tomando de su mano con una voz que reflejaba su angustia.

—Lo he vuelto a ver Roma, era aquel ser otra vez, estoy segura de que si lo intento...—La niña frente a Fenicia la interrumpió. —Fenicia si vuelves a intentar hacer algo como eso, no podré seguir siendo tu amiga, yo no soportaría perder a alguien más en mi vida, ya no quiero esto. —Advirtió Roma observando el rostro de su amiga, quien sorprendida se mantuvo en silencio y asintió.

— ¿Es él o yo? — Está vez la joven con lágrimas en sus ojos, hizo más claras sus intenciones.

   Ella observó a Roma sentada enfrente, ella era una niña golpeada por las vueltas de la vida, en sus ojos había lágrimas, estaba asustada. Al no obtener una respuesta de Fenicia, la joven de ojos cafés volvió a mirarla.

—Pensé que era muy obvio que siempre serás tú, mi compañera. — Respondió Fenicia escogiéndose de hombros y sosteniendo la mano de la chica, quien al escuchar aquella respuesta, sonrió aliviada.

   Sin embargo, sabía que Fenicia no olvidaría y encontraría una forma de hacer que Roma la ayudase a encontrar algo más. Solo era cuestión de tiempo para que esas chicas comiencen a meter sus narices en problemas solo por curiosidad.

 

En la actualidad...

   Caminé por la biblioteca buscando la sección "prohibida" y divagué entre aquellas estanterías, sacando algunos libros sobre ocultismo y magia. Hace unos años me hubiese reído de este tipo de cosas, pero no hoy. Roma y yo habíamos descubierto que en la Tierra, no solo existíamos los humanos, si no razas de seres sobrenaturales que solían salir en las noches a cazar en los bosques de nuestra pequeña ciudad. Y lo habíamos comprobado vigilándolos muy de cerca, aunque no tanto porque mi compañera de "aventuras" le tenía mucho miedo a todo. Ella era de esas chicas que solían temerle a todo lo que no entendíamos y salía espantada. Bueno tampoco es que yo no lo hiciese pero me interesaba.

   En fin, estos seres habían nacido producto de demonios y ángeles que se enamoraban o tenían desaires con los mortales. Así, fue que se formaron clanes de vampiros, lobos, brujas, ninfas, sirenas y muchos seres de los cuales solo habíamos descubierto hasta ahora a las ninfas, quienes no eran malas, sino más bien algo egocéntricas y sabían cómo proteger a su hogar. Sirenas, que realmente eran seres espantoso, feos y no cómo las pintan en los cuentos de hadas. Recuerdo que cuando al fin pudimos ver a una, Roma tuvo pesadillas mucho tiempo e incluso tuve que traerla a dormir conmigo para que pudiese dormir bien semanas enteras. Y brujas, quienes ahora conocíamos varias en la ciudad. Eran hombres y mujeres normales, que jamás hubiésemos pensado que se dedicaban a esas cosas. Pero tampoco eran como en los cuentos, ellos eran muy hermosos y hasta podría decir que eran muy hegemónicos. Todas aquellas leyendas y cuentos que nuestros padres solían contarnos, tenían un poco de verdad en ellas de alguna manera, pero a veces no eran tan aterradores como parecían o tan encantadores.

—Traje comida para que podamos leer sin distracciones. —Informó Roma poniendo su mochila sobre la mesa y de ella sacando todo tipo de comida.

   Frituras, sándwiches, bebidas, galletitas y la detuve cuando sacó helado. Ella trajo dos pequeños envases de helados, porque nuestros gustos eran muy diferentes entre sí. Ella amaba la pasta dental con chocolate y yo solo el chocolate.

—Es menta, menta granizado, no pasta. Por favor amiga, es riquísimo, de hecho a todo el mundo le gusta. —Debatió ella leyéndome las expresiones de mi rostro al ver el sabor del helado que había comprado para ella.

   Roma tomó el asiento en frente de mí, agarrando un libro de la pila y abriendo su helado. Sus cabellos seguían largos, ondulados a diferencia de mí, que me había rapado completamente mi cabeza para conocer la cultura budista cuando viaje a los monasterios del Tíbet. Ella reía cada vez que me quitaba mi gorro y dejaba ver mi cabello que estaba en pleno crecimiento. Solía decir que me parecía a un muñeco vudú.

   En los monasterios budistas te piden que te cortes el cabello como renuncia a todo lo material que posees y te detiene en la Tierra. Es un lindo concepto, hasta que llega el invierno y tienes que estar con túnica meditando afuera en pleno campo. No la pasé tan bien, pero aprendí cosas, aunque nada me quitó la gripe que me pesqué cuando volví.

—Merry volvió a ir a casa. —Contó finalmente mi amiga, sentada del otro lado de la mesa, fingiendo que leía un libro de la pila, restándole importancia a lo que acababa de decir.




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