Miro el trozo de papel y casi siento como su material se pega a mis largos dedos blancos. Suelto un suspiro. ¿Será de él? ¿Podré llamarlo? No. No debería hacerlo, eso no será necesario, él puede que no me conteste o haya cambiado de número después de muchos años.
Cierro mis ojos e imagino aquella vez en la que me defendió de aquel grupo de chiquillas tontas que montaban problemas en el salón.
Jarrieta movía su voluptuoso cuerpo por el lugar, había optado por colocarse un abrigo muy largo y negro que le tapaba completamente el cuerpo. Aquella prenda la hacía ver más rellena de lo que realmente es, una forma muy sosa de querer ocultar su cuerpo.
Entró al baño, se sacó la bincha del cabello y sus hermosos cabellos castaños claros caen sobre su rostro. Observa el espejo, mirando su nariz prendida de un rojo fuerte debido a la alergia que se ha montado esta mañana, su rostro tiene algunas espinillas y barros que le han provocado que su blanca piel se torne roja.
Pasa sus manos por la cara e intenta refrescarse con algo de agua, tan solo necesita hacerlo. Pero, es en vano. Varias risas entran por detrás de ella, un trío de chicas entra al baño de igual manera, con las faldas sobre las rodillas mostrando unas largas y estéticas piernas que sacuden a los chicos en las mañanas. Una de las chicas, de cabello castaño miel se posa frente al espejo de la izquierda, a cuatro pasos de Jarrieta.
Coloca su bolso sobre el mesón de mármol y saca de ahí un poco de maquillaje para retocarse un poco, la muchacha tiene el único deseo de mantener una increíble estampa que exhibir a los chicos de la secundaria.
—… Pues no, el vestido realmente le quedaba feo… —alcanzó a oír la chica solitaria a la última que entró.
La chica castaña, toma un pintalabios y pasa un poco de color carmesí por esa zona. Da un reojo a la chica de cuerpo ancho junto a su lado, dando una mirada de menosprecio para la figura que se carga.
—Sí, hay ciertas mujeres —guarda el pintalabios y lo sostiene en su delicada mano—, que realmente nada les queda bien.
La última chica que entró al baño, vuelve a intervenir con aire chistoso.
—Ay, Paola, no seas mala.
El grupo de chicas, cuchichean entre ellas y lanzan sonoras carcajadas, haciendo sentir incomoda a Jarrieta, que se toca el brazo con modestia.
La chica de ojos grandes, como los de un gato está aturdida, ella nunca tendría algo en mente que responder, siempre fue criada con la idea de que debe ser respetuosa y evitar los problemas. Lo malo es que no le enseñaron a dejar a las personas en su sitio y no dejarse pisotear.
La chica sacude su bella cabellera castaña de color miel y se posa frente a ella, con un movimiento seguro y coqueto, con una sonrisa que Jarrieta puede sentir como hipócrita y burlesca.
—Jarrieta, ¿no? —ella levanta la mirada por respeto, mientras no deja de quitar la mano de su brazo—. Habrá una fiesta este fin de semana, será de disfraces. Siempre he sido una persona muy amigable con todos. Puedes ir disfrazada o en tu caso…usar lo que mejor prefieras para sentirte cómoda —mueve el pintalabios en su mano y se lo extiende—… O en todo caso, darte una arregladita…—le extiende el labial a la chica de rostro blanco.
Jarrieta lo toma con oprobio e inseguridad. Aquella niña no le daba nada de seguridad.
—¿Y esto? —pregunta, mirando como aquella esquelética mano le pasa aquel pintalabios, mientras ella extiende su mano regordeta para atraparlo.
—Úsalo —recomienda, con una burlesca sonrisa—. Los chicos están atentos de que los sorprendamos.
Tal brutal payasada que ha soltado la chica deja en humores internos que no puede expresar. Es sabedora del mundo en el que vive, donde las chicas de bella y extensa cabellera, con un voluptuoso pecho y grandes nalgas impactan más a los chicos que una chica inteligente.
Sería lamentable que un hombre quedara sorprendido con tan exquisita belleza y terminar desalentado con tanta ignorancia encontrada en ella.
Jarrieta agradece, mientras sus fragancias quedan impregnadas en su nariz cuando se marchan entre carcajadas. Esa chica es Paola Otero, una jovencita que tan solo usa su inteligencia para combinar sus prendas de vestir y para sorprender chicos. Eso no quita que en un futuro tenga un destino brillante como modelo o maquillista profesional.
—¡Oh, Romel, querido! ¡Te has equivocado de baño! —escucha la voz de la castaña con sorna.
—No, venía por alguien…
—¿Te contaron de la fiesta que estamos organizando? —pregunta con cierto dejo de asco por el color de piel de Romel.
—Estaré ahí…
Jarrieta mira por el reflejo del espejo. Observa a un chico grande, de cabello exageradamente cortado, con sus orbes cafés atentos a la mirada coqueta de la chica, moviendo sus hombros anchos y la belleza de sus dientes blancos en contraste con su piel oscura.
Se voltea luego de escuchar los pasos de salida y lo admira, con las manos hacia atrás. Él, deja ver aquella frente tan brillante y amplia, con una cara redondeada. Su pasar es seguro y proporcionado, con las piernas abiertas y los hombros ensanchados.
—¿Te asustaste? —interroga, posando sus brazos sobre el mesón.
Jarrieta voltea la cara y trata de escapar de esos orbes oscuros que la atrapan con lentitud.
—No —niega, dando la espalda—, tan solo me sentí un poco…
—¿Incómoda? —pregunta, ella al escuchar la palabra correcta se voltea con lentitud y se planta frente a él—. No deberías sentir eso. Es normal.
Jarrieta había explotado en rubor cuando Romel le había confesado que no le gustaban las chicas de huesos cortos, que a él siempre le ha gustado de aquellas chicas ‘diferentes’.