La oscuridad de este departamento me provoca a desear abrir las ventanas y dejar que la luz entre, pero estoy tan perdida que no me he dado cuenta que ya no queda mucha luz del sol. Los últimos rayos de sol de las cinco de la tarde son tapados por unas cargadas nubes negras que no permiten su paso.
Él se mantuvo en esa posición por varios segundos ahí, deseando no moverse y tampoco dar muchas palabras. Me sentía como alguien pequeña, una niña regañada que debe de quedarse callada, no debo decir tantas cosas, debo de morderme la lengua el tiempo necesario para no provocar desastres como el de ahora.
He provocado tanto daño en el hombre que amo que me da miedo acercarme a él y dañarlo nuevamente. No es la vida de un enamorado.
Una vez dijimos «para siempre», pero ya nos dimos cuenta que eso no es suficiente. Quizá las promesas del amor son más delicadas que los pétalos de una rosa florecida.
Lo ayudé a reponerse, verlo de rodillas y acabado me dejó ver el estado vulnerable en el que ha estado todo este tiempo y yo, yo soy la única culpable de que eso haya pasado. No puedo darme la libertad de herir a alguien de forma desproporcionada, ya hicieron eso conmigo y sé que no es un acto bueno.
Dejare mi egoísmo donde no pueda verlo. No diré ni una palabra más.
—Creo que esto ha sido todo… —menciona él, destrozado, sin ánimos de recobrar la postura o al menos mantenerse—. Deberías irte.
Nunca pensé que todos mis intentos por volver con él serían en vano. Me duele tanto haberlo arruinado, de haber sacado la peor parte de él.
—¿Es lo que deseas? —le pregunto, él asiente sin poder verme a los ojos, sin dejar alguna defensa a mi causa. Antes de poder marcharme y dejarlo, tengo pensado decirle una última cosa—. Te puedo pedir una cosa más antes de irme para siempre.
Él no levanta la cabeza de inmediato, se queda ahí, inmóvil, con los labios presionando entre sí, con la cordura empañada del dolor, con todo bello recuerdo destruido.
—Dime —suelta en un susurro, con su alma en los labios.
—Me darías un último beso…
Aquello sonó indecoroso y hasta puedo ser tildada de provocativa, pero tan solo necesito un poco más de él, un solo poco de él, un pedazo de su corazón.
Supongo que el dolor me ha desarmado, dejándome ver como una chiquilla que necesita un poco de su cariño, de su amor. Tan solo deseo un poco de lo que él siempre me dio, un amor natural y sincero.
La vida es muy sencilla dicen muchos, ir a la escuela, terminar tus estudios a cabalidad, seguir con los estudios superiores, salir de ahí e ir corriendo a buscar un trabajo, casarte, tener hijos. Todo al parecer tiene una receta, una modalidad, una forma de hacerlo, pero me doy cuenta que no es tan fácil como me lo han pintado.
Yo deseaba quedarme con el hombre que tengo al frente y justo ahora tendré que irme. No me queda más que decir, tan solo que tal vez sea mi único verdadero amor. El que realmente importó desde el inicio de mi vida hasta ahora. Soy joven, pero no quiero perder todo lo que ya tuve y todavía así, lo perdí.
Pero está bien, que la vida no me este yendo de lo mejor también es una buena señal.
Levanto la mirada, me acerco a paso lento a él y le tomo las mejillas, mientras me observa, de una forma débil pero hiriente. Saber que yo he provocado su tristeza es más fuerte que una puñalada.
—¿Me dejarás…?
Le pido, deseando que no me detenga. Él tan solo cierra los ojos.
—Si lo hago… ¿Te irás de aquí?
Aquello me duele, duele tanto que quema.
—Y no me verás nunca más…
Suelto, insegura y temerosa de que reaccione al beso. Si no me complace significa que querrá que me quede.
Afianza su mirada, tanto que hasta me siento ya en su pecho, escuchando su latir.
Tan solo toca con delicadeza mi mejilla y nos acercamos. El toque es suave, sus labios aterciopelados se mueven muy despacio, relame aquellos surcos deshidratados una y otra vez. Tan solo deseo caer en ese compás de movimiento tierno. Me da la sensación de que poco a poco estoy dejando soltar mis prendas, cayendo sobre el delirio de sentir su piel conmigo.
Quien diría que mi pedido sería estar una última noche con él, como un amante.
Se aleja de mí antes de que pueda besarme.
—¿Por qué fingimos? —pregunta, con los ojos cristalizados.
—Supongo que por el miedo a lo que venga después —contesto, perdida en su iris.
—Sabes bien que después de esto no quedará nada entro nosotros —aclara, con la voz ahora más fuerte y segura.
Me cuelgo de su cuello, anhelando que esta pequeña conexión no se corte justo ahora… que no lo haga nunca.
—Mira… —continua él—. No quiero que pienses que no te amé, lo hice de una forma en la que no podría decirte.
Romel aprieta mis mejillas con sus dedos. No sé si me está admirando o se ha perdido en sus pensamientos.
—¿Sabes bien que no habrá un después entre nosotros? —le quisiera dar un millón de razones para decirle que eso no es cierto y que no estoy de acuerdo—. ¿Todavía estás segura que deseas un beso mío?
—Si es la última vez que estaré junto a ti… —mi voz suena rota y trago saliva más de lo que debo porque siento que cada palabra que suelto duele demasiado—. Al menos dame el placer de quedarme con un recuerdo tuyo, que mejor que un beso…Uno que me dure toda la vida.
No necesito que me mienta o me diga palabras delicadas sobre lo bajo que está mi ego. No deseo eso, iría a terapia si es lo que realmente necesito. Tan solo necesito sentirlo, sentir que una parte de él vive en mí y dejarme la certeza de que a pesar de todo, tuve el placer de un último beso.
—Demos a ambos el placer de una despedida justa —toco su mano, que se ha extendido junto a la mía—. Está será la única forma en la que nos recordaremos quizá para siempre. Ya no te pediré perdón porque sé que mis disculpas no aceptaras, tan solo pido un último beso.