Decisiones

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Estos últimos días han sido difíciles. Las vacaciones decembrinas están próximas y debo acoplar a la perfección mi horario de clases en la universidad con las ventas retail. Mis padres compraron un  departamento para mí hace un par de años,  en muestra de la cercanía de mi ingreso a la universidad en la ciudad capitalina. Sinceramente me emocionaba el hecho de mudarme a más de diez horas de transporte público de casa. Era el momento de estar a solas. Independizarme en el buen sentido de la palabra aunque muchos de mis gastos aún eran cubiertos por mis padres. De esa forma podía darme ciertos lujos con lo ganado en mi trabajo como vendedora.

Una de mis amigas suele organizar las mejores fiestas en casa. Excelente bebida, chicos guapos, de esos que a cualquier mujer se le caería la quijada y más aún en una noche de stripper. Uno que otro fin de semana me unía a sus fiestas, pero algo me decía que debía dejar de hacerlo. Sebastián un viejo amigo de la familia de Caroline se auto invitaba con frecuencia e intentaba coquetear conmigo cuantas veces pudo. A mí no me gusta. No es mi tipo, pero en ocasiones la vida pone en tu camino personas indeseables para poner a prueba tu capacidad de albedrio. Lo descubrí en vísperas de la navidad. Ansiaba tomar un autobús y reunirme con mis padres, pero las clases se extendieron hasta principios de enero, además coincidió con el tour a Cuzco que durante años esperaron, así que tuve que quedarme.  Mi amiga Caroline no podía dejar de planificar sus fiestas y en vista de las actividades navideñas recurrió a mi auxilio.

—Anda amiga linda, préstame tu departamento para la fiesta de fin de año. Será maravilloso celebrarlo contigo, además tus padres no vendrán. Tu departamento es bastante espacioso y cómodo.

Ya sabía a que se refería con cómodo. Acceso privado a la alberca y una cocina parrillera dispuesta era más que suficiente. Si las clases no se hubiesen extendido un poco más me tomaba vacaciones largas.

—Además invité a Sebastián. Sé que te gusta.

—¿Gustarme? ¡Por Dios, que idiotez! Puedo prestarte mi departamento, pero debes prometer dejar todo en su lugar y la limpieza correrá por tu cuenta, no quiero problemas con condominio. Llegaré tarde, así que espero llegar solo a descansar. Y olvida eso de estar buscándome partido. No lo necesito.

—Amiga no puedes venir a una fiesta como las mías y no formar parte de ellas.

—Quizá te acompañe un rato. Solo un rato.

Suelo cumplir con lo que prometo, pero no sé porque esta vez estuve tan distante.

Asistí a la biblioteca de la  Universidad en la mañana, necesitaba uno de los prehistóricos textos de química y otro de farmacología para desglosar la extenuante lista de aldehídos y ácidos carboxílicos que mi profesor mandó a modo de tortura china. Se empeñó en que debíamos comer enlaces orgánicos este fin de año y a nuestro próximo encuentro en laboratorio sintetizar algunos a partir de alcoholes. Con ironía recordé a Caroline con su fiesta. Allí sí que iba a ver alcohol y del bueno. Por su puesto que desconocí lo que el seso hueco de Sebastián haría para amenizar la fiesta y jamás lo asocie con el escándalo de la escuela de veterinaria. Alguien sustrajo un frasco de estimulantes. Son unas capsulas que utilizan para incrementar el libido de las reses y aumentar su fertilidad. No me importó en lo absoluto, en mi cabeza solo rondaba reacciones de compuestos carbonados con enlaces de oxidrilos y carboxilos, además la urgencia de cumplir con mi llegada a la venta retail que precisamente esa mañana me habían pedido cubrir el turno de Macarena una de las empleadas más antiguas del negocio y que en cualquier momento se iría. Su puesto era mi oportunidad para crecer. El ambiente era muy bueno y la paga excelente para alguien que no debía pagar arriendo ni servicios públicos, así que tan pronto pude obtener los pesados libros y sacudirme la nariz por la alergia causada por los ácaros de polvo entre sus hojas me fui corriendo en mi modesto Kia blanco que me conduciría a mi trabajo.  El tráfico fue horroroso y deseé estar en casa. En el sur de Chile los días saben a paz.  Una vez que pude atravesar la congestionada   metropolitana, estacioné mi auto, tomé mi cartera de mano y Salí aprisa hasta el primer piso del centro comercial. Como siempre cambié mi atuendo y guarde mis cosas en el locker de empleados bajo llave. Los días de trabajo se marchaban aprisa y después de atender a una pituca de mal carácter deseé que ese día no fuese la excepción. No deje de comprender las razones de las apariencias. También soy de su clase social y no por ello estoy sacudiendo las plumas como pavo real. La humildad vale millones. Alcé los hombros sin antipatía, sonreí y atendí sus exigencias. Eso le agrada a mi jefe. Después de todo. “El cliente siempre tiene la razón” …

Cuando cayó la tarde, mi ánimo cayó con ella. Deseaba echarme en mi cama y descansar un par de horas para retomar mis actividades académicas, por un momento lo olvide y asesté una palmada en mi frente. « ¿Cómo podía olvidarlo? Esta noche mi apartamento no era mío». Pensó en quedarse más tiempo, ir a la feria de comida o caminar un poco por la ciudad, pero desistió al pensar en los suculentos platillos de comida tradicional que su amiga suele comprar. No lo dudó. Sacudió su delantal de trabajo. Dobló el uniforme para lanzarlo en su bolsa de lavandería, firmó el registro de salida y se marchó.

Evitó pensar en el cansancio que le produjo cubrir dos turnos de medio tiempo y visualizó los canapés, los queques rellenos de frutas y la carne en vara. ¡Se daría un banquete!



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En el texto hay: decisiones, drama amor, presion social

Editado: 21.05.2020

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